La táctica de la cuenta atrás

Las relaciones del F.C Barcelona con el Athletic Club han permitido dispersar la atención de otros temas igual de turbulentos. La sanción de 15 millones de la UEFA por incumplir el fair play financiero, por ejemplo, enterrada bajo las toneladas de polémica, auténtica e inducida, provocada por la renovación de Nico Williams. O la fecha de apertura parcial del nuevo Camp Nou, que, a medida que se agota la cuenta atrás, hace emerger un iceberg de ingeniería preventiva para justificar incumplimientos inminentes. El esfuerzo de Víctor Font por presentarse como alternativa lo mantiene en una paradoja permanente: cuanto más rotundo se manifiesta como opositor, menos influye en la disipada vida culé.
En los últimos años, y refugiándonos en el crédito de los desastres perpetrados por la directiva de Josep Maria Bartomeu, hemos aprendido a interpretar la temeraria presidencia de Joan Laporta desde una doble conciencia asimétrica. Una doble conciencia que invita a sospechar que, en el mundo del fútbol –y especialmente del fútbol español–, actuar con transparencia y ofreciendo la otra mejilla no solo es contraproducente sino que es suicida.
No tiene sentido que, en el caso Williams, el Barça haga una autocrítica responsableEn el ya histórico documental FC Barcelona Confidential (¡del año 2004!) veíamos al entonces vicepresidente Sandro Rosell exclamar, muy indignado: “¡No podemos ir con el lirio en la mano!” El equilibrio del actual mandato de Laporta radica en mantener viva la enfática propaganda de los valores y, al mismo tiempo, en dominar la picaresca, arbitraria e imprevisible, de un sector, el del fútbol de élite, que nunca superará una auditoría ética mínimamente solvente y que exige un talento diplomático en el que la palabra y el rigor son relativos.
Este aprendizaje de la picaresca exige hacer compatibles la retórica grandilocuente de los valores y una astucia interesada que, para justificarse, siempre recurre al victimismo y a la paranoia de los que saben que ser paranoico no excluye que te estén persiguiendo. En este contexto de grandes problemas largamente arrastrados y de una situación financiera que sigue siendo extremamente delicada, el episodio de Nico Williams es más una anécdota que una categoría. Y eso también se ha notado en la dispersión comunicativa que, consciente de que la confidencialidad es sinónimo de opacidad, el Barça ha activado antes y después del desenlace.
El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta
Alejandro García / EFELa secuencia empieza con las declaraciones de Deco, que sabe expresarse para que se le entienda todo sin necesidad de ser explícito. Y sigue con el episodio, bastante más grotesco, de la sobrevenida reaparición del exvicepresidente económico Eduard Romeu, que introduce, como un disco solicitado, los privilegios fiscales del Athletic Club y, por extensión, de la fiscalidad vasca. En la práctica, y como suele ocurrir en los partidos de fútbol, la suma del factor humano y de las circunstancias no han favorecido el interés del Barça, tan respetable como el del Athletic. Por suerte, esta vez tenemos culpables a los cuales endosar la responsabilidad de errores que sería absurdo admitir. Si el Barça actual tiene la costumbre de no admitir nunca errores propios, no tendría ningún sentido que cuando quien los comete son los demás ahora empezáramos a hacer una autocrítica responsable.
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