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<![CDATA[ Os despojos de Abril - I have a dream! ]]>

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Pensé que sería buena idea darle a este escrito el mismo título que el famoso discurso pronunciado por el pastor bautista Martin Luther King Jr. el 28 de agosto de 1963 al final de la "Marcha sobre Washington por el empleo y la libertad".

El título podría haber sido diferente, en concreto "¿Por qué la ultraderecha reaccionaria, xenófoba, racista y fascista es capaz de capitalizar el evidente descontento popular?". Pero, además de lo inapropiado de una expresión tan larga, preferí no ser tan negativo como el ambiente político en el que estamos inmersos, tanto en Portugal como en el resto del mundo. De igual manera, el título elegido sirve para enfatizar que, a pesar de todo, incluso en estos tiempos oscuros de Trump y compañía, la vida de las personas negras y otras minorías en EE. UU. es actualmente, sin duda alguna, considerablemente mejor que en aquel año de 1963. Asimismo, para usar las palabras de Manuel Alegre en la última estrofa del poema "Trova do vento que passa", cantado por Adriano Correia de Oliveira en un disco publicado ese mismo año, sirve para recordarnos que "Incluso en la noche más triste/ En tiempos de servidumbre/ Siempre hay alguien que resiste/ Siempre hay alguien que dice no". Aunque ahora es perfectamente evidente que no existen logros irreversibles en materia de civilización (social y política), no debemos dejarnos llevar por la desesperación y el desánimo, que siempre son paralizantes y contraproducentes, porque no todo está perdido. Sin embargo, lo cierto es que, a pesar de las graves traiciones proclamadas por los líderes de Chega (tantas que su simple reproducción ocuparía todo el espacio disponible para esta columna), y de la incapacidad de este partido para construir soluciones a los problemas concretos de la población del país, una gran parte de los portugueses y portuguesas votaron por esta organización, hasta el punto de convertirla, en términos institucionales y parlamentarios, en la segunda fuerza política del país. Y esto es algo que no se puede ignorar ni subestimar. Y adoptar una postura de mero insulto, similar a la de Hillary Rodham Clinton tras ser derrotada por Trump en 2016, no es en absoluto una buena solución. Sin embargo, a pesar de la clara derrota de los diversos partidos de izquierda, en mi opinión, es fundamental señalar que esta votación constituye una contradicción y que, tarde o temprano, las repercusiones negativas de esta deriva social hacia la derecha, debido a la gran distorsión de los hechos y la mistificación propagandística que inevitablemente se producirá, se harán patentes y las sentirán quienes el 18 de mayo optaron por votar por los partidos que conforman la mayoría actual en la Asamblea de la República. En cualquier caso, creo que es recomendable tener presente que, a pesar de las ya visibles consecuencias sociales perjudiciales de la locura de Donald Trump, pero también de las causadas por el despropósito menos conocido del argentino Javier Milei, el ánimo de la población votante no desaparecerá fácilmente ni en un futuro próximo, porque, de hecho, existen muchas razones que justifican esta contradicción. En cuanto a la "motosierra de Milei", permítanme hacer una breve anotación al margen para explicar lo interesante que resulta observar el silencio que pesa sobre la situación del pueblo y la economía argentinos, más de un año después de la investidura de este presidente que se define como libertario. Al fin y al cabo, estas son las decisiones que toman quienes pueden y mandan, y eso no me sorprende en absoluto, porque, afortunadamente para mí, en mi adolescencia tuve la oportunidad de leer las obras del gran Gil Vicente, en concreto una titulada "La farsa de Inés Pereira", y aprendí que "así se hacen las cosas". Volviendo al tema que nos ocupa, quisiera destacar algo de vital importancia para mí (y que también se relaciona con el título que elegí para esta columna): ¿qué modelo de sociedad —qué "sueño" o utopía— propone la izquierda a los miembros de la Comunidad? Pues, en realidad, ninguno. Y, en mi opinión, este es el problema fundamental que debe resolverse, porque solo así será posible encontrar las soluciones necesarias para eliminar o al menos mitigar los problemas específicos que afectan a los diversos segmentos y/o grupos que conforman la Comunidad (y que no se limitan al concepto de clase social). Y es un problema exclusivo de la izquierda, porque los diversos partidos de derecha simplemente necesitan invocar los "tiempos gloriosos" del pasado y postular, como si esta afirmación fuera una verdad absoluta, que no hay necesidad de planificar el futuro, ya sea porque esto es imposible dado que el mundo y la vida son tan cambiantes, inconstantes e impredecibles, o porque simplemente debemos "seguir la corriente" porque "la mano invisible del mercado" producirá la solución adecuada para todos los obstáculos que surjan en nuestro camino. Esto resulta un tanto contradictorio, ya que el pesimismo o escepticismo de la derecha se basa en la suposición de que, en realidad, nada cambia; como escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en "El Gatopardo", algo tiene que cambiar para que todo siga igual. Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Es todo cambiante, inconstante e impredecible, o, al fin y al cabo, todo permanece siempre igual? Como con casi todo en la vida, para usar la sabiduría popular, ni demasiado en el mar ni demasiado en la tierra. Con avances y retrocesos, es innegable que la población humana ha progresado mucho desde los tiempos de la llamada "Edad de Piedra" e incluso durante el siglo pasado. Y, como demuestra claramente la historia, incluso es posible, con suficiente grado de certeza probabilística, planificar el futuro. La mayoría de los problemas que aquejan a nuestro país —en el sistema de salud, la vivienda, la ordenación del territorio y la movilidad urbana y rural— existen porque ya no hay planificación. Y, lamentablemente, este es un flagrante fracaso de la democracia, ya que en la última década del Estado Novo, más precisamente tras la adhesión de Portugal a la AELC —organización creada en 1960, de la que nuestro país fue miembro fundador junto con Austria, Dinamarca, Noruega, Reino Unido, Suecia y Suiza—, hubo planificación. Una planificación quizás imperfecta y distorsionada por el desvío de riqueza impuesto por los enormes gastos de la guerra colonial, pero suficiente para producir un desarrollo muy significativo de la economía nacional. Por muy incómodo o incluso doloroso que esto pueda resultar desde un punto de vista emocional, es hora de empezar a analizar, con rigor y objetividad, la historia del país y del mundo, en particular desde la Revolución Bolchevique de 1917. En otras palabras, es esencial admitir claramente, sin subterfugios, los errores del pasado. Y es bueno que lo hagamos porque, sencillamente y sin ningún atisbo de exageración, lo que está en juego es la supervivencia de la Democracia, el Estado de Derecho (y la posibilidad de resucitar el Estado Social de Derecho en un futuro no muy lejano) y los Valores Civilizacionales (éticos y morales) que subyacen a la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Convenio Europeo de Derechos Humanos y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, anexa al Tratado de Lisboa; de hecho, es la propia supervivencia de la Unión Europea la que está en riesgo si no se revierte el camino que actualmente siguen los dirigentes europeos. Y, para empezar, es esencial reconocer que la Revolución de Octubre fracasó miserablemente, al igual que fracasaron las Revoluciones emprendidas en China y Cuba, que, en su momento (en sus respectivos tiempos), galvanizaron abrumadoramente a los segmentos de la población mundial que más sufrieron a causa de la organización social dominante a nivel planetario. En aquella época, se soñaba con la posibilidad de construir formas de organización económica y social más igualitarias, justas y fraternales que respetaran el bienestar y la búsqueda de la felicidad de cada ser humano. Estos sueños, cuyo fracaso en materializarse, tuvieron un efecto devastador del que aún hoy los sectores más progresistas de las sociedades humanas no se han recuperado. Sobre todo porque el resultado de estas revoluciones fue exactamente lo contrario de lo que se aspiraba y se pretendía lograr. Y esto ya era innegablemente evidente mucho antes de la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y la posterior implosión de la Unión Soviética el 26 de diciembre de 1991. Desafortunadamente, incluso el sentido de utopía se perdió, y con él valores tan indispensables como la fraternidad, la solidaridad e incluso la compasión y el trabajo/actividad colaborativa y en grupo. Y la palabra "planificación", tan distorsionada por los infames "planes quinquenales" dictatoriales estalinistas, se ha convertido en una palabrota comparable a las palabrotas más bajas e innobles del lenguaje humano. Y en términos intelectuales, el predominio de las ideas negativistas, el pesimismo y el individualismo radical es casi absoluto, y ahora, como ha sucedido en el pasado, incluso con tintes cada vez más belicistas. Este pensamiento, curiosamente, es la antítesis de las enseñanzas atribuidas al judío sefardí Yeshúa ben David; es decir, de los valores éticos y morales del cristianismo que muchos derechistas hipócritamente afirman defender y defender. Y, paradójicamente, estos ideales de libertad, igualdad, fraternidad, solidaridad y compasión son, de hecho, la raíz primordial del socialismo temprano, incluyendo a los primeros marxistas. Y ahí es donde es importante empezar a construir una nueva utopía, con el objetivo de construir una nueva organización social basada en estos principios positivos (repito: libertad, igualdad, fraternidad, solidaridad y compasión entre todos los seres humanos), lo que requerirá una planificación cuidadosa y reflexiva y un uso riguroso de los recursos materiales disponibles. Pero, permítanme aclararlo, la planificación y el uso de los recursos deben establecerse de manera democrática y basándose en la realidad de los hechos. Como ha dejado claro la experiencia soviética, no es factible construir esta nueva organización social en un solo país. Sin embargo, también es muy dudoso que esto sea posible a escala global: la cultura occidental es y siempre ha sido una clara minoría en el mundo en que vivimos. Este intento aún debe llevarse a cabo dentro del territorio de la Unión Europea, pero para ello es esencial que los pueblos europeos (que son muchos y no uno) sepan cómo crear nuevos liderazgos políticos que abandonen la actual postura suicida de servilismo abyecto hacia los intereses egoístas e interesados ​​de Estados Unidos. ¿Podrá la arrogancia desproporcionadamente insultante y errática de Donald Trump lograr este efecto unificador entre los estados miembros de la Unión Europea? Sinceramente y con gran tristeza, confieso que no estoy seguro de que esto suceda. Y las consecuencias podrían ser devastadoras, como lo fueron durante la Segunda Guerra Mundial. Eurico Reis Juez jubilado Presidente de la Junta Directiva de la Asociación Movimiento Cívico No Borrar la Memoria (NAM) Vicepresidente de la Junta Directiva de la Liga Portuguesa de Derechos Humanos - Civitas (LPDH-C)

Expresidente del Consejo Nacional de Procreación Médicamente Asistida (CNPMA)

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