Un café cuando los bombos revientan

Dicen que es uno de los clubs techno más exclusivos y misteriosos del mundo. Ni Elon Musk ni Britney Spears han conseguido entrar y YouTube y TikTok están plagados de vídeos con consejos sobre cómo vestirse y qué actitud mostrar en la cola para conseguirlo. Incluso hay un par de aplicaciones móviles y simuladores virtuales con reconocimiento facial (Enter the club y Berghain Trainer) que jóvenes de todo el mundo se descargan para entrenarse. Pero entrar no es fruto de que tu cara le cuadre a un algoritmo, es una mezcla de cosas que nadie más que los porteros humanos entienden. El mito de Berghain lleva 20 años colándose en la literatura y en la ficción televisiva (una de las últimas apariciones ha sido en Los años nuevos, de Sorogoyen) y su portero estrella, Sven Marquardt, es ya tan famoso como el propio club, como muestra el documental Berlin Bouncer. De hecho, mucha gente solo va para que Sven le diga que no, aunque tengan que esperar colas kilométricas bajo la lluvia.
Nosotras entramos con lo básico (camiseta y pantalones negros), un domingo por la tarde a la hora del café, después de que tres porteros con cara de infierno nos dijeran "have fun". Delante han ido despidiendo a la mitad de los asistentes con un seco "not today". Yo quería saber si es verdad que te puedes tomar un café mientras los bombos revientan las paredes y los cuerpos bailan extasiados a tu alrededor, con cabezas de perro, desnudos y con tachuelas. Lo es. Un café, un té, un helado o un mocktail. Aunque lo mejor de Berghain es todo lo que no puede contarse porque tiene que vivirse.
El techno nació en Detroit a mediados de los 80 pero como dicen Felix Denk y Sven Von Thulen en Der Klang der Familie (Alpha Decay, 2015), en Berlín encontró la patria que nunca encontró en su cuna. También encontró a su familia: un montón de jóvenes exaltados que, tras la caída del Muro, despertaron en una ciudad que había que resignificar. El resto de la magia la pusieron los espacios que quedaron disponibles para su transformación: una cámara acorazada, un búnker de la Segunda Guerra Mundial, una antigua subestación eléctrica...
En Berlín es casi imposible no acabar bailando en una rave. Incluso aunque no quieras. La música te llama desde ambos lados del río Spree. El año pasado la UNESCO reconoció el techno y la el clubbing berlinés como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Cuando entras a alguno de sus míticos clubes entiendes lo que están preservando. Son museos de figuras en movimiento, ejercicios de libertad extremos.
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