'Jurassic World: el renacer': Scarlett Johansson tampoco llega a fin de mes
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Su título habla de renacer pero la película está pidiendo el tiro de gracia. Ya ni siquiera la presencia de Scarlett Johannson es garantía de calidad; otra pobre millennial precaria empujada a subsistir a base de trabajos infames como Jurassic World: el renacer, el enésimo refrito a partir de la novela de Michael Chrichton, una secuela tan centrifugada que todo es ya un déjà vu. Sólo queda pensar que Scarlett Johansson no llega a fin de mes. Me dispongo a ver Jurassic World: el renacer desprejuiciada, pagando mi entrada matinal en la sesión 3D, con mis gafas polarizadas y mi cubo de palomitas, pero en menos de cinco minutos ya se hace patente la desidia con la que está hecha esta película. Ni siquiera las muertes tendrán importancia ni espectacularidad; es un continuo ir hacia adelante para cubrir el expediente de las dos horas y cuarto que dura la película.
Ni siquiera los monstruos impresionan. Y eso que son la especialidad de Gareth Edwards, que llega a la saga jurásica después de haber dirigido Monsters (2010) y Godzilla (2014), y también de Rogue One: una historia de Star Wars (2016) y The Creator (2023). Lo que en Jurassic Park (1993) eran dinosaurios animatrónicos con volúmenes y texturas y vida propia, treinta y dos años después ha degenerado en unos efectos especiales paupérrimos, tan absolutamente cochambrosos y mal iluminados -atentos a la escena de las aguas turbulentas- que sólo puede incidir en la idea de que, desde hace tiempo, los grandes estudios nos están dando gato por liebre, como cuando descubrimos que tal supermercado -no digo nombres porque no puedo pagar demandas-, mantiene el precio del producto mientras reduce si cantidad para venderlo como una oferta y una victoria para el cliente.
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Leí en Bluesky -el Twitter de los que somos melifluos-, que Jurassic World: el renacer había heredado la filia pulp de Kevin Connor -La tierra olvidada del tiempo, 1975- o Juan Piquer Simón -Misterio en la isla de los monstruos, 1981-, pero destilan más imaginación cualquiera de sus cintas de serie b que esta superproducción recalentada que ni siquiera se toma la molestia de ofrecer alguna escena de acción medianamente interesante. Miento, quizás, de nuevo, la escena de las aguas turbulentas.
Jurassic World: el renacer no confía en la capacidad cerebral de sus espectadores. Los trata de una manera tan indulgente que resulta ofensivo. Por si alguien tuviera dudas, deja claro quiénes son los virtuosos y quiénes son los moralmente retorcidos a la primera frase. Diálogos que sirven para explicar el supuesto sentido de una misión tan idiota como potencialmente mortal. En el presente fílmico de Jurassic World: el renacer, los dinosaurios malviven más o menos integrados en los distintos continentes, en peligro de reextinción a causa del cambio climático y del desinterés general del público, que ya no hace colas para verlos en los museos ni en los zoos de dinosaurios -o algo así-.
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Como los blockbusters, al igual que los tarros de guacamole, tan sólo entienden ahora de proporciones grandílocuas, el equipo protagonista debe ir a la isla más peligrosa del mundo, prohibida por todos los gobiernos del planeta -¡por fin se ponen de acuerdo en algo!-, para extraer un vial de sangre de las tres especies más grandes jamás imaginadas. Un trabajo encargado por un directivo de una farmacéutica (Rupert Friend), un tipo de mirada aviesa y pantalones chinos inmaculados, que pretende diseñar -y quedarse con la patente milmillonaria de- un medicamento para prevenir enfermedades cardíacas. Los dinosaurios tienen corazones muy grandes y muy potentes y con su sangre conseguirán blablablá.
El equipo lo conforman una mercenaria con síndrome de estrés postraumático, Zora Bennett (Scarlett Johansson en uno de los peores papeles de su carrera), el paleontólogo Henry Loomis (Jonathan Bailey), como una suerte de doble asequible de Ryan Gosling, un tal Duncan Kincaid (Mahershala Ali), patrón de barco y ex compañero de andanzas de Zora y un grupo de secundarios que, parafraseando Amanece que no es poco (1989), son más contingentes que necesarios. De camino a la isla más peligrosa del mundo se encuentran con una familia de náufragos -Manuel García Rulfo, Luna Blaise, Audrina Miranda y David Iacono-, que también deberán sobrevivir a los ataques de los saurios por tierra, mar y aire.
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Ya no es que los personajes no respondan a una coherencia -el ratón de biblioteca, que jamás ha disparado, de pronto demuestra una habilidad innata para el rápel-, sino que el guión de David Koepp plantea un imposible detrás de otro, por la cara y sin rubor. Pasamos de que un acantilado sea el más escarpado que nuestros ojos jamás hayan visto a despeñarnos por él y que no nos quede ni un rasguño. El nivel de negligencia es tal, que una escena sucede de la siguiente manera: uno de los personajes, al que el guionista se ha encargado de presentar con el más vago y estulto de todos, camina por una isla en la que, hasta ese momento, jamás había puesto un pie y se atreve a inferir: "La base que estamos buscando está a unos tres kilómetros de aquí". ¿Cómo lo sabe? ¡Ni siquiera tiene cobertura en el móvil en la isla más prohibida y peligrosa del mundo mundial!
Y así todo, en medio de una trama que simplemente recicla aquello que funcionó y tuvo algo de alma en las anteriores entregas. Aquí todo se desarrolla y se desenlaza un poco porque sí. Tampoco hay terror ni suspense -de nuevo, más allá de la secuencia de las aguas turbulentas-, porque las criaturas aparecen y desaparecen por la espalda -¡traidoras!- y en el parpadeo de un ojo aquel personaje que ni siquiera se han molestado en desarrollar desaparece para la compunción de nadie. Al menos Gennaro (Martin Ferrero), el abogado peñazo de Jurassic Park nos importó cuando lo devoraron en aquel váter de bambú.
Y Johansson, la siempre diligente Johansson, pelea para decir sus frases sin que le provoquen rubor, porque, ¡madre mía!, muy grande tiene que ser el cheque -tan grande como el que le ofrecen a su personaje en la película- como para descender a los abismos de la serie z hipervitaminada que es Jurassic World: el renacer. Por favor, que alguien acabe ya con la agonía de los dinosaurios. Abracemos, por fin, al meteorito.
El Confidencial