Elogio al mundo de Krahn

El premio para los mejores ilustradores es, a menudo, la invisibilidad. Acostumbrados a ver a Sempé en el Paris-Match de los 70, a Perich en el TeleXpress a Forges en El País o a Plantu en Le Monde , los necesitamos y los ignoramos como el café con leche de la mañana, algo rutinario hasta que nos falta. Tan parte de nuestra vida, tan evidentes… olvidando que todas las angustias de Cioran son nimias frente a la tragicomedia cotidiana del français moyen de Sempé o que Forges creó el léxico de la transición como Cesc la imagen del sufrido españolito. Sin ellos, nuestro imaginario sería más pobre.
Durante muchos años, Fernando Krahn fue la guinda de nuestro placer dominical con la prensa: endulzaba (y a menudo acidulaba) las frivolidades del Magazine de La Vanguardia despidiéndose desde la última página con sus historias de personajes hirsutos, perplejos, determinados, grandilocuentes, taciturnos, misteriosos, entusiastas, abatidos, tan próximos y a la vez tan remotos. Y esa algarivez es lo que lo salvó de la invisibilidad: imposible saber en qué país transcurren sus fábulas, de qué galaxia vienen sus habitantes de mirada intensa. Los franceses de Sempé son el francés como los barbudos de Forges son el progre (de cuando progre no era un término despectivo) y los señores con boina de Cesc, pues eso. Pero los de Krahn…
De su lápiz surgió una fauna fascinante de depredadores fatuos, siniestros y voracesKrahn venía de lejos: llegó a España desde Chile con su familia en el 73, a pasar unos meses al amparo de una beca. Por razones retrospectivamente obvias la estancia se convirtió en definitiva, y su talento se sumó al de tantos otros exiliados argentinos y chilenos que sacudieron nuestro proverbial provincianismo. Agradecido, este los bautizó a todos con el genérico de sudacas. Pero el talento a veces triunfa y Krahn, con su cultura, su talante y esa accesibilidad que la emigración impone, pronto se hizo amigo de colegas y escritores, fascinados por una colección de imágenes turbadoras con las que el artista intentaba digerir la tragedia de su país, que todos nosotros percibíamos como la tragedia de todo el mundo: para los (perdón) progres que éramos, el asesinato de Allende fue el asesinato de la libertad cinco años después de la Primavera de Praga. Vaya tela.
De entre los muchos que se sintieron hechizados por esa fauna de parásitos, depredadores siniestros, voraces y fatuos salida del lápiz de Krahn, Joan Brossa lo bautizó poeta visual y puso nombre y apellidos a cada una de las turbadoras imágenes que Editorial Destino reunió en El fuet de cent cues en 1988.
Una mujer fotografía ilustraciones de Krahn que se exponen en El Piset
isabel RabassaUna selección de esas imágenes es la que puede verse ahora en la galería El Piset en la calle Xuclà 16, a un paso de la Rambla, y les recomiendo la visita. El Piset es eso, un piset , y en ese espacio acogedor y refinado, el afecto y el saber de Matias Krahn (hijo de Fernando) de Isabel Rabassa y de Maria Cuéllar han creado uno de esos espacios de arte que enriquecen el paisaje de las exposiciones en Barcelona.
Es un Krahn muy distinto de nuestro Krahn, el del Magazine : estos personajes son arquetipos de maldad, como lo eran los de los grandes dibujantes expresionistas de Weimar, y los textos de Brossa los hacen más inquietantes, pero ni con toda la amargura que el artista debía sentir en esos momentos es capaz de odiar a fondo: siempre hay un velo de ironía en su mirada, como reconociendo que esos monstruos no son otra especie. Así como en el fondo de la bonhomía y la indulgencia con que mira a sus entrañables personajes dominicales late una extrañeza, una inquietud por lo que el más anodino y normal de nosotros es capaz de hacer.
¡Qué grande, Krahn! No se la pierdan.
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