Juan Arturo Brennan: Apología de la censura

Juan Arturo Brennan
E
n el año 1975 se hizo famosa la canción de Paul Simon titulada originalmente 50 Ways to Lose your Lover (50 maneras de dejar a tu amante), que aquí se anunciaba y difundía casta y persignadamente como 50 formas de perder tu amor. Es que ¡qué feo suena eso de amante
! Una década más tarde, en 1985, se dio por estos lares una enorme difusión radiofónica a una canción del grupo español Hombres G cuyo estribillo dice: Sufre, mamón / Devuélveme a mi chica / O te retorcerás / Entre polvos picapica
. Había que difundirla, porque vendía mucho, pero… era ciertamente contraria a la moral y las buenas costumbres, y se transmitió masivamente con la palabra mamón
pudorosamente extirpada por medios electrónicos. Más aún: si a esas vamos, esta rola hace una clara invitación a la violencia vengadora. Estos son sólo un par de ejemplos; los hay por miles.
Si los traigo a cuento es porque en los meses recientes se ha desatado una cacofonía (que no debate) sobre el contenido e intención de los textos de ciertas canciones de géneros populares como el narcocorrido y el corrido tumbado, así como de los personajes que las perpetran y la manera en que las presentan. El 90 por ciento de lo que se ha dicho son estupideces mayúsculas, y los comentócratas y seudo-críticos no cesan en su verborrea incontinente, y andan dando palos de ciego como pollos sin cabeza. Y a la par de toda esa vacua palabrería, han ocurrido cancelaciones de tocadas, citatorios judiciales, multas, hostigamiento mediático y estatal, secuestro y asesinato de músicos y cantores involucrados en estos géneros, entre otras cosas. Y, ¿cuál es la frase clave de toda esta basura retórica? Apología de la violencia
, que igual sirve para un barrido que para un fregado.
Más allá del contenido a veces execrable de muchas canciones de esos géneros, quienes se rasgan las vestiduras y exigen justicia
con gritos destemplados deberían entender (si pudieran) que desde que la humanidad aprendió a cantar sus cantos han reflejado, siempre, el Zeitgeist, el espíritu de su tiempo. Y puesto que nuestro tiempo y nuestro lugar es el de la violencia absoluta e imparable, las canciones necesariamente han de reflejarlo; pretender silenciar esas visiones cantadas de la realidad contemporánea no sólo es absurdo, sino también peligroso, porque abre la puerta a un posible control oficial y oficialista de los contenidos artísticos.
Ahora se ha vuelto una moda convocar a concursos de composición para canciones que pongan de relieve los valores patrios, morales, cívicos y humanos
, y cualquier cantidad de sandeces por el estilo. ¿De qué se trata? ¿De crear rock suavecito y buena ondita? ¿De componer jazz facilito? ¿De cantar coplas alvaradeñas de corte familiar
? ¿De castrar al tango para quitarle su sensualidad, y al danzón su cachondería? De ahí a intentar supervisar y controlar las afirmaciones sociales y políticas de todo tipo de música hay sólo un paso. Y pareciera que estamos muy cerca de darlo. No tarda alguno de nuestros brillantes legisladores, expertos en la ocurrencia coyuntural, la ofuscación y la cortina de humo, y no particularmente versados en música y cultura, en proponer la creación y puesta en marcha de la C.C.C.C.C.C.C.C.C.C.C. (Comisión Coordinadora Camaral Conjunta Ciudadana para la Calificación y Certificación de la Cabal Corrección de Canciones y Corridos) que habrá de depender, cómo no, de Gobernación. Y, ¿sólo se supervisarán el narcocorrido y el corrido tumbado? ¿Y el reguetón, por ejemplo? No hay género más promotor y apologético de la violencia machista y sexista, y de la revancha clasista, y de la misoginia, y de la ideología aspiracionista que el reguetón. Por estas y otras varias razones, abomino del reguetón, y detesto a los reguetoneros y reguetoneras, sus textos tupidos de mami, mami, culo, culo, puta, puta
, sus repelentes videos y sus petulantes actitudes antisociales. Pero seré el primero en alzar la voz contra cualquier intento de acallar o reprimir a los perpetradores de reguetón o de cualquier otro género, por más deleznable que me parezca. En el momento en que aceptemos pasivamente el primer acto de supresión contra cualquier manifestación artística nos asomaremos al borde del abismo. Es claro que detrás de todas esas diatribas sobre la apología de la violencia
está latente una apología de la censura. ¡Qué peligroso!
jornada