Infraestructuras faraónicas y ciudadanos cada día más empobrecidos: el agujero de la deuda consume a Egipto

Planeta Futuro publica una serie de reportajes coincidiendo con la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de Naciones Unidas para analizar el impacto concreto de la crisis de deuda sobre la población de los países más afectados.
En una mañana de principios de junio, resguardados bajo una enorme estructura métalica del sol que empieza a abrasar El Cairo, un vaivén de pasajeros cruza a pie la parte central de la estación de Adly Mansur, situada a las afueras de la capital de Egipto. Aquí, a poca distancia del aeropuerto, confluyen, sin el abarrotamiento de otros nudos de transporte, un tren ligero recién estrenado, una nueva línea de metro, una parada de tren y varias estaciones de autobús. Es el mayor intercambiador de todo Oriente Próximo.
En varios puntos de la estación lucen grandes carteles con el perfil del presidente de Egipto, Abdelfatá Al Sisi, y su homólogo francés, Emmanuel Macron. Fueron colocados en abril para la visita del líder europeo al país árabe, que incluyó esta terminal y su línea 3 de metro, financiada en gran parte por la Unión Europea y gestionada por la operadora del metro de París. Dos meses después, sus rostros continúan acompañando a los pasajeros.
La estación de Adly Mansur fue inaugurada el 3 de julio de 2022, en el noveno aniversario del día en el que Al Sisi, antaño jefe del ejército, expulsó del poder al presidente Mohamed Morsi, elegido democráticamente. Cuando se estrenó, el ministro de Transporte, el teniente general Kamel El Wazir, la asoció con el nuevo Egipto.
Esa “nueva república” en construcción, como la denomina el Gobierno de Al Sisi, incluye también la nueva capital que Egipto empezó a desarrollar hace una década en medio del desierto, y que se ha convertido en el macroproyecto estrella del Ejecutivo. El tren ligero une El Cairo con esta nueva ciudad, situada a unos 45 kilómetros, y la espaciosa terminal de Adly Mansur es una especie de portal entre estas dos realidades.
En la nueva capital, levantada de la nada, las obras avanzan a toda velocidad y los récords se acumulan: la torre más alta de África, la mayor ópera de Oriente Próximo, la catedral más grande de la región, la segunda mezquita del mundo o un complejo militar siete veces el Pentágono. Pero la realidad es que en la ciudad por ahora no vive casi nadie.
Esta “nueva república” egipcia, que se hace notar también en muchas otras zonas del país, ha sido posible en parte gracias a un perenne as en la manga: la deuda. En la última década, el Gobierno de Al Sisi ha encontrado en ella una fuente de ingresos rápida que le ha permitido cimentar su autoridad e intentar remodelar Egipto. El problema, ahora, es que devolverla se está empezando a convertir en una creciente pesadilla.
“Nadie lo sabe”Desde 2014, año en el que Al Sisi asumió formalmente su cargo de presidente, la deuda exterior de Egipto se ha disparado de 46.000 millones dólares (40.132 millones de euros) hasta los casi 153.000 millones de dólares (130.000 millones de euros) de junio de 2024. Un tercio de esta se ha contraído con instituciones multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, seguidos por prestamistas bilaterales de entre los que sobresalen Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y, cada vez más, China.
Desde 2014, año en el que Al Sisi asumió formalmente su cargo de presidente, la deuda exterior de Egipto se ha disparado de 46.000 millones dólares (40.132 millones de euros) hasta los casi 153.000 millones de junio de 2024.
La mayor parte de esta deuda no se ha destinado a servicios sociales, ni a sectores económicos productivos, ni a aumentar las reservas del Banco Central, sino a tapar enormes déficits presupuestarios, financiar megaproyectos de infraestructuras, mantener durante años el valor de la moneda pegada al dólar, comprar armas y, con el tiempo, pagar deuda anterior.
Además de la nueva capital que está levantando en el desierto, en 2015 y 2021 Egipto expandió el canal de Suez y cavó un carril paralelo al histórico. En 2016, el país acordó con Rusia construir su primera central nuclear. Y en 2021, firmó un contrato con la alemana Siemens para armar una amplia red de trenes de alta velocidad.
