'De Nao Albet y Marcel Borràs': esta genialidad es el gran presente del teatro español
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Con poco más de treinta años, los catalanes Nao Albet y Marcel Borràs ya han hecho una antología de todas sus obras de teatro con su nombre y apellido: De Nao Albet y Marcel Borràs. Lo hacen porque pueden y porque deben, ya que tienen uno de los carrerones más alucinantes del teatro español de los últimos años. Ya no son tan ‘enfants terribles’ como hace una década, porque ya no son tan niños, pero siguen disparando -eso de disparar tiros les encanta- como casi nadie lo hace en los escenarios. Ya han agotado todas las entradas en la Nave 10 del Matadero de Madrid (como siempre que vienen a la capital). Normal, De Nao Albet y Marcel Borràs, que ya se pudo ver unos pocos días en el Teatro de la Abadía en 2023 (con otro sold out), es una auténtica genialidad.
Ambos llevan años escenificando su relación, su amistad, sus idas y venidas, sus enfados, choques, abrazos, besos y su posible ruptura desde que comenzaron a trabajar juntos con 15 años. Fue Àlex Rigola quien confió en ellos en aquel ciclo llamado Radicales Libres que se podía ver en el Teatre Lliure a finales de los 2000. Hay quien recuerda ya de entonces Guns, childs and videogames, donde estaba todo el aparataje Albet/Borràs. Ya entonces soñaban con hacer teatro contemporáneo que se viera en Londres, París, Berlín, Praga o Helsinki. Y lo consiguieron (también porque alguien creyó en ellos, que es un factor muy importante).
Emociona comprobar que todavía haya esta pasión por el teatro en tiempos de pantallas y redes sociales. Pasión por tocar, por estrujar, por algo que, sin ser real, es mucho más real que toda esa vida virtual en la que vivimos. Es decir, lo que lleva siendo el teatro desde tiempos de Eurípides. De Nao Albet y Marcel Borràs es un recorrido por el pasado de ambos, por obras en las que han trabajado y por su futuro. Y nos lo creemos porque esto es un corte de mangas a eso de la autoficción, que qué ganas. Y es también lo que algunos llamarían “una modernez”, pero bienvenida sea. Y es una reflexión sobre la amistad, mucho más jodida que el amor, por si no nos hemos dado cuenta todavía.
Emociona comprobar que todavía haya esta pasión por el teatro en tiempos de pantallas y redes sociales. Pasión por tocar, por estrujar
Todo eso con una escenografía parquísima, un texto excepcional y un trabajo de cuerpo y gestos fantástico. Teatro puro y sin artificio.
Nao Albet y Marcel Borràs -seguro que les han visto en alguna serie o película- aparecen en escena vestidos de negro y cada uno detrás de una mesa de mezclas de sonido y luces a ambos lados de “la caja negra” del escenario. Una pantalla en el medio. Nada más. Y con un micro nos empiezan a contar su vida, cómo se conocieron, quiénes son sus novias, sus amigos, su productora. Solo están ellos, pero les vemos a todos. La magia del teatro.
Y por ahí vamos viendo también cómo se construye una relación intercalada por famosas relaciones entre creadores (como la de Lope de Vega y Cervantes, como Voltaire y Rousseau, como Paul Verlaine y Arthur Rimbaud) en las que ha habido de todo: desde la mayor de las confianzas a la peor de las traiciones. La amistad dicen que todo lo puede, pero es estar continuamente en una cuerda floja. Al mismo tiempo entramos en la convención: invéntate lo que quieras que me lo voy a creer sin necesidad de que sea verdad. Qué manera tan estupenda de tirar por la borda esa literalidad en la que vivimos ahora.
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El ritmo de la obra no te deja ni un segundo de respiro. Hace lo que tiene que hacer: no te agobia y no te da tiempo a aburrirte. Cuando en el cúmulo de escenas que se van perpetrando alguna queda algo más floja, llega la siguiente y te sube (estiran lo justo). Todo para ir llevándote poco a poco a cierto límite. Los creadores hablan de violencia y de sexo sin cortapisas, entrando en las oscuridades y deseos más abyectos del ser humano. Que existir, existen incluso en ese vecino que nos saluda amablemente cada mañana. Incluso en nosotros mismos. Otra cosa es ya ponerlos en práctica y eso sí que igual está tipificado en el Código Penal. Pero para eso seguimos estando en el teatro y para eso sirve, entre otras cosas, como bien sabe Angélica Liddell, alguien de quien te acuerdas al ver esta obra u otras. En Mammón (2015) propusieron un festival a borbotones de sexo, cocaína y dinero: el mundo en el que vivimos. En Falsestuff jugaban con la verdad y la copia y los copiones, eso de que una modernez se ponga de moda y ya la hagan todos: otra vez el mundo en el que vivimos.
Los creadores hablan de violencia y de sexo sin cortapisas, entrando en las oscuridades y deseos más abyectos del ser humano
Pero luego está el humor. Con Albet y Borràs (al contrario que con Liddell) te ríes aunque estén hablando de cargarse a un espectador porque total qué más da. Porque también se ríen muchísimo de ellos mismos, y del ego del creador, del creerse lo máximo, que es una enfermedad que se da mucho en esto de las artes (y del periodismo, ya que nos ponemos). Y, al final, cuando todo esto (la vida) se termine, ¿saben qué queda? El abrazo que te da tu amigo aunque lleves años sin verle por quítame allá esas pajas, que decía Don Quijote. “¡Y ese bosque que no se marchite!”, grita el Nao anciano al grupo del taller de teatro que sale a escena con los brazos hacia arriba. Es alucinante: vemos los árboles.
Albet y Borràs escenifican aquí la fórmula que creen agotada después de montajes tan aplaudidos como los citados Falsestuff -ganó el año pasado el premio Max a la mejor obra de teatro-, Mammon o Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach. Dijeron que se separaban -¿el jueguecito teatral? ¿la verdad?-, pero ya están trabajando en la ópera Los Estunmen, un encargo del Teatro Real y el Liceu (ahí es nada) que se estrenará en junio de 2026 en los Teatros del Canal. Ahora les queda una semana en Madrid y han arrasado. Avisados quedan para la próxima. Son de lo mejor que nos ha pasado.
El Confidencial