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Las uñas sucias

Las uñas sucias

Que la gran preocupación en las pruebas de acceso a la universidad sea si las faltas de ortografía penalizan o no, no lo vi venir. A estas alturas de la formación, eso ni tendría que quitar el sueño a los alumnos, ni ser motivo de debate. Las faltas de ortografía son una incorrección, tolerable si se trata de una errata, cuestionable cuando es un lapsus, inaceptable en un examen cuando es un error. Una cosa es meter la pata por los nervios y las prisas, y otra, ignorar las normas.

Marcial Guillen / Efe

La lengua es una herramienta que no se desgasta con el uso, al contrario, adquiere nuevas capacidades de expresión, se vuelve más útil, rica y juguetona. Es expansiva. Desarrolla pensamiento, enlaza comprensión y comunicación, crea vínculos con el mundo en el modo de percibirlo y describirlo. Pero, como todo instrumento, hay que aprender a manejarla para sacarle el máximo potencial. Y eso empieza por tratarla con respeto.

La ortografía es lo que te hace presentable por escrito; es el ‘dress code’ básico

No en plan “la letra con sangre entra”, sino más bien “reading is sexy”: según qué faltas cometas, tu crush saldrá corriendo. La ortografía es lo que te hace presentable por escrito. Es el dress code básico, lo mínimo para desenvolverte sin que salten las alarmas (ni los ojos de las órbitas) de la gente con que te relacionas. En alguna ocasión Jordi Amat ha comparado las faltas de ortografía con ir con las uñas sucias. Y sí, transmiten dejadez y poco cuidado. Pero sobre todo, escasez de lecturas, que dan agilidad y precisión.

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Al aprender una lengua, es normal no dominarla y equivocarse. Pero para eso está la educación. Y se supone que, si has pasado la primaria y la secundaria (y un grado medio o el bachillerato), es que has asimilado unos conocimientos esenciales y obligatorios, y estás preparado para acceder a estudios superiores. En la corrección de una prueba final de Historia, en COU, jugándome la media de la asignatura, recuerdo con horror una nota de la profesora en rojo y mayúsculas. Ponía: “¡¿Exclavos con x?!”. Error, errata o lapsus, me dolió mucho más que el medio punto que restó. Pero me enseñó a soportar la vergüenza (aunque entonces creí hundirme para siempre) y no olvidaré cómo se escribe la palabra.

Bajar el nivel no ayuda al estudiante. Simplemente le transmite que no hace falta que aprenda nada y que no es grave ir por la vida con las uñas sucias.

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