Turismo | Cuba: Aprendiendo sobre el capitalismo
Tomamos un taxi desde La Habana hacia Viñales. Hay pocos coches en la autopista de varios carriles, pero hay algunos carruajes tirados por caballos. Mucha gente se reúne a la sombra bajo los puentes, esperando un autobús u otro medio de transporte. Quienes pueden pagar en euros viajan más rápido; esa es una de las primeras lecciones que uno aprende como turista en Cuba.
El conductor tamborilea en el volante y grita "¡Amigos! ¡Amigos!" antes de frenar de golpe. Alguien está parado al lado de la carretera con un "triángulo rojo" y un cartel de cartón con el precio. Al parecer, se trata de un objeto raro, porque nuestro conductor saca algunos billetes de su gran fajo de pesos cubanos antes de guardar con orgullo su nueva adquisición en el maletero. Otra lección: el comercio privado está floreciendo en la isla caribeña. Cigarrillos, encendedores, pañuelos desechables y repostería casera se venden en las calles.
Algunos venden artículos de lujo como puros. El taxi se detiene poco después de Pinar del Río, con vistas a pintorescos valles de exuberante vegetación y tierra roja. El tabaco, considerado el mejor del mundo, se cultiva aquí desde hace siglos. En cuanto bajamos del coche, nos sirven ron y nos ofrecen un puro. Una buena introducción a la siguiente charla de ventas, durante la cual nos guían por la plantación. En el secadero, las hojas de tabaco cuelgan del techo antes de fermentar. Solo entonces son lo suficientemente elásticas como para liar puros, como nos muestran. El Che Guevara nos sonríe desde un póster en la pared. Los puros se consideran buenos; aquí se compran sin etiquetas ni recibos, y el pago se realiza, como en un taxi, en euros o dólares estadounidenses. Por media docena de puros, se paga el equivalente al salario mensual de un médico cubano.
Visto objetivamente, el turista con el euro o el dólar es la punta de lanza del mercado global, del cual la isla está aislada por las sanciones. Dondequiera que aparecen, los mundos económicos chocan. Hasta aquí, todo familiar: en otros países, esto viene acompañado de fenómenos económicos tan "naturales" como la pobreza infantil, la falta de vivienda, la drogadicción o las guerras entre bandas; basta con mirar una isla más allá, a Haití. Nada de esto se ve en Cuba, y sin embargo, no se puede pasar por alto que no hay mucho de mucho. Excepto por el tiempo. Parece haberlo de sobra.
Cuando no vas a toda velocidad en taxi por la autopista, la vida cotidiana transcurre a un ritmo que se promocionaría como una experiencia tranquila en este país, donde el equilibrio entre la vida laboral y personal o una semana laboral de cuatro días no se consideran propicios para la prosperidad ajena. Como en Viñales, el valle de ensueño al oeste de la isla, donde pasas la mitad del día sentado en una mecedora frente a tu bungalow mientras animadas conversaciones se suceden de terraza en terraza.
En la zona rural de Viñales, los cortes de luz son frecuentes, y entonces los restaurantes y tiendas encienden sus generadores. Los sábados por la noche, hay fiesta en la plaza. Donde los niños juegan béisbol por la tarde, hay casetas y puestos que sirven mojitos fuertes. La colorida mezcla musical del DJ con laptop es particularmente popular entre algunas personas mayores con un swing de cadera sorprendentemente fresco, quienes rápidamente animan a la gente a bailar, mientras que los jóvenes del pueblo lucen ropa de diseño occidental y solo el hip-hop puede sacarlos de su escondite.
De repente, todas las luces y la música se apagan, y desde la oscuridad, uno contempla el cielo despejado y estrellado que se extiende a lo lejos. Para los turistas, esto también se considera una experiencia romántica, al igual que un paseo nocturno por una ciudad en total oscuridad se siente como un viaje en el tiempo a la era preelectrónica. Con los nuevos parques solares que se están construyendo en Cuba, es probable que esto cambie pronto.
El viaje a la playa en un taxi colectivo, uno de los muchos sedanes de la década de 1950, atraviesa caminos de montaña llenos de baches. La pareja polaca en el asiento trasero, que comienza la mañana con una cerveza aventurera, se vuelve cada vez más callada y pálida a medida que se alarga el viaje en el cochecito. Tras más de dos horas, llegan al Golfo de México, con deslumbrantes playas de arena blanca y un mar turquesa.
