'Mi mamá, Jayne': Cuando tu abuela fue un sex symbol
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Jayne Mansfield fue un sex symbol, es decir, una actriz que tampoco importa tanto si no sabe actuar. A mediados del siglo XX, abundaron en el cine estas mujeres de busto excesivo, caderas basculantes, cabello teñido de rubio y vidas desgraciadas. Iban haciendo películas que nadie sabía cómo se llamaban, porque sonaban todas un poco igual, La chica, La mujer, La rubia, y donde competían con otra rubia, otra mujer, otra chica que también quería triunfar. Fue la gran rivalidad del colorante para el pelo, la lucha a muerte entre corsés muy apretados.
De Jayne Mansfield no queda nada, salvo muerte y escotes. No es poesía: realmente de Jayne Mansfield no perdura otra cosa que su foto comensal con Sofía Loren, donde la italiana dirige la pupila competitiva a los pechos asomados de Jayne, imagen que ha sido imitada muchas veces; y su muerte en un accidente de tráfico, a los 34 años. Se creó el mito de que murió decapitada. De ambas cosas tengo yo noticia desde los veinte años.
Ahora Max presenta un documental de hora y media sobre Jayne Mansfield, y parecía un buen momento para ampliar a más de dos las cosas que sabías sobre ella. ¿Cómo entró en el cine? ¿Qué abusos sufrió? ¿Cuál fue su relación con Marilyn Monroe? La respuesta a estas preguntas, amén del placer siempre exquisito de ver trozos de películas antiguas y fotografías de revistas y pequeños extractos televisivos en blanco y negro, hacía de Mi mamá, Jayne un título promisorio.
Es un espanto. Ayuda a su baja calidad que los responsables de la cinta sean los hijos de Jayne Mansfield. Tuve cinco. La menor de ellos, Mariska Hargitay, dirige y lidera la película, incluso se ha puesto a sí misma en el póster. Luego ha llamado a todos sus hermanos, les ha sentado en una silla y les ha dicho que lloren, se pongan tiernos y hagan como que se acaban de acordar de algo relacionado con su madre, muerta hace casi sesenta años. La propia Mariska contaba sólo tres años cuando perdió a su madre.
El resultado es alta respostería sentimental. Abunda el rosa. Es como si su madre se acabara de morir. No explican por qué nos debe importar
El resultado es alta respostería sentimental. Abunda el rosa. Es como si su madre se acabara de morir. No explican estos huérfanos por qué nos debe importar tanto. Mucha gente hace homenajes a sus progenitores muertos, con fotos y música y vídeos caseros, pero no los ponen en Max.
Sin embargo, podría haber sido algo interesante. Si perdiste a tu madre a los tres años, nada queda de ella en tu memoria. Pero si tu madre dejó un rastro inmenso en el mundo (como es lo propio de una estrella del cine), tu aproximación a su figura no carece de materiales. Están sus películas, sus entrevistas, las biografías no autorizadas que se escribieron sobre ella, amén de cientos de imágenes y chismorreos. Pero Mariska, también actriz, pasa de puntillas por todo lo que hizo de su madre una leyenda, y la reduce al sentimiento filial, muy barato y decolorado.
También habría que ver cuánto ha cobrado esta mujer por acordarse en 2025 de su madre, medio siglo después de perderla.
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Frustrado por no saber más cosas sobre las bombas sexuales de los años 50, salté a la serie documental sobre Sara Montiel, titulada Súper Sara, también en Max. Salen muchos expertos en cine, como José Bono y Boris Izaguirre. Y mucha gente con el pelo raro, como Samantha Ballentines y Supremme de Luxe (que a lo mejor son tan expertas en cine como José Bono, yo qué sé). Salen Alaska, Norma Duval y Loles León. Pasa un montón de gente por un plató de rosas y dorados, y muchos objetos de más, hablando de Sara Montiel como si nunca hubiera hecho películas, sino sólo programas del corazón. Es un homenaje del mundo del corazón a toda la decadencia que les aportó Sara Montiel, envejecida y deprimente.
Si alguien que no sabe nada de la actriz viera Súper Sara, pensaría que fue un mamarracho a la altura de cualquier otro mamarracho de los años 90 en las televisiones privadas, por la noche. Su belleza, sus grandes películas (Vera Cruz, Yuma, La violetera) sólo fueron un pasatiempo mientras llegaba lo importante: Salsa Rosa. Sara Montiel conoció a Gary Cooper y Burt Lancaster, y trabajó con Robert Aldrich y Samuel Fuller, pero eso es una fruslería y apenas nos interesa comparado con casarse a sus 74 con un cubano treinta y seis años más joven que ella. ¡Ahí sí que hay cine!
Si alguien que no sabe nada de la actriz viera Súper Sara, pensaría que fue un mamarracho a la altura de cualquier otro mamarracho de los 90
El documental es imposible de ver, cada minuto que pasas viéndolo le estás faltando el respeto a Sara Montiel. Lo que más les importa es que la actriz fue un “icono gay” y una “feminista sin saber que era feminista”. Yo creo que eso justamente es lo que pensaban Ernest Borgnine, Jack Elam y Gary Cooper cuando la veían aparecer en el set de rodaje de Vera Cruz: “Eh, ahí viene el icono gay”, se decían unos a otros.
Y Burt Lancaster añadía: “Una feminista que no sabe que es feminista, amigos”.
Jayne Mansfield fue un sex symbol, es decir, una actriz que tampoco importa tanto si no sabe actuar. A mediados del siglo XX, abundaron en el cine estas mujeres de busto excesivo, caderas basculantes, cabello teñido de rubio y vidas desgraciadas. Iban haciendo películas que nadie sabía cómo se llamaban, porque sonaban todas un poco igual, La chica, La mujer, La rubia, y donde competían con otra rubia, otra mujer, otra chica que también quería triunfar. Fue la gran rivalidad del colorante para el pelo, la lucha a muerte entre corsés muy apretados.
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