La Junta Militar de Burkina Faso se sirve de la cultura para formar una nueva narrativa nacional y panafricana
En medio de una crisis regional atravesada por el terrorismo y la reconfiguración de alianzas políticas, el capitán Ibrahim Traoré, al frente del Burkina Faso desde el golpe de Estado que encabezó en octubre de 2022, ha convertido la cultura en una herramienta clave para construir una nueva narrativa nacional y panafricana. El cine o la arquitectura son algunos de los nuevos instrumentos con los que el mandatario busca reafirmar la identidad colectiva y legitimar un proyecto político que desafía los viejos pactos con Occidente y refuerza la imagen de la Alianza de los Estados del Sahel (AES), el tridente que forma junto con Malí y Níger, también liderados por juntas militares.
Un buen ejemplo de ello es la reciente inauguración del mausoleo dedicado al expresidente y líder de la revolución socialista burkinesa, Thomas Sankara, una manera perfecta de unir el culto a los héroes revolucionarios con la defensa de la cultura local. Después de 36 años enterrado en el cementerio popular de Dagnoen, sus restos y el de sus 12 camaradas asesinados el 15 de octubre de 1987, mientras estaban reunidos en la sede del Comité Nacional de la Revolución (CNR) en el corazón de Uagadugú, han sido trasladados a un nuevo panteón. La elección del arquitecto no es casual: el burkinés Francis Kéré, el primer africano en ganar el premio Pritzker, el mayor galardón internacional de arquitectura.
“Ha sido un reto impresionante”, afirma en una entrevista con este diario Kéré, que ha diseñado edificios cómo el parlamento de Benín, el Goethe Institut de Dakar o el Museo de Arte de Las Vegas, pero cuya carrera profesional empezó con la construcción de una escuela para su pueblo natal, Gando, en la región Centro Este de Burkina Faso, dónde no había electricidad. “Quería darle algo a mi pueblo y esto me dio una carrera internacional”, dice el arquitecto, que reconoce que aceptó el proyecto del panteón de Sankara ante la insistencia de su familia.
“El mensaje cultural es muy potente. Burkina Faso está luchando contra el terrorismo, pero su estrategia incluye reforzar un imaginario colectivo que exalte los valores locales frente a las élites imperialistas y modernas”, afirma Fahiraman Koné, coordinador del Programa Sahel del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS, por sus siglas en inglés). Según el Índice de Terrorismo Global de 2025, uno de cada cinco asesinatos terroristas en el mundo ocurre en suelo burkinés, lo que lo convierte en el país más afectado. “La cultura se convierte así en una herramienta de legitimación política, de visibilidad internacional y de antagonismo simbólico con el exterior”, añade el experto.
El mensaje cultural es muy potente. Burkina Faso está luchando contra el terrorismo, pero su estrategia incluye reforzar un imaginario colectivo que exalte los valores locales
Fahiraman Koné, coordinador del Programa Sahel del Instituto de Estudios de Seguridad
El mausoleo “es un espacio de reflexión para los burkineses y africanos”, explica Zeyé Noufou, un joven estudiante de geografía en la Universidad Joseph Ki-Zerbo que el pasado 17 de mayo se desplazó hasta el mausoleo de Thomas Sankara para seguir de cerca su inauguración. Para él, la construcción no es solo un monumento: es un mensaje político vivo. “Siento que está aquí con nosotros, ya lo dijo él, que si mataban a Sankara iban a renacer miles de sankaristas”.
El mandato de Sankara, conocido popularmente como el Ché Guevara africano, solo duró cuatro años (1983-1987) pero dejó un legado histórico en el país y el continente africano. Por una parte, reconstruyó la identidad del Estado, al que cambió el nombre colonial de Alto-Volta por Burkina Faso, que significa “el país de los hombres íntegros”, y escribió su himno nacional. Por otra parte, puso en marcha planes de alfabetización masiva, creó comandos de vacunación infantil, construyó vivienda social —el barrio aún existe y se llama 1200 logements— y trató de impulsar la economía nacional, con el fomento de productos locales cómo la tela Faso Danfani. Precisamente, Traoré, que trata de establecer un símil entre su figura y la de Sankara, desechó el año pasado la toga negra satinada, que usan los jueces, herencia de Francia, por un traje tradicional fabricado con algodón burkinés y teñido localmente.
En otra exaltación a lo local, el mausoleo, que forma parte de un proyecto mucho más grande, de entre 14 y 20 hectáreas, está construido con tierra laterítica, una mezcla de arena natural con un poco de cemento, extraída de la ciudad burkinesa de Kaya. “Si extraemos la tierra de los pueblos, minimizamos el uso de cemento, de transporte y tiene unos beneficios económicos para su población”, afirma Kéré.
