Mundial de 1930: El astro uruguayo Héctor Castro - El divino manco


Hace 95 años, Uruguay se proclamó campeón del primer Mundial de fútbol de la historia. El goleador de la final fue Héctor Castro, quien perdió el antebrazo en un accidente de niño y recibió amenazas de muerte la noche anterior.
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El 29 de julio de 1930, sonó el teléfono de Héctor Castro. Era la víspera de la primera final de la Copa Mundial, y Castro era el delantero estrella de la selección uruguaya. El anónimo que llamó ofreció 50.000 pesos por una derrota; de lo contrario, Castro no volvería a ver el ocaso. O eso cuenta la leyenda. Al día siguiente, Uruguay, sin embargo, se proclamó campeón del mundo. Héctor Castro también estaba en la cancha. Hasta entonces, solo había jugado el partido inaugural, pero estaba de vuelta para la final. El equipo reunido había tomado una decisión: el asertivo Castro tenía más posibilidades de romper la defensa de su último rival, Argentina, que Peregrino Anselmo, su rival, debilitado por el asma.
El propio Castro padece una discapacidad física: le falta la mano derecha y parte del antebrazo. Castro, hijo de padres gallegos, creció en una familia humilde en Montevideo. A los 13 años, quedó atrapado en una sierra eléctrica mientras ayudaba a su padre en una carpintería. Su discapacidad no impidió que el joven Castro desarrollara una carrera deportiva. Con tan solo 16 años, debutó con el Centro Atlético Lito. Tres años después, fichó por el Club Nacional, uno de los dos clubes dominantes del país, y fue convocado por primera vez a la selección nacional.
Castro realizó quizás su contribución más importante con la camiseta celeste en el primer partido de la Copa Mundial. Como anfitriones y vigentes campeones olímpicos, el equipo estaba bajo una enorme presión. Cualquier cosa menos que el título de la Copa Mundial sería una amarga decepción, si no una catástrofe nacional. Era el partido inaugural del Estadio Centenario de Montevideo, el futuro estadio nacional, que algún día tendrá una capacidad de 100.000 espectadores. Pero el equipo dirigido por José Leandro Andrade, posiblemente el mejor futbolista de su época, no pudo encontrar el gol. Eso fue hasta que Héctor Castro redimió a los espectadores después de la hora de juego, manteniendo vivo el sueño de todo un país con el único gol del partido.
Héctor es un delantero centro clásico, sin un talento técnico especial, pero con un instinto goleador instintivo. Su brazo corto es una gran ventaja, y el atacante sabe cómo usarlo como herramienta. En los duelos aéreos, se convierte en una palanca con la que el atacante, de baja estatura, puede apoyarse o presionar con fuerza las caderas de sus oponentes.
Este también fue el caso en la final del Mundial contra Argentina. El ambiente era tenso. El árbitro belga John Langenus exigió a la FIFA que le contratara un seguro de vida. Se registró a los espectadores en las entradas y, según informes, los auxiliares incautaron 1600 armas de fuego. El partido bien podría definirse en el balón. Debido a que los oponentes no se ponían de acuerdo sobre el arma, los equipos jugaron con un modelo argentino durante los primeros 45 minutos (marcador al descanso: 1:2) y un modelo uruguayo durante los segundos 45 minutos (marcador final: 4:2). Pero quizás la falta de mano de Castro inclinó el partido a favor de los celestes. Al parecer, como era habitual en él, Castro golpeó tan fuerte en la pierna al portero argentino Juan Botasso que tuvo que jugar la segunda parte por lesión. Esta no fue su única contribución al partido. Cuando sonó el pitido final, La Celeste ganaba 3-2 ante su acérrimo rival del otro lado del Río, Uruguay, pero un ataque de los argentinos siguió a otro antes de que Castro finalmente decidiera el juego con un cabezazo en el minuto 89.

¿El golpe decisivo? Héctor Cruz contra el portero argentino Juan Botasso.
Foto: IMAGOLa victoria en la final fue su mayor logro. Nunca vivió para ver un segundo Mundial como jugador en activo. Cuando el torneo se adjudicó a Italia en 1934, Uruguay se negó a permitirle viajar. En cambio, Castro se convirtió en una figura indispensable en su club natal, Nacional, para el que marcó 145 goles y solo salió una vez: durante un año con el club argentino Estudiantes de La Plata. La final del campeonato uruguayo de 1933 entre los clubes rivales de la capital, Nacional y Peñarol, fue legendaria. El partido se reprogramó dos veces sin que se anotara ningún gol. Recién en el cuarto encuentro Nacional se aseguró el título. Héctor Castro jugó un papel decisivo en la victoria por 3-2 con un hat-trick. También tuvo éxito como entrenador con los "Bolsos": Nacional ganó el campeonato durante los seis años que estuvo al mando. Pero Héctor Castro es recordado sobre todo como jugador del equipo campeón del Mundial de 1930. Como el primer y último goleador de Uruguay. En su tierra natal le llamaban “El divino manco”.
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