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Acallar a los críticos: la historia no contada de la censura de prensa durante la II República

Acallar a los críticos: la historia no contada de la censura de prensa durante la II República

Días terribles. El 12 de julio es asesinado el teniente José Castillo por un grupo de pistoleros falangistas, el 13 es Joaquín Calvo Sotelo quien corre la misma suerte, esta vez a manos de varios guardias de Asalto y miembros de las milicias socialistas, los periódicos informan sólo de lo primero, porque el ministro de Gobernación ordena que se omita la palabra “asesinato” para el caso de Calvo Sotelo.

El arranque bien podría ser una entrada de los diarios de Manuel Azaña, por ese tono tan característico, si no fuera por el detalle de la censura gubernamental sobre la prensa, que él mismo impulsó y que es omitido convenientemente del relato de la II República, como otras muchas cuestiones.

Se cumplen ahora 89 años justos de esa última semana de la II República en la que nadie recuerda que por orden del gobierno del Frente Popular se prohibió a los periódicos de la tarde usar el sustantivo “asesinato” para informar sobre la muerte de Calvo Sotelo, así como llevar más de una pieza sobre la cuestión, prerrogativas que se habían colado en el ordenamiento de la II República de la mano de la izquierda republicana en 1931, cuando estaban seguros de que jamás gobernaría la derecha, porque en ningún momento formó parte de sus planes la alternancia. La idea es anterior al golpe de Estado.

El control de la prensa durante la II República es uno de esos aspectos del periodo convenientemente borrado de la historia por la sencilla razón de que contradicen el relato de la izquierda actual y porque muestra en cambio el germen más puro de su fundación, que no fue otro que el de impedir a toda costa que la derecha frustrara sus planes de transformación de España. Es el inconveniente de la realidad, que deja huellas. ¿Por qué se incluyeron normas que validaban al gobierno a ejercer por ejemplo un control de la prensa? Porque sencillamente se quería imponer y preservar el modelo republicano alcanzado con la Constitución de 1931 elaborada por unas cortes en las que la derecha había estado un tanto infrarrepresentada.

Según explica a El Confidencial el veterano periodista Justino Sinova, que acaba de reeditar La prensa en la Segunda República Española. Historia de una libertad frustada, “hubo una agresión frecuente, al derecho a la libertad de expresión, que es un derecho fundamental en la democracia. Persiguieron a los críticos a la República, aunque no eran periódicos en general antirepublicanos, sino que sólo querían contar lo que pasaba”.

placeholder Cubierta de 'La prensa en la Segunda República Española', de Justino Sinova.
Cubierta de 'La prensa en la Segunda República Española', de Justino Sinova.

Es la historia de El Debate que dirigió Ángel Herrera Oria, o el ABC, que era monárquico, pero no antisistema, entre muchos otros. Se trataba de vigilar que no se alterara la idea de la pureza republicana, según la entendían ellos. Un proyecto cerrado. No se podía criticar nada. “Hay dos medidas fundamentales sobre las que se apoyará ese control, en el Estatuto Jurídico de la República, donde se reconocen los derechos individuales hay un artículo que expone que los derechos reconocidos quedan sometidos a las decisiones políticas, que es clave. La segunda medida fue la Ley de Defensa de la República, un intento personal de Azaña para dar poder al Gobierno de turno para hacer todo lo que quisiera, para defender a la República”, comenta Justino.

Es importante porque desde el inicio existe una desconfianza, a pesar de que hay una mayoría de derechas católica que había aceptado el sistema republicano y que está integrada. El gran golpe llega sin embargo en las elecciones de 1933: la victoria de la CEDA, el partido mayoritario de derechas, que no era antirrepublicano, mostraba la diversidad del país, al tiempo que las normas que habían habilitado a la izquierda republicana para censurar los periódicos quedan en manos de sus enemigos.