El cine como trinchera culturalEl otro gran ejemplo de este fenómeno con el que Traoré trata de reconstruir el imaginario nacionalista burkinés es el Festival Panafricano del Cine y de la Televisión de Uagadugú (FESPACO). Durante una semana, cada dos años, la capital del país se convierte en el centro cultural del continente africano, un escaparate en el que los focos del cine iluminan un Estado que normalmente ocupa titulares por la violencia yihadista.
La escenografía patriótica y revolucionaria está cuidadosamente diseñada. La edición número 29 del FESPACO, celebrada en febrero, abrió con una pantalla gigante en la que, además de Sankara, desfilaron figuras históricas como Patrice Lumumba (el primer jefe de Gobierno de la República Democrática del Congo), el escritor y cineasta senegalés Ousmane Sembène o el boxeador Muhammad Ali, símbolos del anticolonialismo y del panafricanismo. El lema elegido este año, “Yo soy África”, encierra la declaración de intenciones de la Junta Militar: construir una identidad compartida desde las artes.
La apropiación política de estos espacios culturales por parte de las juntas militares es palpable. En la entrada del Mercado Internacional de Cine Africano (MICA), dos globos gigantes daban la bienvenida con mensajes como “¡Apoyo total a IB!” —las iniciales del presidente burkinés Ibrahim Traoré— y “¡Viva la AES!”, en alusión a la Alianza de los Estados del Sahel. Dentro del recinto, una carpa con la imagen a tamaño real del mandatario permitía tomarse fotos y hacer donaciones a un fondo nacional “para apoyar el esfuerzo de guerra”. En 2024, ese fondo recaudó 166.000 millones de francos (unos 254 millones de euros), gracias también al aumento del precio de las llamadas telefónicas y la cerveza y la retención de al menos 1% de los salarios de los funcionarios, según dijo en rueda de prensa el primer Ministro, Emmanuel Ouedraogo.
“La población africana es muy joven y el presidente Ibrahim Traoré también lo es [nacido en 1988], eso rompe con ciertas dinámicas del continente y además ha sabido conectar con la Generación Z lanzando mensajes en las redes que cuestionan el legado colonial y la identidad de los países africanos”, explica Beverly Ochieng, analista del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS). Y añade: “Occidente ha dominado la cultura, el lenguaje, la forma de comportarse y de actuar, pero ahora hay muchos jóvenes que se cuestionan esta identidad colonial e Ibrahim Traoré ha sabido conectar con ellos”.
“La población africana es muy joven y el presidente Ibrahim Traoré también lo es, eso rompe con ciertas dinámicas del continente y además ha sabido conectar con la Generación Z
Beverly Ochieng, analista del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales
Pero el festival no solo sirvió para celebrar el cine, sino también para mostrar las nuevas alianzas geopolíticas. En ediciones anteriores, Malí y Níger —socios de Burkina Faso en la AES— fueron los países invitados de honor. Este año, el turno fue para Chad, país clave para el equilibrio de poder en la región tras haber albergado tropas francesas expulsadas de sus vecinos. La visita del presidente chadiano, Mahamat Idriss Déby, a Uagadugú, donde rindió homenaje a Sankara junto a Traoré, fue interpretada como un gesto político de acercamiento.
En paralelo al FESPACO, hay otros eventos de diplomacia blanda. Burkina Faso también ha sido país invitado en el festival de arte y música Segou’Art en Malí, celebrado bajo el lema “Semana de la fraternidad de la AES”.
“La AES ha constituido su propia fuerza militar conjunta, y esto podría avanzar a más si Chad se incorporara; considerando la cálida acogida que ha tenido durante el FESPACO, podríamos ver cómo surge un nuevo G5 del Sahel, pero soberano y arraigado en el propio Sahel”, explica Ochieng. El G5 del Sahel fue una plataforma multilateral de desarrollo y seguridad creada en 2014 e integrada por Mauritania, Malí, Níger, Burkina Faso y Chad y el apoyo de la operación militar francesa, Barkhane. En 2022, Malí abandonó la alianza después de que no se le permitiera asumir la presidencia del grupo justificando la situación de inestabilidad política interna. “Esto no es solo un club de militares. Están construyendo una institucionalidad alternativa”, remata Ochieng, que recuerda que la AES ha lanzado su propio pasaporte, una bandera común con un baobab como símbolo central, y ha impuesto una tasa del 0,5% a las importaciones para alimentar un fondo común.
EL PAÍS