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Vengo a ofrecerte mi corazón

Vengo a ofrecerte mi corazón

El cassette está de regreso. Las bandas editan nuevos y los oyentes jóvenes buscan los viejos, atraídos por su maleabilidad mecánica. Aparecen en los relatos apocalípticos de The Last Of Us y El Eternauta; tecnología obsoleta con una segunda vida. Será que lo viejo funciona, o que en la falta está la aventura. Si en la carencia de reproductores se escapa el texto inscripto en la cinta, más allá de la cajita plástica hay un vacío que descomprime el maremágnum digital de títulos relacionados y discografías completas que ahoga la navegación propia.

¿Qué buscan entonces los nuevos adeptos al cassette? El fetiche, por supuesto. Pero también la posibilidad de un relato autónomo, una cápsula impermeable al algoritmo. Una sobrescritura, que es la clave del éxito del cassette y de toda la música pop: una materia flexible y ambigua, apta para muchos tipos de vida. Mauro Libertella (Ciudad de México, 1983) partió de esa posibilidad de sobrescritura personal en Canción llevame lejos. Seleccionó una docena de canciones, las ordenó en un lado A y uno B, y pensó en la carga personal de cada una. Pero en lugar de grabar un cassette y adornarlo con ilustraciones a mano y birome, como hubiera hecho a mediados de los ‘90, se puso a escribir sobre esa membrana que se adhiere a la superficie audible de cada canción: experiencias de descubrimiento, liturgias de fan, discusiones de trasnoche, pedestales íntimos y nostalgias del fervor de la escucha.

Pero en lo que pudo ser un soliloquio enciclopédico al pie de la discoteca, Libertella tropezó con la espesura del vínculo que nos une a nuestras canciones favoritas. ¿De qué está hecho, cómo se solidifica? ¿Es solo un apego emocional, o las canciones que uno decide llevar consigo son también una ofrenda comunal, un deseo por formar parte de un cuerpo más grande? Esta es una tensión irresuelta para cualquier melómano. Un péndulo entre la afición privada por los discos y bandas ocultas que solo conocen los entendidos y los artistas populares y sus obras maestras inevitables.

Para este libro, el autor opta por lo segundo. Al menos esta vez, y en un canon que no está hecho por las métricas de los ránkings sino por la textura del gusto popular del siglo XX. Son The Rolling Stones, The Beatles, Bob Dylan, Charly García, Fito Páez, Nirvana y Oasis, pero también Nick Cave y Franco Battiato: el mix, al fin y al cabo, que toda compilación implica y que subraya lo paradojal del título (cita de Babasónicos). Las canciones nos llevarán lejos, más allá de nosotros y nuestro presente, pero siempre nos traerán de regreso a la forma en que las hemos escuchado a lo largo del tiempo, engrosando la membrana con la que las hicimos propias.

Si el arte del compilado consiste en ir guiando las emociones de quien lo va a escuchar, como sugiere Libertella en el prólogo, el inicio es una llamamiento a la épica empalagosa del rock de estadios. "November Rain" de Guns N’ Roses, con su introducción grandilocuente y su desarrollo operístico, es una invitación a reponer esas congregaciones pop de los ‘90 donde cabían el ridículo del air guitar y los tics de revolución.

Libertella se deja llevar por esas ambivalencias que ya no podemos llamar contradicciones: la apariencia amenazante de un rock mercantilizado que todavía era capaz de escandalizar a la prensa y erotizar a los jóvenes, y de lo que solo parece haber quedado la experiencia inmersiva hacia los índices de la última época que produjo fenómenos universales como el grand finale de "November Rain". Pero aunque estas ideas puedan insinuarse, el autor no las expone sino a través de las escenas en que se incluye y comparte con muchos otros. Como en la expectación por aquel primer desembarco de los forajidos Guns en tiempos del menemato y luego su regreso en la segunda década de este milenio, ya con Axl Rose hinchado por la medicación y el autor lejos del abigarrado auditorio de Ferro, oyendo el concierto desde una terraza.

Reescenificar el primer impacto de una canción es un recurso habitual para hablar de música. Aunque, como prueba Canción llevame lejos, casi cualquiera es bueno. Una noticia reciente, un sueño, el recuerdo de un viaje, la pregunta de un niño o una frase oída al pasar: todas llevan a la intensidad sensible de la música. Lo demás puede ser accesorio, e insignificante si todavía alguien cree que existen las experiencias personales puras.

Libertella elige insertar las canciones en relatos que son autobiográficos, si por ello se entiende la narración engañosa de la memoria. Pero en verdad son escenarios de posibilidad para medir la potencia y el alcance de la música. Es el teatro donde el autor ofrece la amplificación empática de los sentimientos que caben en una canción. Los doce textos son personales pero ninguno es ajeno: son experiencias personales compartidas, intimidades desindividualizadas.

Puede que Canción llevame lejos sea un libro del siglo XX. La educación sentimental del autor y los artistas seleccionados son nativos de esa era de discos, radio y pop. Un período en que la música tuvo una difusión inédita y probó su poder convocante a escala global. Hoy, que existe más música que nunca, la escucha es un trance privatizado: cada oyente es un mercado y todo artista está detrás de descubrir y alimentar su nicho.

¿Cómo se podía vivir con un solo disco al día, durante quince días, como Mauro Libertella con "La hija de la lágrima" por los paisajes del sur? ¿Qué tipo de apego tenemos con las canciones hoy, que son un link intercambiable superpuesto con otros estímulos? ¿Qué pasa en este siglo, que la música también funciona como aislante? Ante la creciente vacancia de crítica musical que reúna debates, lo que Libertella hace en Canción llevame lejos quizás sea la última forma de compromiso con la música: una conversación abierta sobre las obsesiones y emociones que nos dejan menos solos.

Canción llevame lejos, Mauro Libertella. Vinilo, 128 págs.

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