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La fuerza le gana espacio a la ley en un orden global en transición

La fuerza le gana espacio a la ley en un orden global en transición

Donald Trump entró a la presidencia de Estados Unidos con un portazo. Lanzó una guerra comercial y sacudió el sistema de aranceles para reemplazarlo por otro que beneficie más a Estados Unidos. En materia migratoria, fiel a su promesa de campaña, impulsó una política agresiva para combatir a la inmigración ilegal, incluida la expulsión de más de 200 venezolanos a una megacárcel en El Salvador, muchos de ellos sin el debido proceso. Promovió la ley Laken Riley para detener a extranjeros acusados de ciertos delitos, la suspensión del ingreso de refugiados y la emergencia nacional en la frontera sur, entre muchas otras medidas para resguardar su territorio de amenazas exógenas.

El despliegue de medidas en todos los frentes llevó a los analistas a preguntarse si había una estrategia detrás o si aquello se debía más bien a la personalidad avasalladora de Trump. “¿Cuándo conviene que la gente piense que uno es loco?”, se pregunta el politólogo Andrés Malamud. “Cuando se dirime un juego de conflicto. La credibilidad del loco le permite decir: yo encaro a 200 kilómetros por hora, voy para adelante. Si no te corrés, te paso por encima. Un loco dice esto y si le creen, se corren”.

Otros expertos consultados por este diario proponen interpretar el huracán de medidas de Trump en el contexto de un mundo en cambio donde la hegemonía global está en disputa, un escenario del que la Argentina, si bien con poca posibilidad de protagonismo efectivo, no resulta ajena.

Para Juan Gabriel Tokatlian, sociólogo y doctor en Relaciones Internacionales, el mundo transita desde hace tiempo una nueva fase: el posoccidentalismo. “Si desde finales del siglo XVIII hasta bien avanzado el siglo XX había un predominio de los valores, instituciones, intereses y reglas de Occidente, estas empiezan, por un lado, a erosionarse, y por el otro, a ser cuestionadas por actores que no están en Occidente sino en Oriente, específicamente en Asia, y no solo China”.

El mundo llega a esta instancia no solo por el auge económico y tecnológico de Asia, sino también por desaciertos de Occidente, señala el experto. Menciona la Guerra de Kosovo, en la década del 90, cuando interviene la OTAN y no las Naciones Unidas, como era costumbre. “Es la primera vez que Occidente le dice al mundo ‘queremos moldear el orden posguerra fría y algunas reglas las vamos a respetar y otras no’”. Destaca además la crisis financiera de 2008, originada en Estados Unidos, de gran impacto global. Para Tokatlian, el reciente conflicto bélico entre Israel e Irán, también contribuye al debilitamiento del orden liberal basado en reglas. “Se violentaron por parte de Tel Aviv y Washington las normas, tratados e instituciones que habían validado dicho orden por muchos años. Ni Netanyahu ni Trump recurrieron a una ley interna, al derecho internacional o a la legítima defensa para justificar sus acciones militares. Tampoco utilizaron el argumento de la defensa de la democracia”.

Así es como surge un escenario caracterizado por la supervivencia del más fuerte, afirma. “Es un mundo lleno de actores agresivos en un juego de suma cero: un darwinismo internacional en el que la ley se torna una ficción”.

Ricardo Lagorio, embajador de carrera, observa la preponderancia de la fuerza bruta y estratégica por sobre la diplomacia en hechos recientes. Primero, con la decisión de Israel de desactivar los movimientos terroristas proxies de Irán, tras la masacre del 7 de Octubre perpetrada por Hamas. Luego con los ataques aéreos para controlar el espacio aéreo iraní y neutralizar junto con Estados Unidos el programa nuclear de Irán. Y pone en duda la efectividad de la acción militar, dado que las evaluaciones sobre el impacto del ataque sobre la capacidad nuclear de Irán varían según el emisor. Exembajador argentino en Rusia, Lagorio se pregunta si la opción militar es el mejor medio para resolver conflictos diplomáticos: “Lo sigo dudando. Más allá de que Irán es un Estado terrorista y que quiere la destrucción del estado de Israel, la gran pregunta es si no hubiera sido mejor seguir con el esquema de control del desarrollo nuclear que se implementó en 2015, que había puesto como límite de enriquecimiento de uranio el 3,7. Hasta que Trump se retira de ese acuerdo con Irán en 2018, las evaluaciones decían que era exitoso”.