“El gobierno de Lerroux actúa igual. ¿Cuál fue el principal problema de la República? Que las decisiones las tomaban los políticos, imagínate que ahora el Gobierno español suspende diez periódicos. Pues eso era lo que hacían. Cuando el golpe de Estado de Sanjurjo, que ocurre en el verano del 32, y el presidente del Gobierno es Azaña, el gobierno suspende 127 periódicos. ¿Con qué argumento? Pues que habían colaborado en el golpe. Cosa que no estaba probada, ni mucho menos”.

Cuando en el verano del 32 tiene lugar el golpe de Estado de Sanjurjo, el Gobierno suspende 127 periódicos

Una de las características de ese periodo es que existían muchos periódicos que eran de partido, puramente panfletarios. Ahora se tiende todavía a romantizar el pasado, por ejemplo en el periodo de la Transición cuando se vendían más periódicos: “Cuando empieza la transición en el año 75, hay periódicos muy potables que cuentan lo que pasa y que publican editoriales y artículos de opinión muy interesantes y con un gran sentido de la libertad y del servicio al público. Pero claro, esos periódicos tienen un alcance mucho más pequeño que todos los medios que ahora se difunden por Internet. Se impriman luego o no se impriman. Internet ha dado un vuelco a la posibilidad de que la gente esté informada. Y yo creo que hay muchos periódicos muy respetables y también hay algunos bodrios, pero con eso ha pasado siempre. Cuando empezó la Transición o al año siguiente de la Transición nacieron El País y Diario 16, permanecieron ABC y tal y había uno que se llamaba El Alcázar, que era un periódico ultraderechista. Bueno, pues eso siempre ha pasado”, explica Justino.

La cuestión es que la historia del control de la prensa durante la II República tiene ahora un significado especial, porque no se conoce demasiado y es el periodo que invoca el gobierno a menudo para trazar la línea que separa la democracia frente al fascismo, a pesar de que no se corresponda con esa simplificación. Se podría pensar incluso que existe un paralelismo entre el PSOE de entonces y el de ahora: “Claro que sí. Todas las cosas que están diciendo sobre los pseudomedios, sobre los bulos… Todo eso tiende a poner una barrera a una serie de periódicos. No es el Gobierno el que tiene que decidir si se ha pasado o no. Si a usted le están injuriando, vaya al juzgado a denunciar a ese periódico. En España hay periódicos que cuentan cosas que el Gobierno no quiere que se sepan. Como os pasa a vosotros. Contáis cosas que al Gobierno le gustaría prohibir. Estamos en el momento en que tiene tentación, pero no da el paso. Cuando dé el paso, habrá atentado contra la libertad de expresión. Bueno, ya ha dado algunos pasos, como ha sido controlar Televisión Española. Que no le está saliendo muy bien pero bueno... Televisión Española, que es un medio de todos, porque es un medio público, la han convertido en un medio de ellos”.

placeholder El periodista Vito Quiles ld hace una pregunta a Patxi López en el Congreso en 2024. (EFE / J.J. Guillén)
El periodista Vito Quiles ld hace una pregunta a Patxi López en el Congreso en 2024. (EFE / J.J. Guillén)

La última polémica después de las acusaciones de la máquina del fango, de los supuestos bulos por parte del Gobierno, ha sido impedir que Vito Quiles pueda acudir al Congreso por no ejercer el periodismo estrictamente según sus criterios: "Si hay alguien que va a provocar, hay métodos para impedirlo o para convencerle de que eso no se debe hacer. Pero eso de prohibir la entrada a quien resulte que es incómodo según no sé qué criterio a mí no me gusta nada. Durante las cortes franquistas yo viví un episodio en el que a un periodista, de los que íbamos allí, le quitaron la credencial para entrar en las cortes. Y a mí me pareció una agresión de tal calibre que nos unimos los periodistas a protestar y a decir, ¿pero qué es esto? No, es que cuenta mentiras. Al final le devolvieron la credencial. Nosotros protestamos y la víctima de aquello no era un tipo que a todos nos cayera bien y que fuera amigo nuestro. No, pero era un profesional y por lo tanto, hay que respetarle como a los demás.

El Confidencial

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