En Aconcagua Radio Beatriz Bragoni explica las claves históricas que diferencian el 25 de mayo del 9 de julio

La historiadora Beatriz Bragoni, miembro de la Academia Nacional de la Historia, ofreció un análisis detallado en Aconcagua Radio acerca de la importancia del 25 de mayo y el 9 de Julio, y ayudó a desentrañar el verdadero sentido de cada efeméride.
“La diferencia es muy importante y está bueno aclararla”, introdujo Bragoni. “El 25 de mayo de 1810 supone un acontecimiento político que consiste, básicamente, en dos cuestiones: destituir al virrey Cisneros, que comandaba todo el Virreinato del Río de la Plata, y formar una Junta Provisional de Gobierno”, explicó.
Así nació la Revolución de Mayo, pero —advierte la historiadora— con una fuerte impronta centralista: “Fue una decisión eminentemente porteña que luego intentó proyectar su poder sobre todo el virreinato”. Para eso, Buenos Aires envió comisionados a las ciudades del interior a exigir obediencia. “Ahí se suscita un problema enorme: la guerra”, puntualizó Bragoni, porque varias regiones se resistieron a aceptar esa autoridad.
Montevideo, por ejemplo, se mantuvo fiel al rey hasta 1814. Mientras tanto, el movimiento revolucionario enfrentaba resistencias similares en otras partes de América Latina, como Chile, Bogotá, Cartagena y Quito. “Fue un proceso largo y conflictivo, no unánime ni pacífico”, subrayó.
En cambio, el 9 de julio de 1816 marca un hito distinto: la declaración formal de independencia. “Fue un acto realmente de mucho coraje”, dijo Bragoni. “Se da en un contexto mundial muy adverso, con monarquías absolutas en Europa que combatían los movimientos independentistas en América”.
El Congreso de Tucumán reunió a representantes de las Provincias Unidas, no sólo para sellar el corte definitivo con la monarquía española, sino para consolidar un nuevo orden político. Y allí jugó un papel clave José de San Martín, quien presionó para que se convocara ese Congreso.
“San Martín pone una condición muy importante al gobierno porteño: obedecer sí, pero avanzar en la convocatoria de un congreso que declare la independencia”, relató la historiadora. “Él necesitaba que la guerra contra los realistas se hiciera como nación soberana, no como simples insurgentes”. Por eso fue uno de los grandes impulsores de la cita en Tucumán y hasta designó personalmente a los representantes por Mendoza, mientras que San Juan y San Luis usaron otros métodos de elección.
La elección de Tucumán como sede no fue casual: se trataba de una ciudad “más cercana a las provincias altoperuanas y alejada del litoral, zona de influencia de Artigas, que promovía un sistema más federal y descentralizado”, explicó.
Cuál fue el rol de MendozaEn ese proceso, Mendoza jugó un rol estratégico. San Martín llegó a la provincia en 1814, sin vínculos previos ni experiencia política local. “Tuvo que construir poder político desde cero”, recordó Bragoni. Lo hizo aliándose con el cabildo, los comandantes, curas y autoridades aduaneras. Fue muy enérgico con los opositores: “Ni una matrona se salvó: condenó al destierro en San Luis a una mujer de la élite que protestaba por la presión fiscal y el reclutamiento de esclavos y hombres libres”.
La historiadora valoró el mensaje reciente del gobernador Alfredo Cornejo, quien destacó en redes que “Mendoza jugó un papel fundamental y silencioso con San Martín a la cabeza, mientras en Tucumán se construía poder político”. Bragoni coincidió: “San Martín necesitaba ese poder para organizar el Ejército de los Andes y llevar adelante su plan militar”.
El costado más humano del relato también apareció en la entrevista. La historiadora detalló cómo era la vida cotidiana en tiempos de San Martín, sus hábitos alimenticios y la importancia del vino como símbolo cultural y herramienta logística. “San Martín tomaba vino todos los días, comía asado, a veces solo, y con un solo cubierto”, contó. “El vino no solo era una bebida de consumo habitual, sino un bien de cambio para financiar al ejército, comprar uniformes o sellar acuerdos con pueblos originarios, como los pehuenches”.
Además, “la dieta del ejército era muy austera: carne salada —el famoso charque—, algo de maíz, bizcochos, vino y, en ocasiones, tabaco”, describió. Las comidas típicas incluían “pasteles dulces, dulces de membrillo, frutos secos y guisos”, que siguen vigentes en la tradición criolla del locro y el asado.
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losandes