Tokatlian señala que Estados Unidos sigue siendo una potencia en materia cultural, financiera y militar, pero ya no puede ordenar el sistema global a su entera discreción. “Lo que le queda es debilitar el poder y la proyección de China. Trump cree que va a lograr eso a través de una reindustrialización de su país, remontándose a épocas pasadas en las que el modo de producción era localizado”. Por eso impone nuevas políticas arancelarias y reduce su gasto militar en Europa. Más que una tendencia aislacionista, Tokatlian interpreta que Trump quiere revitalizar Estados Unidos para luego frenar a China.

Si Estados Unidos está perdiendo el dominio del tablero mundial, ¿quién lo va a relevar? ¿China?

Sin embargo, esta política genera desconfianza en sus socios naturales europeos, apunta Malamud. “Europa entiende que debe ser más autónoma y, tal vez, dejarse seducir por China”, explica.

Fernando Petrella, ex secretario de Relaciones Exteriores de la Nación, señala que Trump despliega una política de la inmediatez: busca conseguir beneficios mediante berrinches o acciones disruptivas. “Pero es poco realista suponer que porque se reúne con Putin va a lograr un cese de fuego aceptable para Ucrania o que abandonando su compromiso de seguridad con Europa va a conservar su apoyo. Son políticas que no protegen los intereses presentes o futuros de Estados Unidos y que afectan el diseño del sistema internacional”.

Si Estados Unidos está perdiendo el dominio del tablero mundial, ¿quién lo va a relevar? ¿China? Según Tokatlian, en el tránsito hacia un mundo posoccidental, todavía no aparece una figura hegemónica. “Estamos inmersos en un orden en donde ni Estados Unidos tiene plena hegemonía como la supo tener, ni China tiene la capacidad ni voluntad de gestarla”. Malamud coincide: “Al retirarse el líder sin nadie que lo reemplace, más que un realineamiento se produce un vacío”. Tokatlian habla de hegemonías parciales, no globales. “Estados Unidos mantiene un grado de primacía elocuente sobre Europa y América Latina, a pesar de las tensiones. China, por su parte, está en una región donde no tiene tantos amigos, pues ni Japón, ni la India, ni Corea del Sur son históricamente amigos suyos. Con Rusia, que no había sido amiga, hoy hay una relación, no es un matrimonio, pero sí un noviazgo tórrido”.

Mientras el péndulo del poder parece estar moviéndose de Estados Unidos hacia Asia, ¿dónde se ubica la Argentina? ¿Qué política exterior debería impulsar en un escenario global tan cambiante e incierto?

Tokatlian afirma que la Argentina está repitiendo una historia vieja. Se remonta a los años 30, cuando el poder pasó del Reino Unido a Estados Unidos. “La elite argentina se aferró entonces al Reino Unido y a Europa, a lo familiar. Había un razón práctica: con Europa había una relación de complementariedad en lo económico, y con Estados Unidos, de competencia. También influían las relaciones migratorias históricas con el viejo continente”.

Tokatlian cree que la obstinación del presidente Javier Milei de abrazarse al país de Trump responde a ‘un dogma de fe, una creencia arraigada, una falta de análisis estratégico’

Su punto es que, así como en aquel momento la elite argentina se dio cuenta tarde de que Estados Unidos ascendía, hoy la clase dirigente elige desconocer hacia dónde gira el poder. “No la ven”, dice Tokatlian, apropiándose del eslogan oficialista. “Mientras el 90% del mundo piensa que el centro de poder se mueve en dirección a Asia, la Argentina decide aferrarse más a Estados Unidos, aún cuando sus relaciones comerciales no están ahí. Ocho de cada 10 dólares de exportación que ingresan al país provienen de países no occidentales”.

