Violencia obstétrica

Mi nombre es Ingrid Costa, tengo cuarenta y cuatro años y trabajé durante aproximadamente veinte años como médica de Medicina Interna en la región del Gran Porto, profesión que abandoné tras sufrir burnout.
Estoy aquí para hablar sobre la violencia obstétrica como médica, mujer y madre de una hermosa niña de diez años. Esta es mi experiencia. Esta es mi opinión.
Durante mi formación médica, mientras aún estaba en la universidad, asistí a varios partos y consultas de obstetricia y ginecología. Con frecuencia presencié la falta de privacidad y dignidad de las mujeres enfermas: desvestidas en medio de una habitación con la puerta abierta a un pasillo; tactos vaginales realizados por varias personas, profesionales y estudiantes, a menudo sin preguntar a la paciente o con escaso consentimiento; partos que duraban días con mujeres en agonía; cesáreas realizadas solo cuando la mujer estaba agotada y el bebé corría riesgo; epidurales tardías; episiotomías indiscriminadas.
Vi esto. Y cuando el deseo de ser madre creció en mí, decidí que no estaba dispuesta a seguir ese camino.
Como mujer privilegiada, con conocimientos y recursos económicos, hablé con mi ginecóloga, una mujer, sobre mi deseo de ser madre y que me gustaría tener a mi hijo por cesárea. Inmediatamente me reprendió con el argumento de que una mujer que quiere ser madre debe estar dispuesta a sufrir, a soportar cualquier prueba.
Como mujer privilegiada, tuve la opción de cambiar de ginecóloga. Ella respetó mi deseo de tener una cesárea en el sector privado, con su supervisión durante todo el embarazo y disponible en la fecha prevista del parto, pero reconoció que podría ocurrir algo inesperado y que tendría que realizarse un parto vaginal.
Soy una privilegiada. Tuve la opción. Tuve a mi hija donde quería, con el equipo que me apoyó durante todo el embarazo, en un entorno seguro, acompañada por mi esposo, con muy poco dolor y mucho respeto por mi cuerpo. Fue una experiencia maravillosa y controlada. Aun así, recuerdo el miedo que sentí al entrar en la sala de partos. El pánico. Y todos estaban allí, y todo salió de maravilla.
Sé que soy privilegiada, pero toda mujer debería tener opciones. La seguridad de que su bebé nacerá sano y salvo. De que tendrá un hospital al que acudir, que siempre la recibirá y la ayudará. De que no tendrá que caminar kilómetros buscando una puerta abierta, un profesional certificado que la ayude a ella y a su bebé. De que será tratada con respeto y dignidad como mujer y madre. De que no sufrirá. De que no estará sujeta a horas de sufrimiento hasta que nazca su bebé. De que su privacidad y dignidad serán respetadas. De que no habrá daño.
Muchos de mis colegas, médicos, mujeres y hombres, niegan que exista esta "violencia obstétrica". Pero sí existe. Y debemos hablar de ella y proteger a nuestras mujeres de hoy y a nuestras hijas, las mujeres del mañana.
Es urgente que combatamos este ataque a la dignidad de las mujeres.
observador