Rebecca F. Kuang: «Estar en la cima es muy aburrido, de ahí solo puedes ir hacia abajo»

Es fácil envidiar a Rebecca F. Kuang. Su debut, 'La guerra de la amapola', el principio de una trilogía de fantasía épica, la convirtió en una escritora superventas con apenas 22 años. Ha introducido la literatura fantástica en las listas anglosajonas de los libros más vendidos. Ha sido nominada a los premios más importantes del género. Ha roto etiquetas con su última novela, 'Amarilla', y expuesto las sombras de la industria editorial. Nació en Cantón y creció en Estados Unidos, siempre pegada a los libros. Acaba de cumplir 29 años, es guapa, inteligente, dulce e introvertida. Y en su primera visita oficial a España ha sido recibida como una superestrella.
—¿Cómo es estar ahí, tan joven y con tanto éxito?
—Después de publicar mi primer libro, tuve una etapa complicada, tratando de reconectar con la escritura sin pensar en satisfacer las expectativas de todo el mundo. He trabajado duro para alejar todo aquello que viene con el éxito y he intentado aferrarme a esa adolescente que no sabía nada, que escribía por el puro placer de crear.
—¿Cree en la meritocracia?
—Por supuesto. Las técnicas de escritura son meritocráticas, se pueden estudiar y dominar. No hay ningún secreto. Al mismo tiempo, creo que existe algo innato: el instinto para contar historias, por pulir un mensaje interesante, por tener algo que decir. Y no todo el mundo lo tiene.
—Cambia géneros y temáticas, pero en sus libros (casi) siempre hay magia...
—Porque es divertido. También he escrito ficción no especulativa. No hay magia en Amarilla. Tampoco en Taipei Story, la novela que saldrá después de Katabasis [aún sin fecha de lanzamiento en España]. A medida que crezco como escritora dejo de confiar exclusivamente en la fantasía como una manera de elevar los conflictos narrativos y estoy más capacitada para detectar lo mágico y cautivador de nuestras experiencias mundanas.
—La literatura fantástica siempre ha sido considerada un género menor, ¿quiere contribuir a cambiar esa percepción?
—Sí, aunque hay autores muy respetados que no se les etiqueta como escritores de fantasía o ciencia ficción. Gabriel García Márquez, Borges, Kazuo Ishiguro. La magia en las historias no las hace menos sofisticadas. Creo que es una estrategia de marketing absurda y condescendiente con los lectores, que les dice qué libros les gustarán y qué libros están dirigidos a lectores más formados e «inteligentes».
—¿Con qué autores creció?
—Podríamos estar aquí horas, pero mencionaré una de la que hablé hace poco con unos amigos: Cornelia Funke. Para mí, Corazón de tinta es un texto fundacional porque, cuando era pequeña, siempre escapaba a mundos fantásticos, y ahí descubrí un sistema de magia en el que, si escribías con la suficiente complejidad y belleza, podías hacer que las palabras y los personajes cobraran vida.
—¿De qué escapaba?
—Era una persona solitaria. Realmente no tenía amigos. Me llevaron a Estados Unidos cuando tenía 5 años y no sabía inglés. Tenía un acento muy fuerte y tanto miedo de hablar que sufrí un trastorno del habla: abría la boca y hacía los movimientos correctos, pero no salía ningún sonido. La logopeda nos aseguró que no había ningún problema, solo me negaba a hablar más alto, a que mi voz se escuchara. Fue difícil, por eso leí muchos libros.
—En 'Amarilla' explora el lado oscuro del mundo editorial, cómo trata e incluso se aprovecha de las minorías. ¿Ha sido esa su experiencia?
—En mis primeros años, siempre era la autora chinoestadounidense, la que escribe fantasías asiáticas, la que aborda la historia china. Me comparaban con otros autores chinoestadounidenses cuyos estilos no podían ser más diferentes. Me resisto a las etiquetas. A lo largo de los años he aprendido a definirme primero y ante todo como una artista con total libertad artística. Todo se reduce al oficio. El arte de ser mejor en la sencilla tarea de encontrar la combinación precisa de palabras para comunicar un sentimiento o un pensamiento concreto; eso es universal. Eso está por encima de la política.
—¿No cree que escribir sea político?
—Oh, claro que sí. Pero lo es porque la vida es política, y la buena escritura debe comunicar perspectivas acerca del mundo que el lector no puede imaginar por sí mismo.
—En 'Amarilla' hace una pregunta clave: quién tiene derecho a contar qué historias. ¿Cuál es su respuesta?
—Cualquiera puede contar la historia que quiera. Es muy importante que no tengamos límites porque, en el momento en el que existan, tendremos un ecosistema literario rígido, aburrido y excesivamente correcto. Muchas veces, cuando estamos frustrados con un libro, es porque está mal escrito, sin la suficiente complejidad o investigación.
—June, la protagonista, envidia a Athena porque es una escritora exitosa, guapa, parte de una minoría… ¿Con cuántas 'Junes' ha topado?
—Con muchas. Yo misma he sido June. En todas mis novelas reparto distintas partes de mi psique en diferentes personajes. Esa amistad-rivalidad entre June y Athena está dentro de mí. Voy de un extremo a otro, de la inseguridad total y los celos hasta un orgullo y autosuficiencia exagerados. Por desgracia, casi siempre estoy en el lado inseguro.
—Athena actúa como un vampiro, se alimenta del trauma de quienes la rodean y lo transforma en material para su obra. ¿Tiene miedo de convertirse en eso?
—Lamentablemente, todos los escritores colgamos boca abajo a otras personas y las sacudimos esperando que caiga algo de sus experiencias, como si fueran monedas sueltas. Yo lo hago en cada conversación que tengo. Si no tiráramos de esas interacciones, nuestras obras serían muy narcisistas. De todos modos, la escritura mejora cuando no reproduces un hecho palabra por palabra, sino que encuentras una manera de cristalizarlo, de transformarlo en arte. Esa invención normalmente genera suficiente distancia para que nadie se sienta herido.
—¿A qué tiene miedo, entonces?
—Después de la pandemia, desarrollé una obsesión con viajar. Me aterra tener una vida desde una sola perspectiva. Ya de niña, la idea de estar encerrada dentro de mi propio cráneo, sin poder vivir la conciencia de otra persona, me daba ataques de pánico.
—¿Con qué sueña?
—Todavía no he escrito los libros que quiero escribir. Nunca he tenido una educación literaria, no estudié inglés en la universidad, no leí todos los clásicos que leyó el resto. A lo largo del tiempo he acumulado ese conocimiento, pero siento que aún hay una brecha. Aunque no quiero escribir mi mejor novela hasta que no esté a punto de morir, porque a partir de ese momento todo será cuesta abajo.
—¿Ese es el gran miedo de todo escritor?
—Creo que sí. Uno nunca quiere haber superado su mejor momento, y la única forma de no hacerlo es estar constantemente insatisfecho con tu trabajo y escribir algo mejor cada vez.
—Suena un poco desalentador.
—No lo creo. Estar en la cima es muy aburrido, de ahí solo puedes ir hacia abajo; pero mientras estás subiendo, no sabes cuál es el horizonte, todo es esperanza y emoción.
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