Petrella señala que al mundo del sur global, con poblaciones de religiones y culturas distintas a la nuestra, hay que mirarlo no solo por razones comerciales, sino también por cordialidad política.

Tokatlian cree que la obstinación del presidente Javier Milei de abrazarse al país de Trump responde a “un dogma de fe, una creencia arraigada, una falta de análisis estratégico”. Y agrega: “La Argentina es el único país del G20 que ha dado muestras de no querer tener buenas relaciones con China”.

Malamud matiza: “Estar alineados con Estados Unidos no está mal mientras no implique pelearse con China. La estrategia para un país periférico y vulnerable es el alineamiento plural. Tener un millón de amigos”. Lagorio coincide: “Ha habido motosierra en la política exterior. Se rompió con toda una tradición de la política exterior argentina, que ha sido más proclive al multilateralismo. La política exterior es como vivir en un edificio. ¿Y qué es lo más importante del edificio? El palier y el consorcio. Esta política exterior no tiene relaciones fluidas con Uruguay, Chile, Bolivia o Brasil. Ese es nuestro palier y consorcio”.

Tokatlian añade: “La Argentina se ha replegado de América latina. No tiene relaciones casi con ningún país de una manera normal, natural, diplomática”.

Petrella también insiste en la importancia de tener buenas relaciones con los vecinos. No critica al Gobierno, pero señala descuidos: “Es inexplicable que el país no haya mandado a la máxima autoridad posible al aniversario del acuerdo de paz con Chile o que cuando asumió el presidente Yamandú Orsi en Uruguay, que es un amigo de la Argentina, no hayamos mandado un representante a la asunción”.

Lagorio observa que el alineamiento con dos países –Estados Unidos e Israel– en desmedro del resto va en contra de los intereses y valores nacionales

Tokatlian pone sobre la mesa el rechazo del gobierno a formar parte del bloque de los BRICS. “Hay un dicho anglosajón que dice ‘o uno está en la mesa o es parte del menú’. Nosotros decidimos ser parte del menú”. Petrella respalda esa visión: “Uno no puede, frente a la invitación que hacen los BRICS, negarse. Podés decir que lo tenés que estudiar o que es un tema para el Congreso. Pero no tenés que generarte, tal como está el mundo, adversarios innecesarios”.

Lagorio advierte: “Si no se le da suficiente atención al Estado y se desprestigia el andamiaje internacional, la conclusión es la marginación. Y eso es lo que está pasando”.

Tokatlian encuentra que la política exterior argentina está más al servicio de los intereses personales del presidente que del interés nacional. “Hacé la lista de sus viajes y encontrá un solo avance comercial que haya acordado. Es paradójico cómo un presidente que dice que lo importante es el mercado y los negocios lleva adelante una diplomacia en donde el componente material no tiene un lugar decisivo”.

Lagorio observa que el alineamiento con dos países –Estados Unidos e Israel– en desmedro del resto va en contra de los intereses y valores nacionales. “¿Cuántos jefes de Estado vinieron a la Argentina? ¿Cuántos viajes oficiales hizo Milei?”, se pregunta.

Para Tokatlian, queda claro que a Milei no le interesan las relaciones entre gobiernos, sino entre personas, especialmente aquellas que entabla con líderes de ultraderecha o magnates tecnológicos. Y señala una paradoja: “¿Milei es uno de los hombres más visibles internacionalmente en los medios? Sí, no hay duda. ¿La Argentina es un foco de interés mundial? No”.

Para revertir esta situación, Lagorio insiste en que hay que buscar alianzas y acuerdos. “Como decía Hemingway, ‘nadie es una isla’. En el mundo, las islas no funcionan”.

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