Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Mexico

Down Icon

Léon Degrelle y los nazis que amerizaron en la Playa de la Concha el día después de la rendición del Reich

Léon Degrelle y los nazis que amerizaron en la Playa de la Concha el día después de la rendición del Reich

"Ambicioso vanidoso y audaz", así aparece descrito Léon Degrelle en las páginas del dramatis personae de El último vuelo, de Fernando Castillo (Renacimiento). Después, en persona, Castillo amplía su definición: "Era alto, guapo y simpático y era culto o, por lo menos, tenía lecturas. También era un fabulador y sus memorias están tan llenas de embustes que hay momentos en los que hace reír", cuenta el autor a EL MUNDO. "Era un caricruz, uno de esos personajes que se lo jugaban todo cada vez y siempre conseguían una vida extra". "Era un estafador, se arruinó cien veces y siempre encontró quien lo salvara, a quién endosar sus deudas". "No creo que naciera para ser un nazi; durante muchos años fue un conservador cristiano, más o menos nacionalista valón... Pero se convirtió en un fascista sin matices y nunca se arrepintió de ello. No era como Jean-Marie Le Pen, que intentaba modernizar el significado de la palabra fascista. Degrelle hablaba de Hitler y de las SS, negaba el Holocausto... No tenía ningún complejo". "Era un mujeriego. Cuando escribió en sus memorias sobre su huida a la desesperada por Dinamarca y Noruega, dedicó párrafos y párrafos a contar lo mucho que le gustaban las mujeres escandinavas". "Era un hombre siniestro. Y no me refiero con siniestro a fascista, me refiero a algo más".

Léon Degrelle es uno de los personajes centrales de El último vuelo, un libro que, es en realidad, una parte de la obra obsesiva y fascinante de Castillo. Desde Noche y niebla en el París ocupado y La extraña retaguardia hasta París Modiano y Los años de Madridgrado, el autor ha escrito media docena de libros-collage, hechos de personajes oscuros que se mueven y conectan en Madrid en los años de la Guerra Civil y en París durante la ocupación nazi. Poetas fascistas, escritores de teatro estalinistas, traficantes de antigüedades, actrices belgas, amantes judías, matones al servicio de la Gestapo, pilotos de guerra que habían combatido para la Rusia blanca, campeonas en Roland Garros, pasionarias y petaines... Fanáticos y oportunistas, suicidas y supervivientes. En El último vuelo, ese elenco reaparece en sus peores momentos: huyendo de las guerras que habían perdido. Así, Rafael Alberti, María Teresa León, Palmiro Togliatti y decenas de republicanos españoles están retratados en el libro de Castillo al subir a los Douglas DC2 y Dragon Rapide que los habrían de llevar desde las pistas de Albacete, Murcia y Alicante hasta Orán y Toulouse, igual que Louis-Férdinand Céline, Corinne Luchaire, Pierre Laval y las élites de la Francia collabo aparecen volando en aviones Junkers y Heinkel de Francia a Alemania y de Alemania a España cuando el Reich de los mil años se les venía abajo.

Ninguno de esos vuelos fue tan insólito como el de Léon Degrelle, que amerizó en las aguas de la bahía de La Concha a las seis de la mañana el siete de mayo de 1945, una semana después del suicidio de Adolf Hitler y un día después de la rendición de Alemania. Hace ahora 80 años. El avión era un Heinkel 111 H-23, una variación de un bombardero dedicada a transportar paracaidistas, y llevaba pintada en su fusilaje la Balkenkreuz, la cruz de los ejércitos alemanes. Su estruendo al amerizar despertó a toda la ciudad. En San Sebastián corrió el rumor de que Adolf Hitler y Albert Speer volaban en él, pero pronto se supo la identidad de los tripulantes: Albert Duhringer, piloto; Benno Epner, su ayudante; Gerhard Stride, mecánico; Georg Kubel, telegrafista; Robert du Welz, capitán de las SS; y Léon Degrelle, el general de la División Valonia, el hijo predilecto del II Reich, el hombre del que Hitler dijo que encarnaba al hijo que nunca tuvo. Bueno: eso dijo Degrelle que dijo Hitler, pero Fernando Castillo sospecha que fue una de sus fantasías.

¿Cómo llegó Degrelle a San Sebastián? Su huida empezó en junio de 1944, la última vez que estuvo en Bruselas, su ciudad, donde enterró a su hermano Edouard, un farmacéutico asesinado en un atentado de la Resistencia. En los siguientes meses, Degrelle estuvo en el frente del Este con la División Valonia y en las cortes del Eje en retirada: Baden Baden y Sigmaringen (los refugios de los colaboracionistas franceses tras la liberación de París), Milán, Berlín... El 20 de abril, en el territorio que hoy es el norte de Polonia, reunió a sus tropas, un conjunto ya muy diezmado de voluntarios belgas de habla francesa que, desde junio de 1943, tenían la categoría de Waffen-SS. Les dijo que la guerra estaba perdida para el Eje, les entregó documentación falsa de civiles a los soldados y les recomendó que se hicieran pasar por trabajadores forzados de los nazis. Buena suerte.

