Nora Portela: ex modelo y suegra de Gustavo Cerati, renunció a todo para dedicarse a ayudar
Contar que fue una de las modelos top de los 80, que dejó todo para dedicarse a rescatar perros y asistir enfermos, que es la madre de la modelo Chloé Bello o que fue la suegra de Gustavo Cerati sería reducir su vida a un par de títulos. Porque lo que hace Nora Portela hoy es tan impactante que cuesta resumirlo. “No quiero que me aplaudan porque yo elegí esto. Me hace bien a mí. Fue un largo camino que transité y asumo en silencio. Hablo de este aprendizaje que algunos no entienden. Y comprendo la curiosidad que genero. Porque por voluntad propia me eyecté al vacío, hui del universo de los lujos y de los eventos. Es que no estaba feliz. Tenía todo, pero no estaba contenta”, explica.
En su casa de San Isidro vive con 30 perros. Tiene todo perfectamente diseñado para que no haya problemas y es ella quien se encarga de inyectarlos, medicarlos y todo lo que implica hacerse cargo de animales que, entre otras cosas, fueron amputados o están ciegos. Mientras tanto, sube a su auto varias veces al día para conseguir donaciones, visitar ancianos, repartir pañales, atravesar la ciudad sin esquivar villas miseria. Y nunca se queja. Esa, dice, es la regla número uno en su vida.
–¿Y todo sola?
–Hace 30 años que vivo sola. Desde que me separé del padre de mis hijas [Chloé y Thaïs Bello] nunca más conviví con nadie. Obviamente no todos están preparados para seguirme, y eso que al principio no era ni la mitad de lo que soy ahora. La verdad es que toda la vida amé a los animales y las plantas de una manera loca. Incluso los elegía por encima de mis amigas. Siempre viví en casa, pero cuando me casé me llevaron a un dúplex divino. Fue fatal, porque empecé a llevar animales sin un ojo, sin una pata... Y mi pareja iba en el camino opuesto: todo perfectito, perro de raza con las orejas cortadas. La antítesis. Y bueno, por algo me separé tan rápido.
–Con hijas muy chicas...
–Sí, de uno y cuatro años. Por eso somos tan unidas. Fui madre, padre, tía, tío y todo lo que te imagines. Las chicas crecieron sanas, adoptando naturalmente mi filosofía de vida. Ojo, que al principio me costó soltar. No es fácil largar la buena vida, la casa de Punta del Este, el barco amarrado en el Boating Club, la última cartera, el reloj y la camioneta. Pero decidí vivir como quería, dedicada a la entrega total.
–¿Te fuiste desprendiendo de bienes para poder ayudar?
–Sí. A mis hijas les di todo. Pero cuando empezaron a volar empecé a comerme los ahorros. Mi heladera está normalmente vacía, pero el universo siempre me manda algo. Y ellas también, que son un amor. Chloé viaja por el mundo haciendo su trabajo de modelo, pero vive acá. Thaïs está instalada en Madrid. Y me apoyan. Al principio se asustaron. Me preguntaron: “¿Estás enferma? ¿Te vas a morir?” Pero tampoco es que les sorprende tanto porque se criaron con una madre que no comía animales, no tomaba alcohol, no compraba leña ni consumía remedios. Porque ahora todas son naturistas y creen que salvan al mundo. Yo lo veo como una pantalla. La mayoría son puro speach, no mueven un dedo.
–¿Ni una aspirina tomás?
–Nada. Mucho menos vacunas. En pandemia estuve 15 días sola con 40 grados de fiebre. Me agarré Covid y como soy antitodo estuve hecha bolsa. Pero me las rebusqué. Había que seguir cuidando a los perros, limpiar, seguir la rutina. Y pude. Siempre encontrás la manera. Jamás busco excusas.
–Pero tendrás alguna amiga entrañable que te asiste...
–Una cosa es tener amigas entrañables y otra muy distinta es que te banquen en esta elección. A nadie le gusta venir acá, limpiar la caca y el pis de los perros, que te salten o ensucien. Igual, me gustaría aclarar que no vivo en un chiquero, que tengo todo muy pero muy limpio y organizado. Mi casa está impecable. Los perros están afuera, en sus casas, sus cuchas. Tienen jardín, luz, todo. Solo los que están muy viejitos o sufrieron alguna amputación pueden estar en otra zona, junto a la chimenea.
–¿Tuviste problemas con los vecinos?
–Bueno, eso sucede. Por más que hagas todo impecable, si pasa una ambulancia con su sirena y se descontrolan ladrando, no puedo hacer mucho. Hay gente que entiende y otra que no tanto. Yo soy muy disciplinada y no me parezco en nada a “la vieja de las palomas”, pero tal vez alguno tenga la fantasía de que esto es una roña. Los invitaría para que vean. Igual la queja se transforma en agradecimiento cuando necesitan que asista a su perra parturienta, o simplemente se les escapa. No estamos mal, pero si me quieren o no, ese es otro tema.
–¿Cómo ves a la gente hoy?
–Egoísta. No les importa nada. Incluso en ambientes de supuesta solidaridad pasan cosas. Enfermeras que se quedan con los chocolates de los chiquitos, o conocidos muy pudientes que me donan cosas agujereadas, sucias, con mal olor. Si hay algo que me revienta es que me den cosas en mal estado. A veces abro las bolsas y me quiero morir.
–¿Te sentís incomprendida?
–No, cada uno con lo suyo. Obviamente fui yo quien se corrió de casi todo el mundo. Me borré de la burbuja de los eventos, desfiles, reuniones. Estaba ahí y sentía que no quería. Prefería estar sirviéndole a alguien, ver dónde conseguir una silla de ruedas para un abuelo. Es una elección de vida; supongo que soy una especie de misionera. Pero no trabajo para nadie. Voy sola con esto. Y no trato con gente que hace solidaridad cobrando un sueldo. Todo ad honorem o nada.
–Personalidad te sobra. ¿Es cierto que le pusiste los puntos a Gustavo Cerati cuando pasaba a buscar a tu hija Chloé?
–Sí, un “quemo” según mis hijas. Es que pasaba a buscar a mi niña ya no tan niña y paraba en la esquina. Así que un día le dije: “Querido, somos de la misma generación. Vení, tocá el timbre como corresponde y cuando la traigas esperá hasta que entre”.
–¿Y qué dijo? ¿Le hizo gracia?
–No, me tenía pánico. Pero no me importaba nada porque mis hijas son mi tesoro. Al tener la misma edad hablábamos el mismo idioma. O al menos eso era lo que yo pretendía. Finalmente nos entendimos y hasta me dejaba su perro, Jack, un border collie maravilloso, que él amaba y nos cambió la vida.
–¿Cómo fue eso?
–Gustavo lo amaba, pero realmente no podía hacerse cargo de un animal. Así que cuando se iba a de gira yo me lo quedaba; después le ponía la cámara para que lo viera. Se quedaba conmigo siempre, íbamos juntos a remar al río. Hasta que pasó lo que pasó. Me hubiera gustado llevárselo a la clínica porque ya sabemos y está comprobado lo que es la conexión entre los enfermos y los animales. Pero bueno, otros tiempos y demás. Jack vivió hasta hace poco y se convirtió en un gran acompañante terapéutico de chicos autistas. Trabajó a dúo con Cora, una perrita que está especialmente educada para eso. Jack la llevaba en el lomo. Todo muy fuerte, y también simbólico. ¿Sabés de qué se murió Jack? Tuvo dos ACV. Increíble.
–¿En qué creés?
–En los buenos gestos y en el amor.●
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