En el caos no hay error

Aún tengo imágenes detrás de los ojos, de las más de cinco horas de tenis entre Jannik Sinner y Carlos Alcaraz. Más allá de la resistencia física y la belleza y dificultad del juego, se me queda la importancia de las reglas y las líneas blancas que delimitan el juego, las dobles faltas y los errores no forzados, la red y las disculpas, la aceptación del silencio en un momento dado por parte de la grada. El respeto unánimemente a todo eso, a ese entramado de normas y costumbres, la elegancia del ritual, el hambre competitiva y la admiración de los dos jugadores, así como el celo con el que se aceptaban unas normas imprescindibles para que pudiera existir el juego, las matemáticas y la física al servicio del talento y el oficio.

Jannik Sinner y Carlos Alcaraz
Clive Brunskill / GettyEl mundo –ajeno al deporte y la competición– parece sumido en el caos y, como recuerda la canción, en el caos no hay error. Ante la ausencia de reglas consensuadas y habituales, ante el desorden no hay nada que indique que hay una forma correcta o incorrecta de hacer las cosas. En el caos, hagas lo que hagas, nunca te equivocas. Tampoco aciertas. Dejas que las cosas sucedan, de forma imprevisible. En esas coordenadas, no se puede jugar ni construir nada. Sin reglas, no hay diversión, no hay correcto o incorrecto, no hay hechos sino solo opiniones. En el caos da igual que la pelota dé en la línea, da igual Roland Garros, da igual la democracia. No sabes a qué atenerte. El semáforo en verde puede que te permita cruzar la calle o que ese camión se te lleve por delante. Todo es posible, todo está bien sin estar mal y al revés.
En este mundo caótico lo único que ha permanecido en pie ha sido la competición deportivaEn este mundo caótico donde la verdad o los hechos ya no importan, lo único que ha permanecido en pie ha sido la competición deportiva, las normas, los calendarios, los colores de los equipos en las distintas disciplinas.
Lee tambiénEl futuro ha sido devorado por lo imprevisible y por un presente acelerado y tecnológicamente incomprensible. Solo nos han quedado el deporte, las reglas, el fuera de juego, el tiro de tres, la pasividad y el ace en el saque. Y la lección de que necesitamos un entramado de normas y reglas consensuadas, un sistema ético de valores sobre los que edificar un partido inolvidable de más de cinco horas de tenis como lo es una catedral gótica, tan leve a la vez que tan imponente.
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