Léon Degrelle, en 1943, con su uniforme SS de la División Valonia.
Léon Degrelle, en 1943, con su uniforme SS de la División Valonia.Roger Viollet
Una Suiza del Norte

Degrelle y su asistente, Robert du Welz, pasaron por Lubeck y Kiel, puertos bálticos de Alemania. En la noche del suicidio de Hitler, el dos de mayo, saltaron a Copenhague. "Cuando muchos de sus compañeros de armas se suicidaban, Degrelle tenía el instinto de supervivencia de intentar un salto imposible más", cuenta Castillo. Dinamarca había sido, durante la guerra, un caso extraño de ocupación, relativamente amable. Los judíos de Copenhague no habían sido enviados a los campos de exterminio, las ciudades no habían sido bombardeadas y Degrelle pensó que el reino de Christian X podía convertirse en una Suiza del norte. Sin embargo, los británicos entraron en Dinamarca el cinco de mayo y el nazi belga tuvo que escapar en el último momento, embarcado en un dragaminas, hacia Oslo.

En Noruega quedaban 300.000 soldados alemanes que no recibirían la orden de rendirse hasta el día siete y que mantenían cierto control sobre Oslo. Los dirigía un Gauleiter especialmente odiado, Josef Terboven y los apoyaba un primer ministro colaboracionista de línea durísima, Vidkun Quisling, aún más feroz que Degrelle. Juntos, refugiaron al general belga de las SS dos días y le revelaron que un Heinkel 111 H-23 y su tripulación estaban listos para la última escapada en el aeródromo de Gardermoen, el actual aeropuerto de Oslo.

"Degrelle escribió después que ese era el avión que había tenido a su disposición Albert Speer, pero ese es otro de sus embustes", cuenta Castillo. "Speer viajaba en un Focke Wulf, mucho más moderno y cómodo que el Heinkel. Lo increíble, de todas formas, es que Degrelle consiguió lo imposible y escapó, algo que no lograron ni Quisling ni Terboven... ¿Sabe cuáles fueron los países que reprimieron con más dureza a los colaboracionistas cuando acabó la guerra? Bélgica y Noruega".

Al Heinkel 111 H-23 se le atribuye una autonomía de 2.300 kilómetros y el punto de España más cercano de Oslo está a 2.200 kilómetros. Sin embargo, el piloto Duhringer no pudo volar en línea recta. El Heinkel tuvo que orientarse a tientas, divisando luces, adivinando que unas tenían que ser las de Hamburgo y otras las de Burdeos. Degrelle escribió en sus memorias que voló sobre París y que vio las luces de los coches y de los festejos de sus enemigos, pero Castillo cree que esa fue otra fantasía. Antes de que acabara la noche, el combustible se acabó cuando el avión sobrevolaba Biarritz, así que Duhringer planeó hasta hacerlo cruzar la frontera y llevarlo a un amerizaje nunca visto en la bahía de San Sebastián. Si esa operación hubiese ocurrido en las aguas de San Juan de Luz, Degrelle habría sido entregado por Francia a los resistentes de Bélgica que, sin la menor duda, lo habrían ejecutado.

El Heynkell de Degrelle, en San Sebastiánm el ocho de mayo de 1945.
El Heynkell de Degrelle, en San Sebastiánm el ocho de mayo de 1945.FUND. KUTXA

¿Qué se encontró Léon Degrelle en San Sebastián? Lo primero, unos cuantos huesos fracturados que lo llevaron al Hospital Militar General Mola, en el barrio de Egia. Iba vestido de uniforme. "El resto de la tripulación salió bien parado", cuenta Castillo. Durante su convalecencia, los amigos españoles de Degrelle, encabezados por José María Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde y futuro alcalde de Madrid, se lo llevaron en un coche y lo escondieron. "Nadie hacía algo así en España en esos años sin el permiso del régimen", explica Castillo. Pero la dictadura jugó a hacerse la despistada. Cuando Bélgica reclamó la extradición de su hijo más odiado, España dijo que no sabía dónde estaba. "Y, después, extraoficialmente, lo ofreció como una prenda: os damos a Degrelle pero vosotros nos ayudáis a normalizar nuestra situación en Europa y a olvidar nuestro pasado de amistad con el Reich", cuenta Castillo. Bélgica se lo tomó mal y retiró a su embajador.

Dio igual. Degrelle sobrevivió como pudo a los años 1946 y 1947, aquellos en los que el franquismo fue más frágil, y después, hizo lo que mejor sabía hacer: seducir, enredar y engañar, enriquecerse, arruinarse y volver a enriquecerse, exhibirse y contar sus aventuras para conquistar a un público renovado a partir de los años 70, cuando el nuevo fascismo entró en el paisaje político de Europa. Mandó hacerse un traje blanco de general de las SS, como si viviera en una obra de teatro. ¿Y sus compañeros en el vuelo de Oslo hasta San Sebastián? Los alemanes volvieron a casa. Eran jóvenes y no tenían crímenes por los que responder. Robert du Welz pasó por Miranda de Ebro y por la calle Zurbano de Madrid y acabó en Lora del Río, en Sevilla, donde llevó una vida discreta. Degrelle también se fue a vivir a la misma comarca, al pueblo de Constantina, donde se construyó un palacio llamado La Carlina y lo llenó de tesoros arqueológicos rapiñados. Du Welz acabó por romper la relación con su jefe, probablemente por algún asunto de dinero. Degrelle murió en Málaga en 1994. De modo que vivió 18 años en democracia y nunca le fue mal.

elmundo

elmundo

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow