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Asedio a la embajada de Irán en Londres: la historia de la otra crisis de los rehenes de 1980

Asedio a la embajada de Irán en Londres: la historia de la otra crisis de los rehenes de 1980

A las 11:16 del 30 de abril de 1980 un grupo de seis encapuchados se dirigió a la entrada de una enorme mansión victoriana de cinco plantas y 56 habitaciones con vistas a Hyde Park, en la calle Princes Gate, que resultaba ser la sede de la lujosa embajada iraní de los tiempos del sah Palevi y que desde hacía poco más de un año albergaba en Londres a los representantes del régimen de los ayatolás, que habían derrocado a la monarquía.

Unos minutos después de que el guardia de la policía diplomática londinense, Trevor James Lock, recibiera unos cortes en la cara por los cristales que saltaron de la ventana de la puerta de la garita de la entrada, tras un disparo de los encapuchados y de ser empujado hacia dentro del edificio junto al portero iraní Abas Falalhi, en la parte trasera, Rebeca West, que vivía en un piso de Kingston House North, con vistas a los jardines de la embajada, vio subirse a un hombre al alféizar de la ventana del primer piso y saltar, rebotar en la barandilla de hierro, caer al patio de baldosas y ser introducido de nuevo otra vez en el edificio por unos encapuchados.

No era otro que el embajador iraní Gholam Ali Afruz. La vecina Rebecca West era una periodista jubilada de 85 años que había informado sobre la Yugoslavia de preguerra, los juicios de Núremberg y la Sudáfrica del Apartheid y que se puso a escribir una crónica pegada a su ventana en ese mismo momento, poco antes de que se montara uno de los circos mediáticos más increíbles de la historia de la televisión, que acabaría rodando la crisis de los rehenes en directo. Sería un acontecimiento pop en el Reino Unido del thatcherismo, del post orgullo imperial británico y del punk y el revival mod de los Clash, los Jam, los Sex Pistols. ¿Dónde estabas tú cuando el asedio a la embajada iraní en Londres?

La octogenaria Rebecca West ni siquiera era la periodista que estaba más cerca cuando comenzó el asalto a la embajada: el doctor Ali Afruz, que había saltado por la ventana cuando oyó los disparos y a los asaltantes encapuchados subir por las escaleras de la mansión, estaba de hecho en en ese preciso instante en una entrevista en su despacho con el periodista y productor de la BBC Cris Cramer que había llegado con su compañero, el técnico de sonido Simeon Harris, quienes habían informado para más Inri un año antes en Teherán precisamente de la vuelta de los ayatolás como Ruhollah Jomeini.

Rebecca West era una periodista jubilada que había informado sobre la Yugoslavia de preguerra y los juicios de Núremberg

Por si fuera poco, allí estaba también el periodista sirio, Mustafá Karkuti, que había sido convocado para esa misma ronda de entrevistas de esa mañana del representante de la recién constituida República islámica de Irán. Karkuti hablaba farsi y árabe y serviría en ocasiones de traductor, a pesar de que el líder de los asaltantes, ‘Salim’, –en realidad Towfiq Ibrahim al-Rashidi–, hablara un correcto inglés de estudiante universitario extranjero. Además de todos ellos, en el interior se encontraba el resto del personal de la embajada iraní y el mayordomo inglés del edificio, Ron Morris, de la que fuera en tiempos residencia del mismísimo primer ministro laborista Neville Chamberlain en los treinta. En total había 26 rehenes: 19 iraníes, cuatro ingleses, un sirio y dos pakistaníes.

Cuando estuvo claro que aquello era un secuestro y con la policía al tanto desde el principio, ya que el guardia de la policía diplomática, Trevor Lock, había activado la alarma del pánico tras el primer disparo, llegó la hora de las demandas y la conversación con el negociador de la policía: se seguía al milímetro las reglas de un género tan cinematográfico como real de esa época de los 70 y principios de los 80: no hacia mucho del éxito de Tarde de Perros (1975) dirigida por Sydney Lumet con un joven Al Pacino, pero es que directamente se podía hablar de una moda terrorista de los secuestros. Lo más increíble es que el comunicado de Salim dejó un tanto estupefactos a la policía porque hablaba de un país: Arabistán, que no conocía nadie. Pero ¿quién demonios eran esos tipos de un grupo terrorista desconocido que reclamaban la liberación de una lista de nombres árabes por la causa de una supuesta nación oprimida por Irán?

El escritor y periodista Ben Macintyre ha recreado en un momento muy oportuno la historia de la Operación Nimrod con El Asedio. La extraordinaria operación de rescate en la embajada iraní de Londres (Crítica), que retrotrae a un episodio ciertamente oscurecido por la crisis de los rehenes de Teherán, –que ocurrió simultáneamente y que forma parte indudable de la historia– y cuyo significado ahora no puede ser más elocuente: 45 años después de que los ayatolás derrocaran a la monarquía pro occidental de la familia Palevi y declararan su odio a los EEUU, su programa nuclear comenzaba por fin a estar a punto y se ha desatado un conflicto armado.

Todos los temores que quitaban el sueño y que se podían imaginar entonces, en lo que con el tiempo ha demostrado ser una época un tanto más ingenua y casi naif, –tal y como queda reflejado en la brillante crónica de no ficción de Macintyre–, se han cumplido de alguna forma. No está Jomeini, aquella imagen del fundamentalista barbudo y con turbante que aterrorizó a occidente con la toma de rehenes de EEUU, y sí está en cambio el terror a una guerra global, que décadas después ha impulsado Israel -como siempre amenazó con hacer– y que ha rematado el presidente de EEUU, Donald Trump, con un bombardeo preventivo a las instalaciones nucleares iraníes en nombre de la paz.

No está Jomeini, y sí está en cambio el terror a una guerra global, que décadas después ha impulsado Israel

“Era un momento en el que el tema de los rehenes, y sobre todo en instalaciones diplomáticas, era algo que se llevaba mucho entre los grupos terroristas, no quiero que esto suene cómico, pero lo cierto es que había una especie de moda dentro del terrorismo violento”, explica vía zoom a El Confidencial el autor Ben Macintyre, “a mí me sorprendió cuántos incidentes de edificios diplomáticos atacados por terroristas había en los años 70” prosigue, “de hecho, este fue uno de los últimos, en parte porque acabó muy mal para los asaltantes y con un enorme éxito para el gobierno, ya que fracasaron a la hora de conseguir cualquiera de sus objetivos”.

Es importante remarcar en este punto, para quién no se acuerde o no hubiera nacido entonces, que mientras los seis nacionalistas del desconocido Arabistán, financiados por la dictadura de Sadam Hussein en Irak entraban en la embajada de Princes Gate, en otra embajada al otro lado del mundo, la de EEUU precisamente en Teherán, 52 estadounidenses permanecían secuestrados desde hacía seis meses, –acabarían estando un total de 444 días–.

Es más, no habían pasado ni cinco días del desastre de la operación abortada de rescate denominada “Eagle Claw” –Garra de Águila–, que impactó al mundo en medio de una enorme tensión internacional. El día 25 de abril de 1980, la Delta Force, que había planeado una complicada operación con un equipo de comandos para entrar con helicópteros en lo que debía de ser una espectacular rescate y extracción, se la pegó en la fase preparatoria a unos kilómetros de la capital en el denominado punto Desert one.

Como EEUU carecía de bases de aliados cerca y necesitaba un punto donde repostar los ocho helicópteros necesarios para transportar a las tropas y a los rehenes de vuelta se eligió un punto avanzado en el desierto de Irán donde unos aviones cisterna C-130 facilitarían combustible a los helicópteros RH-53D. Todo salió mal: tres helicópteros sufrieron fallos técnicos quedando inhabilitados y una tormenta de arena retrasó la operación, pero para mayor desgracia, otro de los RH-53D chocó en el aire con el avión de repostaje explotando los dos en el aire y matando en el acto a los ocho tripulantes de ambas naves –Final Report of the Special Operations Revie Group, July 1980. National Archives–. La operación se abortó en ese momento. Así, justo cinco días después, en Londres, el mítico cuerpo del SAS, que había inspirado de hecho la creación del Delta Force estadounidense para operaciones especiales tan sólo un año antes, se encargaría de asediar y planear la operación de rescate en cambio con éxito. El Asedio es sin duda una pequeña historia también del SAS –Special Air Service– que tan bien conoce Macintyre puesto que ya había publicado en 2017 Los hombres del SAS, convertida en serie de televisión y que narra la creación y las operaciones durante la IIGM. El grupo de comandos británico, creado entonces como equipo especial para luchar tras las líneas enemigas con operaciones de sabotaje, había sido desmantelado al finalizar la guerra, pero poco después, durante la década de los 50 y de los 60 se recuperó con el objetivo de servir como fuerzas especiales de otro tipo de operaciones encubiertas y más adelante, en los 70, para que actuaran en el propio Reino unido como fuerza anti-terrorista.

placeholder  'El asedio'. (Edita Crítica)
'El asedio'. (Edita Crítica)

Su actuación en Princes Gate sería muy diferente a la del Delta Force en Desert One y que precipitaría la derrota del presidente Jimmy Carter en las elecciones de noviembre de ese año. Las condiciones eran ciertamente muy diferentes: mientras el cuerpo de operaciones especiales de los EEUU tenían que operar a miles de km de su país, en una tierra hostil sin aliados cerca y con muchos problemas operativos derivados de esa lejanía y la falta de bases de apoyo, los ingleses pudieron desarrollar la operación con total tranquilidad en su propia casa y con el único inconveniente de estar siendo observados en tiempo real por todo el país con la prensa literalmente encima del edificio de la embajada:

“Era el amanecer de la televisión en directo, del breaking news, directo al salón de tu casa. No solamente en Gran Bretaña, sino alrededor del mundo, algo que no se había visto nunca” comenta emocionado Macintyre, que entonces tenía 18 años y estaba viendo un partido de snooker (billar) en TV con su padre, cuando cortaron la emisión para comenzar la retransmisión de un asedio que duraría varios días: “se había reportado la coronación o cosas predecibles, se habían televisado de manera en directo eventos escenificados. Pero esta era la primera vez en este país que la televisión en directo entró del salón de todo el mundo”.

El asalto a la embajada tenía todos los ingredientes cinematográficos del momento y respondía a las claves del género: todo transcurrió prácticamente en la misma habitación, con unos terroristas improbables que habían sido manipulados hasta cierto punto por los servicios secreto iraquíes, como explica Macintyre en su libro, y que no eran especialmente violentos, sino liderados por un universitario fuertemente politizados: “he tenido mucho cuidado a la hora de no describirles como terroristas, porque no son terroristas convencionales en la manera en la que entendemos esa palabra, no se trataba de personas como los del 11 de septiembre que estaban intentando generar un miedo masivo en la población; tenían objetivos muy específicos, no querían matar a nadie sino llevar su mensaje al público, aunque no les puedo defender ni justificar, sí tenían motivos y eso les convertía en personajes muy humanos también, no en terroristas suicidas”.

Es algo que planea a lo largo de todo el libro: un gran poso de nostalgia por esa época en la que también había una prensa mucho más ingenua que quería informar con rigor de absolutamente todo lo que ocurría en esos días, aún cuando no hubiera por momentos nada de lo que informar como recuerda Macintyre: “era una era inocente del periodismo, antes de la invención de las noticias, de las fake news, en la que la gente no confía, porque en aquel momento todo el mundo sí confiaba en las noticias escritas y televisadas, y con razón, porque a lo mejor The Sun escribía sobre los patos y The Times hablaban sobre el impacto socioeconómico, pero todo el mundo intentaba hacerlo bien, y era una época totalmente diferente, con la excepción, tengo que añadir, de la prensa iraní. En Irán sí que se diseminaron muchas noticias falsas sobre esta historia, bajo una dictadura, por no hablar ahora de política actual en este caso, bajo un gobierno popular de extrema derecha: no había duda a la hora de diseminar noticias falsas, y eso fue así tanto en el régimen del Ayatola Jomeini como en el de Sadam Hussein en Irak”.

"No había duda a la hora de diseminar noticias falsas, y así fue tanto en el régimen de la Ayatola Jomeini como en el de Sadam Hussein"

Es también el retrato de la Inglaterra de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, a la que como en el caso del conflicto de las Islas Malvinas contra Argentina, el embite le sale bien políticamente, porque la gestión de la crisis de rehenes se salda con un gran éxito a pesar del enorme riesgo y a diferencia de lo que estaba ocurriendo en ese mismo momento en Teherán con los estadounidenses: se ha popularizado el éxito de la operación Argo con la película de Ben Afleck, pero en realidad solo involucraba al grupo de seis diplomáticos que logra escaparse en las primeras horas del asalto y refugiarse a escondidas en la legación diplomática de Canadá.

El asedio es ciertamente una historia increíble que desafía con sus personajes y sus anécdotas la credibilidad de la historia de no ficción que recrea el periodista inglés a partir de las transcripciones de los audios de la policía, de las memorias de los agentes del SAS que participaron y de los propios rehenes que vivieron el secuestro y que resulta muy distinta a las historias que estamos viviendo ahora: “mira lo que ha pasado en Gaza, una situación de rehenes horrorosa que lleva pasando mucho tiempo, y que es en cierto modo el horror absoluto. En cierto modo hacen que estas historias de rehenes de los 80 parezcan casi como benignas, como una especie de historia, no simple porque es complicada, pero que comparada con lo atroz que está ocurriendo ahora mismo, no tiene nada que ver, existían ciertas reglas y ahora en cambio no” comenta Macintyre.

El asalto y posterior asedio que tienen como telón de fondo la crisis de los rehenes de Teherán y el conflicto que escalaba entonces entre Irán e Irak y que acabaría en guerra unos meses después, define claramente una época cuyo legado es en cierta medida lo que estamos viviendo ahora: todas las crisis sin resolver del pasado.

El Confidencial

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