Del colchón al ladrillo: por qué los millonarios vuelven a invertir en el real estate
En el mundo de los ultra-ricos, preservar el capital es casi una ciencia. Y como toda ciencia, se adapta, se redefine y, sobre todo, se anticipa. Así lo están haciendo los family offices, esas estructuras discretas y altamente especializadas que administran los patrimonios de las grandes fortunas familiares.
En este 2025 signado por una alta volatilidad global, estas entidades están girando el timón: menos efectivo, menos deuda pública y más activos con anclaje real, entre ellos, el viejo y siempre confiable ladrillo.
Los datos del reciente Global Family Office Report 2025 de UBS son elocuentes. A nivel mundial, los family offices están migrando sus portafolios desde activos tradicionales hacia estrategias de crecimiento estructural y diversificación. Mientras reducen posiciones en efectivo y renta fija, amplían su exposición a renta variable en mercados desarrollados y a instrumentos de deuda privada. Pero una categoría en particular capta especial atención: el real estate.
En 2024, el 11% de las inversiones globales de estos vehículos se destinó a propiedades inmobiliarias, cifra que escala al 18% en el caso de los family offices estadounidenses. En cambio, en América Latina, esa proporción cae a un modesto 6%. Esta diferencia no es anecdótica: revela una brecha de madurez, confianza y visión estratégica entre ambos hemisferios.
A pesar de la revolución tecnológica y el auge de los activos digitales, el ladrillo sigue cumpliendo una función que ningún otro activo puede reemplazar del todo: estabilidad tangible. En un contexto donde las principales amenazas a los portafolios son la guerra comercial, la geopolítica inestable y el riesgo de crisis de deuda, el real estate ofrece previsibilidad, cobertura contra la inflación y —en mercados desarrollados— una rentabilidad atractiva y constante.
Los family offices estadounidenses parecen haber internalizado esta lógica. Con una asignación del 18% a propiedades, priorizan inversiones en ciudades con fuerte demanda de vivienda, reconversión de oficinas, desarrollos multifamily, y segmentos premium que combinan seguridad jurídica con potencial de revalorización. No es casual que muchos estén “volviendo a casa”: la confianza en Norteamérica como región de crecimiento sólido a futuro es creciente.
En cambio, en América Latina, el enfoque aún es marcadamente conservador. Los family offices de la región destinan un 31% de sus carteras a renta fija —en parte por cultura financiera, en parte por necesidad frente a entornos de inflación crónica o volatilidad política— y apenas un 6% al real estate. Esta subexposición al sector inmobiliario no solo indica cautela, sino también oportunidad.
Según nuestras estimaciones, en la región hay cerca de 1,2 millones de inversores con patrimonios netos entre US$ 1 millón y US$5 millones. Brasil y México lideran, seguidos por Colombia, Argentina y Chile. Si incluimos a los affluent investors —aquellos con entre US$250.000 y US$1 millón para invertir— el número asciende a más de US$10 millones. En otras palabras, hay capital disponible. Mucho.
El desafío, como siempre, es canalizarlo. Con apenas un 6% invertido en real estate, hay un enorme margen para que las carteras regionales incorporen propiedades como un componente estructural. La clave estará en mejorar las condiciones legales, regulatorias y fiscales para atraer ese capital dormido. Reglas claras, incentivos a la inversión privada y marcos estables pueden detonar un nuevo ciclo virtuoso de desarrollo inmobiliario en el Cono Sur y más allá.
Otra diferencia de fondo está en cómo se gestiona ese capital. Mientras que en EE.UU. la gestión pasiva (basada en índices) domina levemente con el 53%, en América Latina se prefiere la gestión activa (56%), es decir, decisiones personalizadas, selectivas y con mayor involucramiento del inversor. Este dato, lejos de ser anecdótico, es una invitación para el sector del real estate: proyectos con storytelling sólido, rendimientos proyectados transparentes y estrategias bien comunicadas pueden captar ese apetito por lo selectivo.
Todo indica entonces que, aunque de forma paulatina, el ladrillo volverá a ser protagonista en las decisiones de los family offices latinoamericanos. Ya sea como refugio frente a la volatilidad o como apuesta por el desarrollo regional, el real estate tiene por delante un camino fértil. El capital está, la necesidad de diversificación también. Solo falta que los mercados de la región estén a la altura del desafío.
En definitiva, mientras los millonarios redefinen sus estrategias de inversión, el ladrillo sigue en pie. Más que nunca, es hora de que América Latina —y la Argentina en particular— construyan no solo edificios, sino confianza.
* El autor es socio gerente de Americas Capital
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