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Mr. Loverman, la serie de la semana: ser homosexual no siempre va de pasarlo súper-superbién

Mr. Loverman, la serie de la semana: ser homosexual no siempre va de pasarlo súper-superbién

En 2025, poner la homosexualidad en el centro de una serie es una tarea escurridiza. Como no ser blanco o no ser delgado, no ser heteroxual no es necesariamente un conflicto. Forzar eso puede ser directamente victimismo. Y todavía ocurre. Además, ciertos creadores que, desde una militancia cabal y moderna, exigen una necesaria naturalización de los personajes LGTB, se olvidan de esa reivindicación en sus propias obras, que se pliegan al morbo y el ombliguismo.

No es el caso de Mr. Loverman, serie británica recién estrenada en España en AXN. Escrita por Nathaniel Price, esta serie tiene la homosexualidad de su personaje protagonista en el centro absoluto. Y sí es un conflicto. Porque aunque Mr. Loverman se desarrolle en un lugar tan gay-friendly como la Londres contemporánea, su protagonista es un hombre septuagenario de origen caribeño atrapado en una situación peculiar: casado y con dos hijas, Barrington Walker ha mantenido durante décadas una relación sentimental (y sexual, no se nos olvide esto) con otro hombre, integrado en su familia como un mejor amigo equiparable a un pariente más. Una estructura vital estrafalaria en teoría pero perversamente lógica en la práctica.

Ya en la novela de Bernardine Evaristo que da lugar a la serie se justifica muy bien la posición de Barrington y se explica lo mucho que influye en ella su realidad de inmigrante de primera generación. Efectivamente, para Barrington Walker, ser homosexual es un conflicto grande. Uno que no tiene que ver, como en las series y películas de los 80 y 90, con el sida. Mr. Loverman tampoco aborda "lo gay" como un estilo de vida, aspiracional o no. Lo que esta serie cuenta es intrincado por acumulación: su personaje principal viene de una cultura y tiene una edad en las que salir del armario ni siquiera se llama así. Las cartas de Barrington Walker no son nada buenas.

Mr. Loverman es indefinible y original. Como sus personajes, está obligada a encajar en su entorno y, al tiempo, estar orgullosa de no hacerlo del todo. En sus sorprendentemente cortos episodios, esta serie es capaz de jugar con varios tonos a la vez. Todos se anclan, eso sí, en el excepcional trabajo de Lennie James, que interpreta a Barrington Walker en varios momentos de su vida. Porque Mr. Loverman también es un recorrido, quizá no demasiado fiable, por los recuerdos de su protagonista que configuran su delicada realidad actual: padre, patriarca, marido, hombre, homosexual, emparejado en secreto. Tanto Lennie James, muy popular gracias a The Walking Dead, como Ariyon Bakare, que interpreta a su pareja clandestina, fueron galardonados con sendos premios Bafta hace unos meses. Adelantó James en esa gala a Richard Gadd, el protagonista de Mi reno de peluche, otra serie con la no-heterosexualidad integrada en su tema y su trama de maneras nada obvias.

Hay una corriente de opinión, narrativa y cultural, que defiende que son las historias LGTB aspiracionales, ligeras y reconfortantes las que más hacen por la normalización (ay, cómo odio esa palabra) de lo que se sale de la heteronorma. Es una posición muy defendible y además es compatible con otras historias que exploran las edades, culturas y circunstancias en las que ser bollera o marica sigue siendo problemático, incluso peligroso. Comedias ligeritas como Impostura pueden convivir perfectamente con reflexiones serias como Mi reno de peluche o Mr. Loverman. El mundo, para lo bueno y para lo malo, está hecho de matices. Ser homosexual también.

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