Puerta Grande para Jandilla, la corrida de la feria: Borja Jiménez y Sebastián Castella se quedan en el umbral en Las Ventas

La corrida de soltó Jandilla fue de Puerta Grande. No ya para los toreros, sino para sí misma. Si pudiera sacarse a hombros al ganadero, ahora mismo Borja Domecq ya tendría la foto en volandas por la calle de Alcalá. Fue la corrida de la feria, con permiso de Victoriano. Hubo una joya como Vid, que cuajó Borja Jiménez, y otra como Zafio, que gozó Sebastián Castella. De diferente pero excelente bravura. Esos fueron los puntales de un sexteto que marcó la diferencia en estos últimos días entre lo que es el movimiento del toro y lo que es embestir de verdad. Sin el final de comieron perdices y vivieron felices para tan importante torada.

BJ toreaba en principio con dos funcionarios -de prisiones-, y contó con la simpatía de la gente a favor. Volvía además como triunfador del último San Isidro para encarar un tramo intenso de este ciclo, pero su luminosa faena resucitó al mejor SC. Por la espada se quedaron uno y otro sin la gloria debida. Una oreja de peso para el de Espartinas, una vuelta al ruedo para el de Beziers. Poco premio.

Como tercero saltó a las 19.49 un toro de dibujo perfecto, un tacazo de armonía, un dije, les dicen. De cuello espléndido y un clase superlativa que bajaba por el tobogán de su humillación. Definido desde los lances primeros. Casi desde antes, cantado por el tranco anunciador. Vid se llamaba el jandilla de bravura aterciopelada. Borja Jiménez lo cuajó desde los doblones de apertura, rompiendo el toro hacia delante, exigiéndole una barbaridad siempre. La plaza bramó desde entonces como si la liberarán del castigo, del yugo de los pelmas. Late en Borja una alegría plena. La faena sucedió por las dos manos, en busca siempre de la curvatura, del trazo hacia detrás de la cadera, donde moría por abajo.

BJ jugó los vuelos de su izquierda muy encajado sobre los riñones y el compás abierto, y Vid ponía el otro compás, el de la calidad. Ni un pero al torero de Espartinas, con la carne en el asador en todo momento. Desde aquella trinchera de rodillas inicial a aquellas al paso del broche. Cuando el jandilla había dicho ya, vaciado de bien embestir con tantísima entrega. No es lo mismo que pasar. Del recto volapié quedó una estocada caída de muerte rápida. La pañolada se desató con fuerza. El presidente sabía que le iban pedir la segunda. Como sabía de la colocación de la estocada. Y aguantó. La oreja contó verdadero peso.

La faena sacudió el orgullo de Sebastián Castella que volvió del viaducto y se desprendió de la cáscara ajada del aburrimiento. Reverdeció la versión de ese Castella que acumula en el siglo XXI en esta plaza el currículo más importante. Enfrente contó con Zafio, de imponente trapío, engallado, otro toro extraordinario. De otro modo, con otro ritmo, una bravura de más peso y profundidad. SC se asentó, aclaró ideas, corrió la mano, templadamente, dormida o en espera su izquierda. Hasta que redujo espacios y ardió Madrid. Todo lo que hizo el soberbio toro de Borja Domecq desprendió una seriedad enorme. Como también Castella. Que se atascó al final con la espada para jibarizar el triunfo a una vuelta al ruedo.

Borja Domecq marcó la diferencia en estos últimos días entre lo que es el movimiento del toro y lo que es embestir de verdad.

Un toro aleonado, cargado por delante, de flexibilidad limitada, tocado arriba de pitones, coronando su trapío y su baja lámina, que se afinaba por detrás, abrió la tarde. De salida desarmó a Castella con las manos por delante, por dentro, por el pitón izquierdo. Su lado siempre fue el derecho, con un punto seco en el tornillazo de final de su noble pasar. SC principió con seis doblones, seis, rematados por partida triple. Una frondosa serie de seis derechazos, seis, planos como una tabla así como para gastarlo todo pronto. El problema es que cada vez que el toro le tocaba la muleta se descomponía, y esto sucedió en demasiadas ocasiones. Toro para más, pero no había despertado aún el galo.

Despegado del piso, zancudo, con generoso y elástico cuello, el jandilla que hacía segundo traía desde el inicio un temple exquisito prendido en su pitón izquierdo. Y también el poder preciso. JMM lo tundió en el prólogo de faena con esa muleta que es un arma de destrucción masiva. Increíble el bofetón cuando venía pidiendo caricias. Aun así le regaló embestidas para que Manzanares trazase naturales como una psicofonía del pasado, fantasmal. El jandilla se deslizaba con suaves calidades. Su siguente toro se desgració de salida y el sobrero, también de Jandilla, no valió. Pero el modo de andar con él es para que se lo piense más pronto que tarde. Ese sobrero desdibujó la coda de Jandilla, y el gigantesco último le faltó fondo en la bodega. BJ lo quiso mimar en el caballo porque apuntaba cosas y a la vez le abrió faena de rodillas arrastrándole la muleta... Había que apostar, vale. No duró el toro, que contaba con buen embroque pero más allá soltaba la cara, y lo mató otra vez por los blandos.