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¿Ser autosuficientes?

¿Ser autosuficientes?

John M. Keynes es famoso por su papel en la política económica internacional del siglo XX y por sus contribuciones al análisis macroeconómico: el keynesianismo. También es conocido por sus aforismos. Según dicen, en cierta ocasión, cuando le preguntaron por qué había cambiado de parecer, contestó: “Cuando los hechos cambian, yo cambio mi opinión. ¿Usted qué hace?”.

A Keynes le tocó vivir grandes transformaciones de la economía y la política internacional. Fueron quizás comparables a las actuales y alteraron su manera de entender la economía. A principios de los años treinta del siglo pasado, el mundo sufría la Gran Depresión y Europa estaba inmersa en una enorme convulsión política. Keynes publicó entonces un artículo poco conocido (“National self-sufficiency”, The Yale Review, 1933) en el que propugnaba la autosuficiencia de los países, favoreciendo el consumo de productos nacionales y el uso exclusivo del ahorro interior como fuente de financiación. Este es el mismo Keynes que años después sería uno de los arquitectos de Bretton Woods. Unas instituciones multilaterales que han proporcionado al mundo un marco excelente de relaciones internacionales, integración económica y crecimiento global.

Alternativas Las crisis económicas son hechos nuevos y es legítimo buscar nuevas soluciones, pero partiendo de un diagnóstico de la causa correcto

En nuestro siglo XXI, el malestar económico y político es también considerable, y hoy, como entonces, son muchos los que, como Keynes, pueden caer en el desánimo y condenar el sistema de libre comercio por no ser, en sus palabras, “ni inteligente ni bonito ni justo ni virtuoso”. Las crisis económicas, de hoy y de ayer, son hechos nuevos y es legítimo cambiar de opinión, con nuevas políticas, nuevos argumentos y la búsqueda de nuevas soluciones. Pero en esa exploración de alternativas, es importante que el diagnóstico de la causa de los problemas sea el correcto.

Entre 1930 y 1940 el proteccionismo internacional agravó la Gran Depresión en lugar de solucionarla. Y la libre circulación de mercancías, personas y capitales no estuvo en la raíz de los graves problemas que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial. Ni del estallido de la Primera.

El economista John Maynard Keynes, en marzo de 1940

El economista John Maynard Keynes, en marzo de 1940

Tim Gidal / Picture Post / Getty Images

En el siglo XXI, el repliegue de la globalización es el resultado, de nuevo, de un error de diagnóstico, tal vez intencionado. Es fácil para el populismo culpar a los extranjeros de los males económicos domésticos para así desviar la atención de la ineficacia de las políticas propias, o tratar de alcanzar objetivos políticos inconfesables.

Keynes, un pensador genial, sucumbió durante un tiempo al hechizo proteccionista, pero ya en el propio artículo de 1933 intuyó que la experimentación con alternativas al sistema vigente debía ser extremadamente prudente y respetar ciertos límites. Terminaba su artículo advirtiendo que algunas de las propuestas de aquella época, como la que encabezaba Stalin, eran mucho más perjudiciales que el problema que pretendían solucionar, puesto que impedían “la crítica audaz, libre e implacable, que es una condición sine qua non para el éxito final”.

lavanguardia

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