La inclinación cardíaca

Me gusta especialmente el tema artístico de la Anunciación, sobre todo por el concepto de conceptione per aurem , que representa la idea de que la palabra – el verbo – puede generar vida sin necesidad de contacto físico, sólo a través de las palabras. María escucha el anuncio del ángel y, a través de este acto de escucha, comienza una nueva existencia. Esta concepción a través del oído, saliendo del ámbito teológico y de la interpretación, resuena en el modo en que siempre se ha transmitido la cultura: a través de la oralidad, a través de la tradición hablada, a través de mitos y relatos que moldean el pensamiento humano.
Así como María concibe sólo a través de la palabra que la transforma, el ser humano también se forma y crece de este modo, como una construcción (para el hombre, según Sartre, la existencia precede a la esencia, es decir, lo que define y es esencial para la humanidad aparece después del nacimiento. Algo tan simple —y tan complejo, tan trivial y universal— como el uso del lenguaje, requiere un aprendizaje, la presencia del otro que, hablándonos, nos permite comunicarnos e intercambiar conocimientos).
La cultura es, por tanto, un proceso de gestación invisible, donde la audición y la interpretación prolongan y extienden la carne y la sangre: se convierten en un florecimiento de la biología. Todo individuo que escucha y absorbe la cultura renace a través de ella. Hay pues un anuncio continuo: quien escucha atentamente concibe algo nuevo en su interior, pasando a formar parte de un linaje inmaterial que se extiende a través del tiempo. Podemos decir que hay una gestación permanente, de la misma manera que, al compartir cultura, hay una partogénesis permanente.
“Antes del encuentro con el libro, está la voz materna, o en algunos casos, la voz paterna, o incluso en ciertos contextos culturales, la abuela u otra persona que cuida al niño, que lee o cuenta historias”, escribió Michèle Petit. Y quizá sea interesante recordar que hay otros medios de transporte del pensamiento, no siempre per aurem . Cito de nuevo a Petit: «Durante mucho tiempo, lo oral y lo escrito se opusieron, aunque el libro y la voz sean compañeros, y la biblioteca, en particular, sea un ámbito «natural» para la oralidad: es el lugar de miles de voces ocultas en libros escritos desde la voz interior de un autor. Al leer, cada lector reaviva esa voz que a veces viene de muchos siglos atrás. Pero para la gente que creció lejos de los medios impresos, alguien tiene que prestarle su voz para que puedan entender lo que transmite el libro.
La voz no siempre es fructífera en sentido positivo, también es un arma, también hiere, con la misma facilidad con que crea diálogo, ofende, genera odio. Es que el corazón tiene oídos. Sobre estos oídos cardíacos, António Vieira escribió lo siguiente: "¿Cuántas veces te han dicho una cosa y has entendido otra? ¿Cuántas veces oyes lo que no oyes? ¿Cuántas veces el honor de otra persona pende de un hilo entre su boca y nuestros oídos? Y si Dios quiere, no la colgarán. Esto sucede cuando los hombres oyen con los oídos; pero cuando oyen con el corazón, es aún peor. ¿Y los corazones también oyen? ¿Nunca has visto corazones? Los corazones también tienen oídos, y ten por seguro que cada uno oye, no según sus oídos, sino según su corazón e inclinación. Y de nuevo: "Cada uno oye según su corazón e inclinación. Dios nos libre de un corazón inclinado al mal. Si escuchas un Te Deum laudamus dirás que escuchaste una carta de excomunión. Los que oyen son los oídos, pero los que oyen bien o mal son los corazones. Todo lo que entra por el oído resuena en el corazón, y según esté dispuesto el corazón, así se forman los ecos.»
Escribe quincenalmente para SAPO, los miércoles // Afonso Cruz escribe con el antiguo acuerdo ortográfico
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