Las gaviotas voraces

Sentada en un banco, una señora arranca de repente a gritar dando manotazos de angustia en el aire: “¿Qué tengo en la cabeza? ¡Ay, por favor!, ¿qué tengo?”. Le ha caído un pájaro encima, un gorrión diminuto cuyas garras se han emboscado en la maraña de pelo. ¿Habrá saltado del nido? La cría aletea desesperada. Me sobrepongo al repelús plumífero y deposito al gorrioncillo en un alcorque. Una mujer que se ha sumado al corrillo chasca un trozo de pan y se lo desmiga. “Que coja fuerzas al menos”, dice. ¿Sobrevivirá en la selva urbana? Me marcho pensando no tanto en que lo despachurre un coche, como en las gaviotas.
Las gaviotas robando comida en el patio de la UPF .
Mané Espinosa / PropiasA la mañana siguiente, zas, aparecen las estupendas fotografías de Mané Espinosa en la plaza de la Gardunya, la secuencia que capta cómo una de estas aves siniestras se abalanza sobre el plato de paella de una turista para robarle un gambón. El ejemplar de gaviota patiamarilla se lleva el trofeo en el pico. ¡Menudo susto! Imposible disociar el encontronazo de la película Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock. Pienso en la escena en que Tippi Hedren se encierra en una cabina telefónica para guarecerse.
Daphne du Maurier, autora del relato homónimo (1952), desdeñada durante décadas como simple escribidora de novelitas románticas, aborrecía la versión de su compatriota británico. Aun habiendo ejecutado una obra maestra, Hitchcock descafeína un tanto el asunto; traslada la acción a Bodega Bay, un escenario urbano de la soleada California, y concentra la agresividad de los pájaros sobre todo en una mujer, la actriz rubia, dándole a la historia un sesgo edípico, psicológico. Hedren, la exsuegra de Antonio Banderas, lo pasó fatal; cuentan que un día abandonó conmocionada el rodaje, gritándole “¡cerdo gordo!” al rey del suspense. Vete a saber. Lo que parece casi seguro es que Hitchcock se habría llevado hoy alguna colleja canceladora.
En ‘Los pájaros’, de Hitchcock y Du Maurier, las aves se confabulan contra la especie humanaLa nouvelle de Du Maurier transcurre en un escenario rural, en la tormentosa Cornualles, en la costa occidental británica, todavía bajo la austeridad de la posguerra mundial. Aunque no habrá explicación alguna de por qué gaviotas, cuervos, grajos, alcatraces y otras aves se confabulan para emprender un ataque asesino contra los humanos, aparecen aquí y allá señales que hablan de la paranoia de la guerra fría (“los rusos han envenenado a los pájaros”), como subrayó Mark Fisher en su ensayo Lo raro y lo espeluznante . Los pájaros han dejado atrás sus diferencias, dice Fisher, “para desarrollar una suerte de conciencia de especie, análoga a la conciencia de clase”. La sociedad del bienestar se tambalea.
Lee tambiénDudo que las gaviotas que roban comida a los turistas anden preparando la revolución, pero su agresividad tal vez sí explique algo. Se han convertido en carroñeras del presente; consumen voraces nuestra basura, nuestro gran festín también predador. En cualquier caso, la ocasión viene que ni pintada para reivindicar a Du Maurier, de quien la editorial Alba acaba de publicar Los parásitos , novela inspirada en su familia.
lavanguardia