La niña que jugaba con los muertos

T odo estaba prohibido, menos morir. Solo había alambres de púas y muertos. Montañas de cadáveres, que se podían escalar”. A los 12 años, Ceija Stojka jugaba con los muertos, que se habían convertido en sus protectores. Su madre le había enseñado a perderles el miedo, a abrigarse con sus ropas y a acurrucarse en los huecos de los cuerpos vaciados de carne y vísceras para resguardarse del frío. “Allí podía encontrar la paz y me protegía del viento. Me gustaba hacerlo”, le confesó muchos años más tarde a la cineasta Karin Berger. Eso, y masticar la savia de las ramas de un arbolito que se asomaba por las grietas del barracón, fue lo que le salvó la vida, sin agua y sin comida, en el campo de concentración de Bergen-Belsen, al que había sido trasladada tras sobrevivir a Auschwitz y Ravensbrück.
Ceija Stojka, en una imagen de 2005, rodeada de algunos de sus cuadros
AFP via Getty ImagesAntes de llegar a la edad adulta había visto cosas que nunca debería haber visto y escuchado sonidos atroces que nunca podría olvidar, pero como la mayoría de gitanos romaníes y sinti que escaparon al intento de extermino por parte de los nazis (hubo medio millón de víctimas directas) prefirió callar, rehacer su vida en silencio; el pelo teñido de rubio como escudo protector contra el racismo. Fueron encerrados en campos de exterminio, esterilizados, esclavizados, torturados en experimentos médicos o fusilados en matanzas colectivas, pero para la justicia posbélica no se trató de un holocausto gitano sino de una persecución legítima por parte de los hombres de Hitler contra la “plagas de los gitanos”, a los que asociaron a la delincuencia, la holgazanería y las conductas antisociales.
¿Cómo la salvó su madre del holocausto gitano y ella no pudo proteger a su hijo drogadicto?Nacida en Austria de una familia de tratantes de caballos, Ceija Stojka (1933-2013) regresó a Viena a pie y se busco la vida como vendedora ambulante de alfombras. Tenía 54 años cuando la muerte de uno de sus dos hijos a causa de una sobredosis la devolvió de golpe a aquel tiempo atroz. ¿Cómo era posible que su madre la hubiera salvado de la masacre y ella no había podido proteger a su hijo? Animada por Berger, que luego le dedicaría un documental, relató su historia tantos años silenciada en ¿Sueño que vivo? Una niña gitana en Bergen-Belsen y, sobre todo, comenzó a crear un archivo visual en forma de pinturas en las que plasmó desde su infancia feliz, cuando recorría en carromato los campos de girasoles, hasta la aniquilación de la población romaní, ella misma y sus compatriotas como palitos demacrados y sin rostro, las botas de los miembros de las SS en primer plano, como si fueran gigantescas chimeneas.
Lee tambiénEn 2019, el Reina Sofía le dedicó una hermosa exposición y ahora algunos de sus cuadros forman parte de la muestra Fabular paisajes que Manuel Borja-Villel presenta en el pabellón Victòria Eugènia. La artista los firma, en la parte inferior, con una ramita de aquel árbol salvador dibujada junto a su nombre.
lavanguardia