El debate definitivo: ¿es la Coca-Cola de México más saludable que la estadounidense?

Coca-Cola comenzará a vender en Estados Unidos su fórmula mexicana, endulzada con azúcar de caña
iStock
Cuando se consume una Coca-Cola, rara vez se presta atención al tipo de azúcar que contiene. Sin embargo, la empresa más famosa de refrescos en el mundo utiliza fórmulas diferentes según el país en el que se comercializa su producto.
“El motivo principal es que los países tienen distintas maneras, desde el punto de vista agronómico, de producir el endulzante más barato”, explicó a BBC Mundo Parke Wilde, economista alimentario de la Universidad de Tufts, en Estados Unidos. “Y en Estados Unidos, eso se logra a partir del maíz o las remolachas de azúcar”.
Puede ver: La cuota de Coca-Cola a la economía colombiana: ¿cuántos empleos genera al país?
Dado que EE.UU. es el mayor productor de maíz a nivel global, muchas compañías de alimentos, incluida Coca-Cola, optan por endulzar sus productos con jarabe de maíz de alta fructosa, un líquido extraído del maíz que es más barato que el azúcar de caña.
Esta diferencia ha llevado a que la Coca-Cola mexicana —endulzada con azúcar de caña— se convierta en un producto codiciado por muchos consumidores estadounidenses. Entre ellos, el expresidente Donald Trump, quien afirmó que la versión mexicana “es simplemente mejor”.
A raíz de esa popularidad, Coca-Cola anunció recientemente que comenzará a producir y vender en EE.UU. su bebida endulzada con azúcar de caña, además de mantener la fórmula tradicional con jarabe de maíz.
Puede interesarle: En cifras: cómo le fue a Coca-Cola, Meta y otras grandes en el primer trimestre

Endulzar con jarabe de maíz de alta fructosa, un líquido extraído del maíz, es más barato que el azúcar de caña.
iStock
El profesor Parke Wilde explicó que en Estados Unidos, el cultivo de caña de azúcar se limita a regiones como Florida y Luisiana, mientras que el maíz y la remolacha dominan la producción nacional. Esta estructura agrícola favorece el uso del jarabe de maíz, tanto por razones económicas como logísticas.
“El jarabe de maíz de alta fructosa es líquido, es fácil de transportar y se mezcla bien, por lo que es ideal para los procesos masivos de fabricación de bebidas”, detalló Kathleen Melanson, directora del Laboratorio de Balance Energético de la Universidad de Rhode Island.
Melanson añadió que, para los fabricantes, resulta conveniente porque “el azúcar ya está en solución, lo que facilita dosificar con precisión y mantener la homogeneidad en los diferentes lotes”.
Reemplazar el jarabe por azúcar de caña implicaría múltiples desafíos. Según Wilde, EE.UU. no tiene capacidad para expandir significativamente el cultivo de caña debido a limitaciones ambientales y agroecológicas. “No todas las regiones ofrecen la temperatura y el ciclo de cultivo adecuados”, explicó. Además, el uso del suelo compite con ecosistemas sensibles, como en el sur de Florida.
El cambio también aumentaría la necesidad de importar azúcar de otros países, encareciendo la cadena de producción. Esto chocaría con políticas comerciales que históricamente han protegido a los productores locales mediante aranceles y cupos.“El interés de Trump en la discusión enfrentó a los grupos de cabildeo del maíz y del azúcar”, señaló Wilde. “EE.UU. está configurado para producir endulzante barato a partir del maíz. Por coste, logística y escala, esa fue la senda que la industria de bebidas consolidó desde los años setenta.”
También lea: Coca-Cola Femsa tendrá plan productivo en Colombia durante 2025 para impulsar negocios

El azúcar de caña o de remolacha se compone de sacarosa, una molécula que combina glucosa y fructosa en partes iguales. Esta unión se rompe durante la digestión.
iStock
Desde el punto de vista químico, el azúcar de caña o de remolacha se compone de sacarosa, una molécula que combina glucosa y fructosa en partes iguales. Esta unión se rompe durante la digestión. Por su parte, el jarabe de maíz de alta fructosa parte del almidón, cuyas cadenas de glucosa se procesan hasta obtener una mezcla que contiene, aproximadamente, 55% de fructosa y 45% de glucosa.
“La fructosa es el monosacárido más dulce; por eso la industria apunta a ese porcentaje para lograr un dulzor marcado con un volumen manejable”, explicó Melanson.
Ambos tipos de azúcar son calóricos y, una vez consumidos, el organismo los procesa por rutas similares. La diferencia entre ellos, según Melanson, es mínima: “No vimos grandes diferencias a corto plazo”, afirmó en referencia a los estudios comparativos que ha analizado.
Sin embargo, parte del descrédito hacia el jarabe de maíz se basa en una hipótesis metabólica: como tiene un poco más de fructosa libre, podría absorberse más rápido y saturar el hígado, que entonces transformaría parte de ese azúcar en grasa. Melanson comparó este fenómeno con la diferencia entre los 5 a 10 gramos de fructosa presentes en una fruta y los 40 gramos que puede haber en una gaseosa: “El hígado no está diseñado para procesar esa cantidad de azúcar de una sola vez”.
El profesor Wilde coincide en que el problema está en la cantidad, no en el tipo de azúcar. “Las guías dietéticas reconocen ambos como azúcares añadidos y, por tanto, no se recomienda consumirlos en exceso.”
Además, las bebidas azucaradas tienen un bajo poder de saciedad. “Es fácil sobreconsumir calorías líquidas sin sentirse lleno”, advirtió Melanson. Esto ocurre incluso en países que no usan jarabe de maíz, lo que indica que el formato del producto es tan relevante como su contenido.Ambos expertos insisten en la importancia de reducir los azúcares añadidos en general. “La estrategia sensata es bajar el total de azúcares añadidos”, sugirió Melanson. Wilde recomendó diversificar las opciones de hidratación y disminuir la exposición al sabor dulce intenso.
Para quienes disfrutan ocasionalmente de una Coca-Cola, Melanson propone un enfoque práctico: “Si es muy infrecuente, no hay motivo de alarma. Lo que importa es cuánto azúcar añadida hay en toda la dieta”.
PORTAFOLIO
Portafolio