El limbo de los migrantes atrapados en Túnez: sin poder cruzar a Italia ni regresar a su país
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El humo ya se escapa de lo que queda del campamento improvisado. En algunos lugares, las llamas continúan lamiendo los restos de una vida precaria: una cuchara, una lona plástica que servía de tienda, ropa de cuna, un paquete de preservativos... El 24 de abril, la Guardia Nacional de Túnez arrasó dos campamentos de migrantes en Jbeniana y El Amra (este del país). Ese día, se invitó a medios de comunicación a cubrir la operación, pero otros desmantelamientos ocurrieron lejos de las cámaras. Varios miles de personas, originarias de África subsahariana, fueron desplazadas.Severine SajousBahri Ghali es propietario de uno de los dos campos de olivos de los que se desalojó a los migrantes el 24 de abril. “Vivo de mi tierra, y desde hace dos años, la situación se ha vuelto insoportable. Grupos de migrantes africanos se han instalado en mis campos. Arrancaron mis olivos, destruyeron mis cultivos, rompieron los sistemas de riego. Incluso se llevaron las tuberías para construir refugios. Ya no puedo plantar nada, ni cosechar. Algunas zonas de mis tierras se han convertido en canchas de fútbol. Se talan árboles, desaparece el material. A veces, me veo obligado a dar dinero a ciertos grupos de migrantes, solo para que no me destruyan todo. Doy unos 100 dinares (29 euros) cada dos o tres semanas. Pero si pago a un grupo, llega otro. No hay solución duradera. ¡No es normal que tenga que pagar para poder acceder a mi propia tierra!”, se queja el agricultor.Severine SajousLas operaciones de desmantelamiento del pasado abril expulsaron de distintos puntos de la gobernación de Sfax a más de 12.000 migrantes, según las autoridades tunecinas, que afirman actuar por decisiones judiciales tras denuncias de los propietarios de tierras. Túnez insiste: no desea convertirse en un país de tránsito ni en una tierra de asentamiento. Sin embargo, no propone ninguna solución inmediata para los migrantes, entre 20.000 y 30.000, según los cálculos del Gobierno tunecino. Su única opción es desplazarse unos cuantos metros con las pertenencias que son capaces de cargar. La ruta mediterránea hacia Italia está casi cerrada. Solo 1.129 migrantes han llegado al país entre el 1 de enero y el 29 de mayo, según Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. En el mismo período de 2023, eran más de 18.000. Fue el mismo año en el que Túnez y la Unión Europea firmaron un acuerdo para contrarrestar la inmigración irregular por el que Bruselas prometió 255 millones de euros al país magrebí.
La única solución de salida para estos migrantes es el programa de retorno voluntario de la Organización Internacional Para las Migraciones (OIM). En 2024, 7.250 personas se beneficiaron del mismo en Túnez. A fines de abril de 2025, un total de 2.553 personas retornaron a su país de origen, según las autoridades tunecinas. “Los migrantes subsaharianos tienen que esperar a veces entre seis u ocho meses para regresar a su país tras la inscripción en la OIM. El ritmo es muy lento. El Estado tunecino está haciendo muchos esfuerzos con los países de origen para organizar los procedimientos de retorno voluntario con la OIM”, reconoce el coronel mayor Houssemeddine Jebabli.Severine SajousEn los campamentos de migrantes que aún existen, como este situado en el kilómetro 25 antes de Sfax, las condiciones de organización rozan la autosuficiencia. El campamento dispone de un campo de fútbol, tres mezquitas, una tienda, un café donde se pueden cargar teléfonos gracias a un generador y dos restaurantes comunitarios. Todas estas infraestructuras fueron construidas con lonas plásticas y tuberías de riego recicladas. Los habitantes se lavan con el agua de un pozo ubicado en el campo vecino.Severine SajousMigrantes musulmanes rezan en un campamento.Severine SajousAminata, de 27 años, llegó sola desde Guinea después de perder a sus padres. Quería ayudar a sus hermanos y hermanas. Vivía en el campamento del kilómetro 26, en el sur de Túnez, hasta que la policía le prendió fuego. Desde entonces, vive en el kilómetro 25 con su hijo Ismaël, que nació en esta tienda improvisada.