Todos estos macroproyectos, a los que se suman muchos otros de menores dimensiones, como decenas de nuevas ciudades y ampliaciones de las redes nacionales de transporte y suministro energético, tienen un coste de miles de millones de dólares y se están financiando en ocasiones de forma opaca y, al menos en parte, a través de la deuda. En muchos casos, el retorno económico que puedan llegar a generar es más que dudoso.
“La idea de Al Sisi era intentar realizar megaproyectos que le permitieran promover la unidad nacional en torno a ellos”, considera el político y exdiputado egipcio Mohamed Anuar El Sadat, sobrino del expresidente Sadat. “[Pero] todos creemos que se ha gastado demasiado y que algunos de estos proyectos no eran prioritarios y podrían haber esperado un poco”, añade.
El último ejemplo de este tipo de apuestas de desarrollo se anunció a principios de junio, cuando el Gobierno desveló su plan de construir desde cero todavía otra ciudad más al oeste de El Cairo. Bautizada como Geryan, el primer ministro, Mostafa Madbuly, la calificó como una “revolución urbana y de desarrollo”, y explicó que formará parte de un macroproyecto ya en marcha para intentar expandir el fértil delta del río Nilo hacia el desierto. Su coste total se desconoce.
“Creo que la mayoría de ministros no tiene mucho que decir. Y la mayoría de estos megaproyectos se han asignado a las Fuerzas Armadas. ¿Cómo vamos a salir de esta? Sinceramente, nadie lo sabe”, afirma Sadat.
El endeudamiento de Egipto se ha convertido en una carga cada vez más pesada. En los nuevos presupuestos del Estado, aprobados en junio, casi el 65% del gasto está reservado al servicio de la deuda local y exterior y el 53% de los ingresos serán deuda nueva, según datos de medios locales. Desde 2021/2022, el reembolso de préstamos y el pago de intereses se ha disparado casi un 300%.
Por otra parte, Sadat también señala con alarma que el Gobierno haya empezado a recurrir a la privatización parcial de empresas estatales estratégicas y a la concesión de grandes extensiones de terrenos públicos en zonas privilegiadas como la costa del Mediterráneo y el mar Rojo para amortizar deudas, sobre todo con países del Golfo árabe, y para atraer más inversiones.
La huella chinaEn medio este laberinto financiero, a finales de 2023, Egipto se convirtió en el primer país del mundo en firmar un acuerdo sobre canje de deuda con la agencia de cooperación internacional de China a fin de conmutar parte de sus obligaciones con el gigante asiático por futuros proyectos de desarrollo. China, el principal prestamista bilateral del mundo, gana influencia exterior gracias al uso de la deuda y, curiosamente, aquel memorando entre los dos países se firmó durante un foro sobre la Nueva Ruta de la Seda, el mega programa de inversiones y de infraestructuras con el que Pekín busca expandir su huella global.
Aunque el acuerdo aún no se ha activado porque se sigue negociando una fórmula que complazca a los dos países, en el último Foro de Cooperación China-África celebrado en septiembre, el presidente chino Xi Jinping prometió el equivalente a 45.000 millones de euros para desarrollar las infraestructuras del continente en los próximos tres años. Pero en otro gesto de su diplomacia de la deuda, el 60% sería a través de créditos.
En el puzle global de China, Egipto ocupa una posición aventajada: es un país relativamente estable en una región lastrada por la inestabilidad; se ubica allí donde convergen Asia, África y Europa; y controla el canal de Suez, una de las principales arterias del comercio mundial. “Además, con las actuales guerras comerciales y reajustes del mercado de suministros, China está tratando de asegurarse rutas alternativas y centros de producción para su beneficio; y, en cierto sentido, Egipto puede ofrecerle todo esto”, apunta el senador egipcio Mohamed Farid.

