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CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Oración y Acción… Los envió de dos en dos… ¡Proclamad y Sanad!

Las Lecturas de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, proclamadas en las asambleas litúrgicas, nos ponen ante las expectativas y anhelos de los hombres como Pueblo y la Esperanza anunciada por boca de los profetas, que encuentran cumplimiento en la presencia del Hijo de Dios, el Mesías, que pone en la oración y en la acción el fundamento de toda la misión de anunciar la cercanía del Reino de Dios, llevando como signo elocuente la Cruz de Cristo, de la que brota la nueva criatura.

Así, en el profeta Isaías, la esperanza en tiempos nuevos para el Pueblo de Dios es la palabra que mantiene viva su expectativa y que, con la llamada a la alegría, alienta la fe de ese pueblo y sus propios deseos de felicidad. El Pueblo vivía en esta expectativa de un reino renovado por el Mesías esperado, en el que Dios restauraría la paz y concedería a sus fieles la experiencia de una alegría infinita, encontrando en Jerusalén, la Ciudad Santa, la desembocadura donde fluirían ríos de Paz.

Por eso, la misión profética tenía en mente a un Pueblo que necesitaba ser alentado, animado y esperanzado en un tiempo futuro mejor, recordando la grandeza y gloria del pasado y manteniendo viva la esperanza de que Dios no abandonaba a su Pueblo, sino que, en medio de él, lo señalaba hacia un futuro de Felicidad y Alegría.

En el texto evangélico, Jesús envía a setenta y dos discípulos en una misión con la certeza de que deben proclamar: «El Reino de Dios está cerca de vosotros». Esta misión tiene la característica de enviar a los setenta y dos discípulos, de dos en dos, la característica de trabajar juntos y no de partir cada uno solo.

Por eso, las características de esta Misión están contenidas en las palabras de Jesús, que nos plantean aún hoy importantes desafíos: La primera se basa en la oración… Orad ; la segunda… Id , y luego: No llevéis bolsa ni alforja (desprendimiento); decid: Paz a esta casa… quedaos en aquella casa… no vayáis de casa en casa… curad a los enfermos que haya allí y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros… y si no os reciben, salid a la plaza y despedíos.

Así, la Misión que Jesús confía se basa siempre en la oración, es itinerante y continua, exige desprendimiento y pobreza, lleva paz y sanación, como signos de la proximidad del Reino de Dios, es anuncio y testimonio, y exige también franqueza evangélica y libertad para ser asumida y realizada, teniendo siempre presente que el mensaje de Salvación puede ser rechazado.

Por eso, hoy la misión de la Iglesia debe ser vista con estos ojos, para poder comprender que no es una tarea individual, sino comunitaria, que el ir de dos en dos revela la presencia eclesial y la presencia del mismo Espíritu Santo; es una tarea que tiene siempre como base prioritaria la oración, haciendo que oración y acción vayan siempre de la mano, evitando caer en los extremos: una oración desencarnada de la realidad o un activismo vacío del Espíritu de Dios.

Si para acoger la Buena Nueva de la Salvación, El Reino de Dios está cerca de vosotros , Jesús dice ante todo darles la Paz, en nuestro tiempo y en nuestro mundo, tan privados de este bien, la Iglesia tiene como Misión hoy, ser portadora de esta Esperanza de Paz, en un camino tan difícil como desafiante.

Esta Paz que brota de la presencia de Cristo en los corazones de quienes lo reciben, porque estamos convencidos de que Jesús es en realidad nuestra Paz, por tanto, es Cristo a quien llevamos al mundo como Paz para el Mundo mismo.

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto”, así, la Misión que nos fue confiada por Aquel que nos eligió, debe ser realizada desde Aquel que nos muestra el camino y no debemos dejarnos llevar por el impulso de nuestras cualidades humanas, de nuestro mérito o aptitudes personales, porque sabemos que Dios nos da la capacidad de hacer algo en Su Nombre por Su benevolencia.

Así, la conciencia de que somos meros instrumentos de Dios, y no protagonistas de una aventura, debería ser la nota característica de la humildad del discípulo. Por eso, san Pablo, en la segunda lectura, nos deja su ejemplo: «Lejos de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo».

Carlos Manuel Dionisio de Sousa

Jornal A Guarda

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