La expresividad de Carlos Santana se adueña del Sant Jordi


No hacía falta, el público que asistió al concierto ya sabía que Woodstock existió y que allí tocó Santana, pero desde el principio Carlos Santana lo quiso recordar con imágenes de la época en la que era un melenudo. Sí, el guitarrista mexico-americano es pura historia, un trozo de la misma que aún exprime su guitarra con una agilidad que no ha sucumbido a los años, esos mismos años que lo han dejado como referente de otras épocas y faro de instrumentistas. Volvía a España tras largos años de ausencia, pero pareció que el tiempo no había pasado, deteniéndose en una figura con sombrero que en medio de un escenario sin alarde alguno, también sin imaginación escenográfica, centraba todo el interés en lo que antes era lo único en un concierto: la música y un sinfín de instrumentistas para darle fuste y presencia. Slo faltó que antes de iniciar su primera actuación en España en esta gira, en el Sant Jordi de Barcelona con cerca de 12.000 personas, mencionase el “como decíamos ayer”.
Para resaltar aún más las hebras antiguas del tejido, el concierto comenzó por el principio, cuando Santana era adalid de un naciente rock latino emparentado con África y su banda, desmelenada como él, era puro arrebato. Soul Sacrifice, Jin-go-loba, un Evil Ways menos furioso que en su toma en directo con Buddy Miles y más ajustada a la grabación de estudio y un aplauso estruendoso del respetable con la entrada de teclados de Black Magic Woman, lo que se repitió justo después con el inicio, también con teclado, de Oye cómo va. Un tema de Peter Green/Fleetwood Mac y otro de Tito Puente en manos de Santana y de un trío de percusionistas, dos baterías y congas ya exigidos y metronómicos en los cambios de ritmo. Habría más versiones, lo natural en su repertorio, en el que incluso en Evil Ways, otro tema ajeno, se marcó un fragmento de Do It Again de Steely Dan. Pero luego el concierto viró hacia el Santana del Supernatural con Maria, Maria y ahí bajó el peso del recuerdo mítico y entró el guitarrista que triunfó a la manera en la que Herb Alpert sedujo a los mercados como gato sin uñas.
En este tramo del concierto, brilló Samba pa ti, en una de cuyas vueltas pareció recuperar la trama rítmica de Evil Ways y parejas muy adultas se tomaban de la mano sonriendo a mutuos recuerdos. También sonó Hope Your Feeling Better, recuperando de nuevo el Santana anterior a su consagración comercial con el álbum Supernatural. A todo esto la trama del concierto mostraba a unos instrumentistas a los que el patrón hacía ganarse el sueldo a base de solos, que demostraron que su mujer, la excelente baterista Cindy Blackman, tiene patente de corso marcándose, con permiso del bajista, los más largos, uno de ellos en los bises, y que incluso alguien de tan limitada exposición y protagonismo como el guitarra rítmica de Carlos Santana, lo más cercano al anonimato y la invisibilidad, tuvo el suyo e incluso cantó un tema, Put Your Lights On. Sí, el público le hizo caso y encendió sus móviles en modo linterna.

Carlos Santana habló poco, y cuando lo hizo acudió a los preceptos de su religión, el bahaísmo, para sugerir que este mundo en que “Corea, China y Rusia hablan de nuclear war”, lo que tenemos que hacer es rezar mucho para cambiar las cosas y lograr la paz, la armonía y la compasión. No pareció un llamado a la acción directa. Mientras tanto, y pese a que es algo consabido, Carlos no dejó de mascar, se supone chicle, lo que en un músico en escena siempre parece algo extemporáneo, como mirar la hora o hurgarse la nariz. Por suerte no los ingería con la fruición de Ancelotti, suponiéndose que aprovechaba sus ausencias de escena para reponer la goma de mascar. A sus 78 años es lo que agita su cuerpo, mandíbula y dedos. También la música, que lo mantiene vivo.
Apoyándose en dos cantantes, tres si contamos al guitarra rítmica, Santana, muy expresivo con su guitarra, punteos constantes, mano izquierda en la base del mástil, acompañamiento sólido a las voces, silencios los menos, se mostró en forma pese a recordar por momentos a ese venerable señor que siempre nos cuenta la misma historia de la misma manera. Es la suya, no puede negarse. La recta final puso en pie al recinto, en el que solo los dos primeros bloques de sillas en platea se mantuvieron así con regularidad —porque son los más fieles seguidores y porque si pagas más te lo has de pasar bien a causa de la inversión— y temas como Corazón espinado y la final Smooth dejaron los ánimos muy arriba, subiendo en ese ascensor en el que pueden sonar sin sobresaltos.
EL PAÍS