Las nuevas legiones del César

Los dirigentes de los grandes partidos políticos, nada sofisticados, miden su influencia (social) en función de dos parámetros. El primero es externo: los resultados electorales sucesivos, monitorizados de forma constante y evidenciables sólo cuando se abren las urnas. El segundo tiene que ver con el estado de las discordias y las alianzas internas. El asunto orgánico.
La dinámica del poder se asemeja a las olas del mar. Nunca cesa. Jamás descansa. Cada infanzón pretende ser signore de su predio para, acto seguido, intentar erigirse en monarca. Y no se conoce ningún rey que no se haya imaginado a sí mismo como emperador. El mando se demuestra con atributos y rituales sacros y el control, a veces despótico, de la tropa.
Por eso es un factor importante, y para algunos una cuestión vital, colocar en los puestos de mando de sus respectivas organizaciones a sus propios soldados, designar validos, tener peones y contar con guerreros obedientes, ya que en política es cosa infrecuente que la lealtad se tenga por una virtud.
Además de otorgar prebendas e imponer castigos, ejercer el poder requiere contar con una parroquia de feligreses y devotos. Son las legiones de cada César. A la luz del resultado de los cambios en la cúpula de los dos partidos del turnismo español –el PP, vía congreso ordinario; el PSOE, debido a la remodelación provocada por el escándalo Cerdán (consecuencia del affaire Ábalos-Koldo)– cabe decir que los políticos andaluces navegan relativamente bien en estas aguas tan turbulentas, nunca sosegadas.
María Jesús Montero besa a Santos Cerdán en presencia de Pedro Sánchez. Al fondo, Francisco Salazar J.M.
EFEUnos han ganado relevancia; otros, por el contrario, naufragan. El episodio más grave ha sido la candidatura interruptus de Paco Salazar, uno de los últimos escuderos del sanchismo de primera hora, que estaba destinado, antes de que aparecieran denuncias anónimas por presunto acoso sexual, a ser el nuevo número cuatro de un PSOE en permanente ataque de nervios.
El político sevillano, adelantado en la sala de máquinas de la Moncloa del histórico exalcalde de Dos Hermanas, Quico Toscano, fue expulsado de la foto oficial del PSOE post-Cerdán en una clara maniobra de fuego amigo.
Ni Flaubert, autor de Madame Bovary, hubiera concebido un giro de guión tan asombroso, cuyas consecuencias indican un fin de ciclo. Es la primera ocasión en la que el presidente del Gobierno no ha podido designar su Ejecutiva con autonomía. Esta vez ha tenido que lidiar con la realidad.

Imagen de archivo de Francisco Salazar
PSOE¿Se trata de un memento mori o acaso puede ser una señal de que las aguas, a pesar de la aparente unanimidad en el seno del Comité Federal, empiezan a bajar revueltas en el PSOE? Depende cómo se miren las cosas.
La dirección federal de los socialistas acoge a seis políticos andaluces. En términos porcentuales suponen un 14% de sus miembros, una cifra cuatro puntos por debajo de los 1,4 millones de votos del PSOE que en las anteriores elecciones generales procedieron de Andalucía (18%).
Parte de los ungidos por Sánchez en esta nueva operación de supervivencia están, de una y otra forma, afectados, aunque en grado diferente, por el caso Cerdán. Le ocurre a Juan Francisco Serrano, mano derecha del ex número tres del PSOE, un hombre de los socialistas de Jaén, que ha sido reubicado en un área menor de la dirección. También a María Jesús Montero, que continúa en la vicesecretaria general, un puesto desde el que ejercía el control jerárquico del secretario de organización encarcelado.

Moreno, Feijóo y Antonio Sanz, consejero de Presidencia de la Junta en la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla JULIO MUÑOZ
EFELos demás andaluces del sanedrín socialista ya formaban parte de este órgano desde el cónclave de Sevilla. Su permanencia se presta, sin embargo, a una exégesis ordinal. Anabel Mateos (Almería) gana relevancia como adjunta a la secretaría de Organización. Gómez de Celis, sanchista por estrategia, sobrevive a la purga, aunque no progresa. En los últimos ocho años ha ido perdiendo influencia en el cardenalato del sanchismo.
Ana María Romeo (Córdoba) y José Gallardo (Málaga) también siguen, pero a cierta distancia del estrecho círculo de confianza del presidente. El caso Salazar ha tenido un impacto abrasador. Deja al PSOE andaluz sin un hombre clave en la Moncloa.
En el caso del PP, cuyo congreso ordinario estaba diseñado como un ejercicio de némesis de la crisis socialista, la cuota de políticos meridionales ha mantenido su influencia, más en el orden estratégico que en el marcial, dentro de los inevitables pulsos internos de Génova.

Elías Bendodo y Juan Bravo durante su etapa como consejeros de la Junta de Andalucía
Junta de AndalucíaEl congreso del PP enterró las primarias directas –una idea de Ayuso a la que se oponían, entre otros, el presidente de la Junta– y avaló la táctica de intentar ensanchar la base social del PP para atraer a votantes no conservadores. Ambas cosas muestran el predicamento de Moreno Bonilla.
El PP andaluz tiene nueve representantes en la nueva dirección. Suman el 20% de los dirigentes designados. La cifra casi equivale al porcentaje de votos que los dirigentes del Sur recibieron en las últimas generales.
La importancia del ascendente meridional dentro del PP de Feijóo debe medirse no tanto en términos estadísticos como políticos. Políticos como Elías Bendodo y Juan Bravo pierden peso relativo, aunque sin salir de las plantas nobles de Génova, donde continúa, igual que una estatua romana, Javier Arenas, el último hombre de la era (arqueológica) del aznarismo.
Lee tambiénLa idea de asentarse en el centro –para abrirse de forma simultánea, según sean las futuras necesidades electorales, a todos extremos del arco parlamentario– coincide con la experiencia del presidente de la Junta, que en 2019 fue investido con los votos de Vox y Cs y, tres años después, conquistó la mayoría absoluta. Es el sueño de Feijóo: gobernar solo (o en minoría) para no volver a ahogarse, como le sucedió en 2023, en la orilla.
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