Políticos y formación universitaria: el valor de la verdad

Esta semana hemos vuelto al debate recurrente de la formación académica en la política española como pasaporte informal hacia la legitimidad. La veracidad sobre la titulación en la política forma parte de una realidad social, no está escrito en ninguna ley pero se percibe como un requisito tácito la formación universitaria.
La presión social y la realidad de un país donde una parte muy importante no tuvo acceso a esa formación por motivos económicos, convirtió a la universidad en símbolo de progreso, ascenso social y preparación. El templo de la inteligencia donde Unamuno se erigía sumo sacerdote y recordaba al fascista Millán Astray que vencer no significaba convencer. Durante la dictadura albergaba uno de los pocos lugares de aperturismo y rebeldía política, con protagonistas, que en su mayoría, provenían de familias vinculadas a las élites del régimen. Al llegar la democracia se consolidó como el principal motor del cambio político en España.
Muchas familias trabajadoras, que no habían tenido acceso a esos estudios, se volcaron en que sus hijos accedieran a la universidad. Recuerdo lo importante que era en mi barrio que fuésemos las primeras generaciones de nuestras familias en llegar a la universidad. Nuestros padres y nuestros abuelos sentían que también era su éxito. La formación superior pasó a simbolizar ese triunfo, el respeto y en el ámbito político la posibilidad de representación. Aún hoy, muchos candidatos sienten la necesidad de adornar su currículum académico, incluso de manera cuestionable, para cumplir con esa expectativa colectiva. Olvidándose en demasiados casos que las primeras cualidades que hay que exigir a los representantes públicos son la honestidad y la honradez. Honestidad para no engañar y honradez para gestionar lo que es de todos. Es la mayor garantía de la democracia. Unamos talento, compromiso, formación, empatía y la virtud de escuchar y el camino de la confianza de los ciudadanos en la res pública será mayor.
Esa presión no ha estado presente solo en la política, en el ámbito laboral ha sido a la inversa, nos ha llevado a la sobre cualificación de miles de jóvenes licenciados, con postgrados, masters, … atrapados en empleos precarios, mientras desatendíamos la formación profesional en nuestro país. Frente a esta realidad al preguntarnos si basta con tener un título o al mismo tiempo debemos contar con ética, experiencia y compromiso, comprobamos que hay distintas maneras de alcanzar el liderazgo político. Desde Lula da Silva, sin estudios universitarios, comenzó de limpiabotas y vendedor ambulante, y como sindicalista abrazó la justicia social y está demostrando su capacidad y empatía para entender que el desarrollo de Brasil pasa por sacar a millones de personas de la pobreza a la que estaban condenados. Por el contrario, líderes como Emmanuel Macron, formados en las mejores escuelas, han sido eficaces y están sabiendo entender un momento complicado en el nuevo orden mundial.
Sigo creyendo que la política española necesita de la verdad, crecí en mi militancia recordando las palabras de ese joven Machado al escuchar al tipógrafo Pablo Iglesias Posse. “La voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible —e indefinible— de la verdad humana”. Ese "timbre de la verdad", coherente, sincero, humilde, debería ser nuestra mejor credencial. Quizás ese sea el camino que quieren los españoles de nosotros, siempre la verdad.
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