Junto a su Gobierno, en los últimos años empresas chinas también han invertido millones de dólares en Egipto, sobre todo atraídas por proyectos de infraestructuras y la zona económica construida en torno al canal de Suez. “Egipto necesita toda esta inversión y financiación, los puestos de trabajo y la tecnología que pueda transferirse”, valora Farid. “Pero debemos tener los ojos bien abiertos para evaluarlo y asegurarnos de que beneficia a la población egipcia”, agrega.
El precio en salud y educaciónEl Gobierno utiliza el dinero de los contribuyentes para cubrir los intereses de la deuda en lugar de destinarlo a servicios públicos
Mostafa Shehata, investigador y periodista
Los ciudadanos no han tenido ni voz ni voto en esta política de deuda del Gobierno, pero son quienes cargan con la mayor parte de su peso. En los últimos años, El Cairo ha adoptado agresivas políticas de austeridad y ha aprobado medidas como devaluación de la moneda, reducción de subsidios y aumento de impuestos, para plegarse a las exigencias de organismos como el FMI.
“El Gobierno utiliza el dinero de los contribuyentes para cubrir los intereses de la deuda en lugar de destinarlo a servicios públicos”, lamenta Mostafa Shehata, investigador y periodista egipcio.
Dos de las partidas más castigadas son educación y sanidad, para las que en el próximo año fiscal se invertirán el 1,7% y 1,16% del PIB, según medios locales, pese a que la Constitución exige un mínimo del 4% y 3%.
Los efectos son evidentes. En Egipto, alrededor del 90% del alumnado preuniversitario acude a escuelas públicas, pero el Ministerio de Educación calcula que para acomodarles de forma adecuada necesitaría 250.000 aulas nuevas y unos 250.000 docentes más. En este momento, las aulas están abarrotadas, se hacen varios turnos y las familias dedican cada vez más recursos a costear clases privadas.
“La disminución de ayudas públicas ha provocado la aceleración de la privatización de la educación”, explica Hassan Gabr, presidente del Sindicato Independiente de Profesores de Egipto.
La sanidad pública no ofrece una estampa mucho mejor. Entre 2012 y 2019, se calcula que el número de hospitales se redujo en un 1%, y el de camas públicas del país, un 10%, según datos de la agencia estatal de estadísticas. Al mismo tiempo, el número de hospitales y camas del sector privado aumentó un 20% y casi un 68%, respectivamente.
“Antes, casi todo era gratis o a un precio simbólico y los hospitales estaban totalmente equipados. Los pacientes no tenían que comprar nada fuera. Ahora ocurre lo contrario”, explica desde su consulta, atiborrada de expedientes de pacientes y de personas haciendo cola, Mohamed Abdel Hamid, un doctor de un hospital público de El Cairo.
“El Gobierno está dando un paso atrás en el sector sanitario y los ciudadanos son quienes pagan la sanidad”, agrega.
Las precarias condiciones laborales de los médicos contribuyen además a una de las mayores fugas de profesionales del mundo. “El gasto público total en subsidios y protección social ha disminuido de 29.400 millones de dólares en el presupuesto de 2013-2014 a 17.000 millones en el de 2023-2024”, resume Shehata.
Por otra parte, la creciente presión de la deuda y la criticada política monetaria entre 2016 y 2021 han conducido a varias devaluaciones abruptas de su moneda, que ha perdido el 68% de su valor respecto al dólar en el último lustro. A ello se une que la inflación se ha disparado y en los últimos años ha llegado a máximos del 38%. El resultado es que los egipcios de clase baja y media son cada día más pobres.
En 2022, la agencia estatal de estadísticas egipcia (CAPMAS) concluyó que, desde el inicio de la guerra en Ucrania, el 74% de familias había reducido el gasto en comida. Y una encuesta del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI) calculó que un 25% y un 43% afirmó haber reducido el gasto en educación y sanidad, respectivamente.
“En general, las clases bajas y medias de Egipto se enfrentan a unas condiciones económicas extremadamente difíciles. Son las más afectadas por la austeridad y la priorización del pago de la deuda”, lamenta Shehata.
EL PAÍS