La transición energética no ocurre sola

En términos simples, la transición energética consiste en transformar la forma en que las empresas y organizaciones consumen energía: dejando atrás los combustibles fósiles e invirtiendo en fuentes renovables. En muchos casos, esta transición también implica la descentralización de la producción de energía. El autoconsumo solar es un buen ejemplo: permite generar y consumir energía limpia localmente, reduciendo la dependencia de la red eléctrica.
Pero aunque pueda parecer obvio en el papel, en la práctica el proceso es exigente. Y, para entenderlo mejor, conviene agruparlo en cuatro grandes retos: financiación, conocimiento, gobernanza y cultura.
Empecemos por la financiación. El capital es un recurso escaso y tiene un costo, llamado WACC (costo promedio ponderado del capital), que es crucial para evaluar el retorno de la inversión. Por lo tanto, antes de decidir dónde y cómo invertir, es esencial tomar decisiones estratégicas. ¿Debo asignar capital al negocio principal o invertir en proyectos “accesorios”? ¿Utilizo mi propio capital, recurro a financiación bancaria o busco apoyo público, como el PRR? Cada opción tiene implicaciones. Los incentivos públicos, por ejemplo, son atractivos, pero implican procesos largos y complejos que pueden comprometer el cronograma y la viabilidad del proyecto.
Luego viene el conocimiento. No todas las organizaciones tienen las habilidades internas para mantenerse al día con los avances tecnológicos en el sector energético. Como resultado, puede haber una capacidad reducida para identificar oportunidades, evaluar soluciones disponibles en el mercado o diseñar proyectos técnicamente viables alineados con los objetivos estratégicos de la empresa. Además, la rápida evolución tecnológica y regulatoria del sector exige una actualización constante. Sin un socio especializado o una inversión continua en capacidades internas, muchas empresas corren el riesgo de tomar decisiones desinformadas o retrasar inversiones estratégicas debido a la falta de confianza.
El tercer desafío es el de la gobernanza , es decir, la capacidad de liderar con una visión de mediano y largo plazo. Integrar la sostenibilidad en la estrategia empresarial requiere una visión estructurada y consistente, alineada con los objetivos de creación de valor duradero. Ya no es sólo una opción: es una demanda creciente de inversores, clientes, socios y reguladores. Si consideramos que en un futuro muy próximo todas las empresas tendrán que reportar indicadores más allá de los financieros —como es el caso de los informes ESG—, entonces incorporar la sostenibilidad en la toma de decisiones deja de ser una tendencia para convertirse en un factor de gestión estratégica.
Y por último, la cultura. Quizás el más invisible y, al mismo tiempo, el más decisivo. La transición energética y el camino hacia la sostenibilidad solo tendrán éxito si involucran a las personas. No basta con definir objetivos o implementar tecnologías, es fundamental crear una narrativa clara que ayude a entender por qué es necesario iniciar este proceso de transformación. Es necesario comunicar con transparencia cuáles son los objetivos, qué recursos se movilizarán, qué cambios serán necesarios y qué resultados se esperan alcanzar. Cuando los equipos entienden el propósito y se sienten parte de la solución, se convierten en aliados en el proceso. En última instancia, sin una cultura alineada con los principios de la sostenibilidad, cualquier esfuerzo técnico o financiero corre el riesgo de no alcanzar su potencial.
La transición energética es un proceso exigente y quien diga lo contrario no está diciendo toda la verdad. Sin embargo, no tiene por qué ser un camino solitario. Hoy en día, existen empresas de servicios energéticos que pueden apoyar a las organizaciones en todas las dimensiones de este desafío. Desde el apoyo a la financiación de soluciones, con compromiso con el desempeño y los resultados, hasta la movilización del conocimiento técnico, legal y operativo necesario para asegurar la implementación de los proyectos.
Estas empresas también pueden trabajar codo a codo con la dirección para definir una hoja de ruta estructurada, alineada con los objetivos estratégicos y la ambición de hacer la empresa más competitiva y resiliente. Y, por último, pueden apoyar la comunicación de este camino, ayudando a dar visibilidad a los logros y reforzar el compromiso con la sostenibilidad —entre empleados, clientes, socios y la sociedad—.
La transición energética no es sólo una necesidad ambiental o un requisito regulatorio: es una oportunidad estratégica para repensar el negocio, impulsar la eficiencia y crear valor duradero. Las empresas que sepan rodearse de los socios adecuados, movilizar a sus equipos y actuar con visión no sólo harán la transición… sino que liderarán el futuro.
observador