Ultraderecha sin futuro
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Un exactor mexicano, de poca monta, que ahora desempeña un papel para el que fue contratado, hace el saludo nazi en un evento con proyección mundial.
No pasaría de mal chiste de no ser porque el personaje quiso ser candidato a la Presidencia de México el año pasado. No consiguió siquiera las firmas para obtener su registro, pero eso no impide que sus pares, otros conspicuos miembros de la ultraderecha mundial, lo sigan invitando a hablar en sus reuniones.
Es ya una idea extendida que la ultraderecha avanza en el mundo, ahora alentada por el segundo mandato de Donald Trump, quien encabeza en EU un gobierno de ricos para ricos, una plutocracia.
La más reciente edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), encuentro que también se ha celebrado en México, fue una antología de discursos de odio, un repertorio de mentiras y amenazas contra los derechos humanos, siempre en nombre de la libertad.
La estrella del encuentro fue, naturalmente, Trump, ícono de los “libertarios” —como el argentino Javier Milei— y de otras expresiones políticas en gran medida surgidas del desgaste de los partidos tradicionales de la derecha.
¿Qué define a esta corriente mundial que avanza electoralmente en todo el orbe? Además de un discurso que raya en lo delirante, su vocación destructora de derechos. Para la ultraderecha, la solución a los problemas de cada país pasa por echar atrás, desmantelar o al menos controlar los derechos que todas y todos, pero especialmente los grupos más vulnerables, hemos construido durante décadas.
“Zurdos de mierda”, dice uno. “Bad hombres”, completa el otro. La caricaturización del adversario precede al despliegue de políticas contrarias a los derechos y que afectan esencialmente a los más pobres, para favorecer los negocios de los amigos o los propios.
La versión vernácula de la ultraderecha tiene una figura visible en el actor que bebía vino en el avión presidencial de Enrique Peña Nieto, pero no es su único representante.
El ascenso de Trump ha dado alas a personajes menores —aquí en México, afortunadamente marginales— como el argentino Javier Milei, presidente de una nación hermana y hoy, por desgracia, bufón del coro de los ultras, quien en un corto tiempo ha llevado a cinco millones de sus compatriotas a engrosar las filas de la pobreza.
Inhabilitado por su papel en el fracasado golpe de Estado que quiso impedir el gobierno de Lula, Jair Bolsonaro se apaña de sus aliados internacionales en su intención de volver al poder mediante un familiar, para continuar con la tarea que mejor hizo durante cuatro años: desmantelar derechos laborales y programas sociales de los gobiernos progresistas.
Los daños que la ultraderecha puede provocar van más allá del hecho de que gane elecciones y eventualmente gobierne. Su aparición en el escenario suele tener entre sus efectos la radicalización de la derecha tradicional (temerosa de que la acusen de “derechista cobarde” y le ganen espacios), como ha ocurrido en España y otras latitudes.
La derecha, que aquí representan en distintas modalidades el PRI y el PAN, carece de brújula desde hace algún tiempo, lo que abre la puerta a que sectores de la población encuentren asidero en los espejitos del discurso “libertario”.
La responsabilidad de las izquierdas y de las fuerzas progresistas frente al ascenso de la ultraderecha pasa por hacer buenos y mejores gobiernos, por mejorar de manera sostenida y consistente las condiciones de vida de la población, y por combatir seriamente la corrupción.
Lo que no se nombra no existe, ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum, quien también estima que el discurso de la ultraderecha, sustentado en el racismo y el clasismo, no tiene lugar en el México actual.
Por lo pronto, es preciso desmontar de manera cotidiana las mentiras de los ultras y luchar también contra los discursos que normalizan a quienes hacen el saludo nazi, llamándolos, como hacen muchos de los grandes medios de comunicación. “Polémicos” o “controvertidos”.
No, a los fascistas hay que llamarlos por su nombre.
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