Piercing en la lengua y besos calientes: cómo mi ex me hizo correrme en el baño

Besos ardientes en mi cuello, mordiscos ligeros en mis hombros, su lengua recorriendo mis pechos. Cuando se arrodilló frente a mí, ya estaba jadeando. Un tirón y mis bragas volaron. Solo quedaron la falda y los tacones, y a él le encantaba verme así.

Vinicius levantó la vista, me inmovilizó con su mirada oscura y se sumergió en mí con su boca. Su lengua, con ese maldito piercing, era un arma. Rodeó mi clítoris con una presión perfecta antes de hundirse en mí, succionando como si tuviera sed. Me flaquearon las rodillas y me agarré al lavabo, gimiendo a gritos. No paró. Me metió la lengua y me masajeó con el dedo hasta que chorreé.

Pero él sabía que no podía correrme. Aún no. Antes de que pudiera protestar, me levantó con facilidad y me llevó a un cubículo. Se sentó en el inodoro y me sentó en su regazo. Solo llevaba falda, pero él seguía con los pantalones cortos puestos. No por mucho tiempo.

Le bajé la cremallera y allí estaba: duro, ardiente, enorme. Sin ropa interior, como si ya lo supiera. Metí la mano y sentí su pene palpitar. No perdí el tiempo.

Lo tomé dentro de mí, hundiéndome de golpe hasta que me llenó por completo. Un gemido escapó de mis labios al sentir cada centímetro. Él me sujetó las caderas y me ayudó a montarlo, al principio despacio, hasta que cogí el ritmo.

Fue entonces cuando empezó a sonar en la sala "Dosed" de los Red Hot Chili Peppers. Nuestra canción.