El infierno está en la Selva Lacandona

La destrucción de la Selva Lacandona es tal vez el crimen contra Natura más infame en la historia de México. Ni siquiera ha tenido como contraparte el desarrollo económico y la solución a problemas de pobreza ancestral. Todo lo contrario. La destrucción de las cuatro quintas partes de la selva (incluyendo más de una tercera parte de la Reserva de la Biósfera de Montes Azules), ha ido de la mano de la simple multiplicación de un modo de producción arcaico y nefasto con un elevadísimo costo ecológico. Se ha extendido en la región la terrible práctica indígena de roza-tumba-quema para cultivos de subsistencia fundamentalmente de maíz. Se cortan con machete o motosierra árboles y arbustos que caen vencidos al suelo, se dejan secar como combustible, y en el estiaje se le prende fuego a la selva para acabar con ella y dejar los terrenos abiertos, listos para ser sembrados con maíz. La productividad de este sistema es increíblemente baja – de alrededor de una tonelada por hectárea al año – lo que reproduce la pobreza extrema. Se vuelve a quemar la tierra durante el nuevo ciclo agrícola, lo que empobrece aún más el suelo. Después de dos o tres años queda inservible y es abandonada, procediéndose entonces a destruir nuevas parcelas de selva. Los suelos de la selva – contrariamente a lo que se cree – son por lo general someros y pobres en nutrientes, sobre todo en tierras de ladera de cerros y colinas (que es lo predominante en la Selva Lacandona). Los nutrientes se encuentran circulando en la vegetación en un proceso ecológico maravilloso de altísima eficiencia.
Al quemarse la selva, la mayor parte de los nutrientes se pierden para siempre, y el carbono almacenado se libera a la atmósfera en forma de bióxido de carbono (CO2), gas de efecto invernadero por excelencia. Las maderas preciosas como la caoba, el cedro ni siquiera se aprovechan; se consumen y desaparecen en el humo negro y denso y aire irrespirable que envuelve a la región Lacandona durante los meses de estiaje. Todas las iniciativas y proyectos de manejo forestal sostenible en comunidades indígenas en la región han fracasado, en parte, por el carácter irregular e ilegal de los asentamientos humanos, la ausencia de derechos de propiedad legalmente reconocidos, por impedimentos culturales, y por ausencia de instituciones locales relevantes de gobernanza. El mismo proceso de desmonte se sigue para el establecimiento de potreros de ganadería extensiva. Sólo permanecen pastos de bajísima productividad que soportan menos de una vaca por hectárea; la roca madre queda expuesta, y el paisaje salpicado por cadáveres de gigantescos árboles calcinados. Para evitar que vuelva la vegetación del bosque tropical, parcelas y potreros se queman de nuevo cada estiaje (para eliminar “malezas”) hasta que el suelo queda totalmente destruido y pierde toda capacidad regenerativa. Las parcelas agrícolas ya degradadas son utilizadas en muchos casos como potreros para el tipo de ganadería increíblemente improductiva que se practica en la región. Con mucha frecuencia, se llevan a cabo desmontes y quemas sólo en señal de posesión por parte de campesinos o ganaderos invasores, en un contexto de ilegalidad, conflictos y violencia, ocupación irregular, control por parte del crimen organizado, y caos en la tenencia y propiedad de la tierra. Los desmontes y quemas generalizados acaban con los últimos manchones de selva, desde donde, podría originarse germoplasma (semillas y esporas transportadas por el viento, aves, insectos polinizadores, murciélagos y mamíferos pequeños) capaz de regenerar el bosque tropical en áreas deforestadas, a través de una sucesión ecológica natural.
Así, también desaparece totalmente el hábitat para miles de especies vegetales y animales que quedan condenados a la extinción. Se trata de un férreo círculo vicioso de pobreza, ignorancia, ilegalidad, delincuencia social, colapso institucional, y devastación ecológica. Sólo resisten parcialmente las Áreas Naturales Protegidas. Es otra evidencia, aquí, trágica, de cómo, aún en contextos totalmente desfavorables, las Áreas Naturales Protegidas “funcionan” como instrumento de conservación. Son mejores que nada. Peor aún, el infausto programa de subsidios clientelares “Sembrando Vida” ha provocado el mayor pico de deforestación en la historia. Todo ello, en un contexto de extraordinaria explosión demográfica. La Tasa Global de Fecundidad (TGF) en la región de la Selva Lacandona se ha estimado en 3.5 y hasta 4.5 hijos por mujer, cuando a nivel nacional, la TGF ha mostrado una tendencia a la baja, situándose en 1.6 hijos por mujer en 2023. Los hijos, al crecer, demandan más tierras que son tomadas de aquellas en supuesto barbecho por la roza-tumba-quema, de acahuales o bosques secundarios, o bien, directamente, del bosque tropical primario que aún subsiste. Por último, además de la destrucción salvaje del capital natural, el exterminio de la Selva Lacandona ha generado emisiones masivas acumuladas de CO2 que equivalen al total anual de emisiones de México. El gobierno, indiferente o impotente, voltea a otro lado.
Eleconomista