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No somos pijos, se lo juro por Snoopy

No somos pijos, se lo juro por Snoopy

Snoopy era de pijos. Se lo juro por él mismo. No era un pijerío debatible, aunque cada vez menos, como el de los festivales de música indie y las Adidas clásicas ni una apropiación cultural para invadir nuestros bares como las Converse y la barba. No. Snoopy, Woodstock y el pobre Charlie Brown, que sólo tenía un polo en el armario, eran pijos y punto.

En los profundos 80, fuimos un verano a visitar a mis tíos, los que manejaban, a su destino vacacional habitual: Marbella, por supuesto. Mi madre, quizás por integrarnos, se pasó todo el viaje echándome los culos de cerveza playeros en el pelo para mantenerme el rubio (fracasó) y me compró una sudadera azulona con Snoopy sobre unas letras que confirmaban la tesis inicial: Puerto Banús. Me encantaba porque, no voy a mentirles, siempre me ha sentado de maravilla el azul y, además, adoraba aquellos tebeos. En cuanto volví a mi barrio, Moratalaz, y la llevé un día al cole entendí el error. El recibimiento no fue bonito. En aquellos tiempos en que la conciencia de clase aún era algo más que un recuerdo nostálgico, Snoopy estaba prohibido fuera de la M-30. Guardé la sudadera y nunca más.

Ahora Snoopy ha vuelto y lo celebro porque siempre fue lo contrario de lo que nos vendían. Un perro que soñaba con ser escritor, aviador o jugador de hockey para escapar de su vida aburrida de mascota. A su alrededor, una panda de perdedores que no se rendían, de amigos que no se traicionaban... o sí, pero se perdonaban siempre. Sucios de polvo, buscando su lugar en una manta raída, con inseguridades y una angustia vital constante que no ha sentido un pijo en su vida.

Cada noche, en el enfermizo repaso a Instagram para cotillear cosas que no me interesan de gente que no me importa, me saltan anuncios de diferentes marcas de ropa, diría que de todas, ofreciéndome prendas de Snoopy y el jodido perro no puede ser más fotogénico, esa es la verdad. En la tele, hay que tener cuidado si quieres ir disfrazado de mago (americana con camiseta) porque cabe la posibilidad de que otro tertuliano cuarentón intentando parecer joven lleve a Snoopy tumbado en la caseta roja mientras tú lo luces en bicicleta con Woodstock y quede un poco raro. A la salida del cole, los padres parecemos los niños con tanto dibujito.

No me quejo, me encanta poder presumir al fin con libertad de uno de mi personajes favoritos y mi armario empieza a parecer una perrera. Mientras escribo, suena el telefonillo para entregarme la Switch 2 el día de su lanzamiento y me da pereza recorrer el pasillo. Aparto unas Samba que he dejado por medio. Al volver con la caja, miro por la ventana y veo mi actual barrio...

Mierda, Snoopy sigue siendo de pijos.

elmundo

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