Intentó cruzar el mar en cuatro ocasiones. La primera vez, su barco naufragó y murieron tres de sus amigas. La segunda vez, fue interceptada cerca de Lampedusa y luego expulsada al desierto. Casi fue agredida sexualmente, pero su actual compañero la defendió. En el tercer intento, unos pescadores robaron el motor. En el cuarto, el 9 de abril, su barco hizo agua: “Tuve que sostener a mi bebé en alto para que no se ahogara”.
Se inscribió en el programa de retorno voluntario, pero la OIM le respondió que no había lugar. “Hemos sufrido demasiado aquí”, dice. Solo quiere volver a Guinea y trabajar.Severine SajousMohamed Ali fue agredido en El Amra cuando intentaba retirar una transferencia de dinero enviada por su madre. Estaba con cuatro amigos cuando un grupo de jóvenes tunecinos los siguió hasta una oficina de cambio. Después de obligarlos a comprar cigarrillos y cafés, exigieron el dinero.
Mohamed Ali se negó a dárselo. Recibió un machetazo en la mano. Los agresores huyeron al llegar la policía.Severine SajousMigrantes y habitantes locales sufren una situación que se prolonga sin una salida clara. Según la ley, los primeros no tienen derecho a trabajar ni a alquilar una vivienda; los segundos denuncian un aumento de robos y agresiones. Sin embargo, en este clima tenso, existen gestos de solidaridad.
Khelil, un agricultor que no encontraba mano de obra para la cosecha de habas, decidió contratar a tres jóvenes subsaharianos por 30 dinares al día (8,75 euros), la tarifa local. Destaca su motivación y la calidad de su trabajo. “Si eso les permite comer y sobrevivir, habrá menos robos. El hambre lo explica todo”, dice, sin desvelar toda su identidad por temor a represalias judiciales.Severine SajousEn el mercado de Jbniana, migrantes y habitantes locales conviven. Subsaharianos venden productos exóticos que los tunecinos descubren.Severine SajousAlrededor de los campamentos, se desarrollan otras actividades. Vendedores de pollos recorren la región, jóvenes en moto entregan alimentos y medicamentos a personas demasiado asustadas para desplazarse. Nabil (nombre ficticio) cuenta haber alquilado su conexión eléctrica por 250 dinares (72 euros) a otro hombre. “Empezó a las cinco. Seis horas después, todo estaba listo. Luego llegó la policía. Lo confiscaron todo”. Arrestado, Nabil fue condenado a 10 meses de prisión. Describe condiciones duras y un clima de tensión. “Éramos entre 150 y 160 personas por celda. De ese número, al menos 50 eran migrantes africanos. En cada colchoneta dormían entre dos y tres tunecinos. Los negros duermen en el suelo”. La experiencia en la cárcel le ha provocado una recaída en el alcoholismo. Ahora dice que se prepara para llegar a Europa clandestinamente.Severine SajousA muchos tunecinos, la llegada masiva de migrantes les ha provocado un sentimiento de inseguridad. Souad, residente de El Amra, ha instalado rejas en las ventanas de su casa.
“Aquí las mujeres están solas. Tenía miedo, así que pusimos barrotes. Nos costaron 1.500 dinares (437 euros) y aún no terminamos de pagarlos”. Souad dice comprender a los migrantes, porque los tunecinos también migran. “Aquí no hay nada”, lamenta. Ella perdió a su hijo Badr en 2011 cuando intentaba cruzar el mar hacia Europa y ahora teme que su hijo menor también lo intente. “Los migrantes buscan lo mismo que mi hijo: una vida digna. Yo también les he dado de beber, de comer. Aunque viva en la pobreza. Somos un pueblo que sabe acoger. Ese es nuestro espíritu musulmán”.Severine SajousEn Ouled Mabrouk, lugar de paso y de partida, las casas vacías acogen en silencio a quienes esperan salir al mar antes del amanecer, aunque los intentos se hacen cada vez más escasos. Entre habitantes y personas de paso, persiste una esperanza —frágil pero tenaz— de que, tal vez algún día, el mar se vuelva a abrir.Severine Sajous