El sol caribeño quema las capas de protector solar como un rayo láser, incluso a la sombra de las palmeras. Es difícil evitar pasar los próximos días con el mismo aspecto que el árbol que nos mostraron como "el árbol turístico" en el Jardín Botánico de Viñales: con la corteza rojiza y descascarada. Y ni siquiera es verano, como dicen los cubanos: su aplicación del tiempo marca 20 grados Celsius, mientras que la nuestra marca 30. Con un 95 % de humedad.
La playa refleja las paradojas de la política cubana de liberalización. Una sección casi abarrotada está bajo administración estatal; el restaurante estatal sirve una buena piña colada (no la masacre de crema por la que se la conoce aquí), pero el resto del menú es limitado. Unos pasos más allá, hay una sección casi desierta; tres personas sentadas a la sombra frente a una parrilla improvisada en la arena, chisporroteando langosta recién pescada, acompañada de cocos decapitados a machete (llamados "coco loco" con un chorrito de ron). Una yuxtaposición de economía estatal y de startup. La langosta sabe fantástica, pero pagar es como suele ser habitual: aquí, apenas te dan un sándwich de cangrejo del Mar del Norte por eso, allá, es una pequeña fortuna. Y lo que nunca podrías permitirte aquí, nadie puede permitírselo allí. Estas diferencias mantienen vivo el turismo de masas global, incluso en Cuba, donde la gente depende de la moneda extranjera.
De vuelta en La Habana, que abruma con su belleza mórbida, uno se ve envuelto en charlas callejeras. ¿Entradas exclusivas para el último concierto del Buena Vista Social Club? ¿Puros? ¿Coca y Chicas? Incluso las conversaciones que al principio no parecen motivadas económicamente terminan en minutos en un apartamento estrecho frente a una caja de supuestos Cohibas con una etiqueta falsa.
A algunos turistas no parece importarles: en un bar destartalado, supuestamente frecuentado por Fidel Castro y el Che Guevara, una pareja británica muestra fotos de unas vacaciones anteriores en sus celulares, y los espectadores disfrutan de bebidas a precios exorbitantes. Parece una situación en la que todos salen ganando. El Museo de la Revolución, al otro lado de la calle, está —casi simbólicamente— cerrado por reformas; afuera, el yate "Granma" se yergue tras cristales polvorientos. Los pocos carteles en las calles a menudo hacen referencia al pasado. En el Centro Fidel Castro Ruz, equipado con la última tecnología, la Batalla de Bahía de Cochinos se anima en formato de juego de disparos en primera persona. Pero ¿qué inspira hoy?
Como observador de la improvisada vida cotidiana, uno tiene la impresión de que los cubanos determinan en gran medida sus propias relaciones económicas. ¿Se trata de la "extinción del Estado", como se describe en los escritos del socialismo? ¿O viceversa? Quienes mantienen tales relaciones, especialmente con los turistas y su moneda, terminarán siendo atados por Airbnb y compañía, cabría suponer, basándose en las enseñanzas realistas de los clásicos socialistas. O terminan, como se puede ver en las calles de La Habana, atados por turistas occidentales (mujeres jóvenes con hombres mayores, pero también hombres jóvenes con mujeres mayores). ¿Acaso los turistas no solo traen divisas al país en forma de euros y dólares, que se pueden cambiar mucho más barato en la calle que en las oficinas gubernamentales, sino que también están creando una nueva clase que puede permitirse no solo bienes de lujo (como en el exclusivo resort a las afueras de La Habana, no lejos de la antigua embajada soviética), sino también mano de obra?
¿Se enfrenta el país a una prueba de fuerza? ¿O es la astuta mentalidad global de los países capitalistas la que impide que Cuba sea saqueada por el turismo de masas? Desde hace varias semanas —la administración Trump no se ha quedado de brazos cruzados—, plataformas como Airbnb tienen prohibido operar en Cuba; el país figura en la "lista de países terroristas". Los intentos de frenar el turismo en la isla están obligando al gobierno cubano a tomar cartas en el asunto para atraer más visitantes. Se dice que el turismo debe volverse "sostenible". Pero ¿cuán sostenible puede ser algo que permite a las personas circular por el mundo de forma tan insensata y sin conexión como las mercancías?
La respuesta no se encuentra solo en el Caribe. Por paradójico que parezca, quien visita la Cuba socialista regresa con algunas preguntas sobre el capitalismo.
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