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Ucrania, una causa europea

Ucrania, una causa europea

Tres años y cuatro meses después de la invasión rusa de Ucrania no hay cronistas que hayan ofrecido una versión aproximada de las barbaridades cometidas en los dos bandos. Las estadísticas no son fiables y las estimaciones sobre el número de bajas son imprecisas. Las que ha publicado The Economist hablan de un millón de víctimas rusas y medio millón de ucranianas. Entre muertos y heridos. Es la mayor matanza humana en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.

El arte de la guerra ha cambiado y ya no se muestran las trincheras con soldados harapientos y desprotegidos. La precisión de la tecnología militar alcanza objetivos muy concretos. Los drones ucranianos han destruido flotas de aviones en aeropuertos rusos a varios miles de kilómetros de la frontera ucraniana. La respuesta de Putin es igualmente destructiva, con misiles y drones que atacan a diario objetivos militares y civiles.

Imagen del Ministerio de Defensa de Rusia de soldados rusos liberados en el último intercambio de prisioneros

EFE

Vasili Grossman informaba en directo desde Stalingrado en el largo asedio nazi sobre la ciudad rusa más castigada por la guerra. No hay casas en Stalingrado, solo paredes y chimeneas, pero los hombres viven aquí, escribía en el diario Estrella Roja, el órgano del ejército de Stalin. Grossman pudo contar la heroica resistencia de Stalingrado y ser uno de los primeros periodistas que entraron en el campo de exterminio nazi de Treblinka. Pero su obra maestra, Vida y destino, en la que hace una crítica feroz del estalinismo y el nazismo, fue secuestrada por el KGB y no se publicó hasta después de su muerte.

Los testigos directos de la guerra de Ucrania ya ofrecerán versiones creíbles sobre lo que está ocurriendo. El conflicto ha entrado en la rutina del desgaste humano y material. La escalada aumenta a tenor de la destrucción de ciudades y la muerte de tantos miles de personas.

La UE de hoy estorba los planes de Putin y, paradójicamente, también los de Donald Trump

En la Gran Guerra fueron los gases lacrimógenos y las armas químicas las que segaron millones de vidas. En la Segunda Guerra Mundial entraron en juego la aviación y la marina, que causaron una gran mortandad. Se acabó el conflicto en 1945 cuando Truman ordenó arrojar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. El invento de Oppenheimer con su proyecto Manhattan todavía es cuestión de debate político, militar y moral. La historia demuestra que cualquier arma inventada no es para colocarla en un museo, sino para ser utilizada para atacar y para defenderse. La espada de Damocles de la bomba nuclear pende sobre la humanidad desde aquel fatídico 6 de agosto de 1945 en ­Japón.

La primera víctima de la guerra, ya se sabe, es la verdad. ¿Está ganando Putin? ¿o resistirá Zelenski la ofensiva por tierra que Rusia está planeando a partir de ahora? Las máquinas de la muerte en forma de drones o misiles no se detendrán hasta que Putin pueda quedarse con las cuatro provincias ucranianas ocupadas y el régimen de Kyiv vuelva a situarse en la órbita del Kremlin como lo ha estado durante siglos.

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People clear the rubble of residential houses destroyed by a Russian strike in Korostyshiv, Zhytomyr region, Ukraine, Sunday, May 25, 2025. (AP Photo/Evgeniy Maloletka)

La ocupación de un país como Ucrania, que en los últimos cien años ha sufrido la invasión de los nazis y ahora de los rusos, necesita soldados, intendencia, una política coercitiva para someter a un pueblo que convivió dentro de Rusia desde tiempos antiguos, pero que ahora está herido anímicamente por una invasión injustificada.

La opacidad informativa y la falta de libertades hacen que Rusia pueda absorber más fácilmente la pérdida de vidas, mientras que Ucrania acusa las muertes con la sensibilidad de un país pequeño invadido con los criterios imperiales de Putin. La Rusia de Stalin perdió más de veinte millones de personas en la Gran Guerra Patriótica.

Rusia ha condicionado la política europea y occidental desde que Napoleón volvió derrotado de Moscú en 1812. La Europa que nace con el Tratado de Roma de 1957 teme a Rusia no tanto por su poder militar, sino por su capacidad disruptiva del ámbito de civilización que se conformó al incorporar a la UE aquellos países que habían quedado bajo la influencia de Moscú, como se pactó en Potsdam en 1945.

La Europa de hoy estorba a Putin y, paradójicamente, también a Trump. Rusia puede ganar la guerra, pero la hegemonía de lo que considera su espacio vital solo se impondrá por la fuerza. La defensa de Ucrania es una causa europea.

lavanguardia

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