Los bebés no renacen

Hace unos años existían los Tamagotchis, juguetes que actuaban como mascotas. Había momentos para comer, dormir, hacer sus necesidades, jugar, etc. O eso o sufrían. Cuidar un Tamagotchi se consideraba un ejercicio pedagógico en ausencia de un animal doméstico. En aquel momento, la cosa ya parecía extraña por lo artificial y por lo extraño que era tener un instrumento electrónico que disparase emociones. Pero bueno, fue lo que fue y todos crecimos.
Ésta es también la película de Spielberg que más me impresionó de este período. Se llama IA y retrata en dibujos animados una sociedad en la que robots, construidos a imagen y semejanza de los humanos, son producidos en masa para todos los fines. La historia de la película, una distopía escalofriante, trata sobre una pareja que no pudo tener hijos y “adoptó” o encargó un robot que se parecía exactamente al hijo que querían tener. Hasta que llegó el día en que finalmente nació el tan esperado niño natural y el robot fue abandonado y tirado a la basura. No había forma de apagarlo y destruirlo sería inhumano ya que era “humano”. En esta historia, había barrios enteros decrépitos en las afueras de una Nueva York inventada por Spielberg que solo estaban habitados por robots abandonados por los humanos porque ya no eran útiles. Ya no sirven como empleados, hijos o esposos o simplemente amigos, es decir, para los fines muy específicos para los cuales fueron creados. Hoy vivimos en una distopía similar: un mundo de los llamados bebés renacidos. La fiebre viene de los cuatro puntos cardinales del planeta y nació en Estados Unidos. Son muñecas recién nacidas y algo más, con una realidad escalofriante, hechas de silicona, cabello real y ojos de cristal. Hay países, como Brasil, donde hay maternidades y guarderías para bebés Reborn e incluso pediatras con carteles en las puertas de sus consultorios advirtiendo que no atienden a bebés Reborn. Los hay más realistas que otros, de todos los precios e incluso con marcas de vacunas en el brazo y con más o menos movimientos faciales. Hay miles de vídeos en internet con historias extrañas de adultos que compraron estas muñecas para ocupar el lugar de sus hijos que no tienen ninguna. Las redes, con el intercambio de experiencias, consejos y novedades sobre este mercado, nos dan la percepción de que no se trata de un fenómeno aislado, de nicho o pasajero, y revelan un negocio lucrativo que ha destapado la lacra de los desequilibrios y debilidades de millones de personas. Los bebés renacidos son el inicio de la distopía de Spielberg, en la que los robots no sólo son utilizados para tareas laborales, que sólo tienen funciones prácticas y económicas, sino también para llenar vacíos emocionales y sentimentales insalubres. ¿Siempre fue así y ahora hay medios? Tal vez. ¿Cuales son las consecuencias y hasta dónde debemos llegar cuando jugamos a ser Dios? Son preguntas que nadie se atreve a responder. A nadie le gustan las distopías .
Jornal Sol