Grace Paley: mujeres con hombres

Del vecindario al mundo, la ficción de Grace Paley (1922-2007) revela una admirable hermandad interna en el volumen de sus Cuentos completos, donde se reúnen sus tres únicos y celebrados libros dedicados al género. Registro sensible de una existencia neoyorquina vivida al calor expansivo de la segunda mitad del siglo XX, el compendio hace hablar con energía renovada a esta sabia, chispeante y luminosa descendiente de judíos rusos que enfocó su escritura en los lazos humanos más cercanos, proyectándolos sobre el telón de fondo de un fresco histórico álgido que incluye la posguerra, Vietnam y la guerra del Golfo.
El hogar y la calle son los polos tirantes y dúctiles de una obra y una biografía que acusan una incansable vocación activista (Paley se declaró feminista, pacifista, anarquista), aunque la autora se preocupa por separar panfleto y arte desarmando cualquier convicción en la pancarta conjetural del cuento. Esa nobleza formal afianza todavía más la condición política de su narrativa, atravesada por peleas, discusiones, ironías, contradicciones y paradojas dialógicas en torno a los más diversos temas y en las que siempre el amor (un tono, una ligereza, un latir) oficia de preciosa sustancia conciliatoria. El propio cuento va desgranándose a medida que avanza el voluminoso compendio, en la alternancia caprichosa de brevedad y longitud, en el delineado de cursos erráticos, en el esbozo de escenarios y situaciones fragmentarias de un tejido abierto que recrea el caos diluido de la vida.
Que la evolución de Paley como escritora acompañó, reflejó e incluso impulsó su propio destino de mujer emancipada lo comprueba la introducción “Dos oídos, tres golpes de suerte”, recuento tardío en primera persona de una afortunada incursión en la literatura. Un ingreso asimismo tan casual y doméstico como la impronta que marcaría su trabajo, a partir de una enfermedad que le permite ganar tiempo para trazar tres cuentos de un tirón y mostrárselos al padre de unos amigos de sus hijos, que era editor.
El encargo de nuevos relatos le da así nacimiento a Batallas de amor (1959), antología oportunamente impulsada por la segunda ola feminista en una década signada por una ficción de preeminencia masculina. Aquí es posible hallar adolescentes locuaces que se fugan detrás de hombres mayores, mujeres en segundas nupcias que tienen sexo furtivo con su ex, esposas abandonadas que convierten a su amigo en amante, muchachas que se someten a entrevistas laborales con grotescos empleadores. El complejo y dialéctico abismo entre géneros se vuelve en efecto eje crucial en los textos de la autora, a su modo una inversión tan elocuente como minimalista del obrar descarnado de camaradas como Saul Bellow o Philip Roth, quien elogió el debut de Paley.
“Necesitaba hablar de una manera imaginativa acerca de cómo eran nuestras vidas, las de las mujeres y las de los hombres, por aquel entonces”, señala la escritora, que en simultáneo a ese iniciático hallazgo dice haber desarrollado un segundo oído que la escoltaría para siempre en su quehacer inventivo. La mención a ese órgano extra es fundamental porque expone la cualidad virtuosamente oral de sus relatos, en los que precisamente mujeres y hombres de múltiples generaciones, estado civil, raza y clase social se friccionan en conversación eléctrica y recortada.
Casi no hay objetos, decorados o paisajes en estos cuentos de agónico costumbrismo, situados en unos Estados Unidos que fungen como refugio abstracto para un éxodo de inmigrantes europeos que dejaron atrás una densa, dolorosa y telúrica tradición. Apenas algunas zonas periféricas de Manhattan contornean las ficciones (Brooklyn, Williamsburg, Queens, Nueva Jersey), a la vez que un parque público sembrado de sicomoros hace de centro alegórico del libro, un lugar tan propicio para el idílico retozo de madres jóvenes con sus hijos como para el roce hostil con desconocidos o la irrupción de una bulliciosa manifestación antibélica custodiada por la policía.
La escritura emana una sutilísima irrealidad en ese sentido, acaso el don mayor de todo escritor naturalista (“¿Real? ¿Realidad? ¡Uf!”, se lee en “Amigas”), rasgo que se afianza con un núcleo desarticulado de personajes que entran y salen como por una puerta giratoria entre la gran comedia humana y el sketch de sitcom tragicómica.
La escritora Fe Darwin es la protagonista reconocible de ese clan mutante e intermitente compuesto también por sus hijos, Richard y Anthony “Tonto”, su exmarido Ricardo y su pareja madura Jack, sus padres, amigas y vecinos. Alter ego nunca asumido por Paley, Fe aparece por primera vez en el temprano y farsesco “Dos historias cortas y tristes de una vida larga y feliz”, de Batallas de amor, donde ya se percibe su carácter a la vez compasivo y contestatario, tierno y díscolo, frágil y resistente. “Desde un punto de vista técnico estoy en contra del Estado de Israel. Me decepciona que hayan decidido convertirse en un Estado precisamente durante mi vida”; “¿Por qué la mujer se arrodilla ante el hombre para adorarle?”, o “He tenido que educar a estos niños con una sola mano mientras con la otra le daba a las teclas de la máquina de escribir para ganarme la vida”, son invectivas de Fe ante sus dos perplejos esposos y sus niños revoltosos.
Por lo demás, ella deberá esperar a las espaciadas entregas de Enormes cambios en el último minuto (1974) y Más tarde, el mismo día (1985) para desenvolverse en todo su escurridizo esplendor de mediana edad.
En esas narraciones de estilo consumado se la encontrará manteniendo una charla agridulce con las vecinas ancianas de su madre (“Fe en la tarde”), afrontando la desoladora muerte de amigas (“Viviendo”, “Amigas”), interactuando con su variopinta comunidad desde una alta rama (“Fe en un árbol”), caracterizando a once madres solteras que viven de la asistencia social (“En el parque del nordeste”), visitando a su padre octogenario internado en hospitales o residencias (“Conversación con mi padre”, “Soñador en una lengua muerta”), trotando hacia su viejo barrio donde conoce a la mujer negra que habita en su vivienda de infancia (“La corredora de fondo”), regañando a un judío racista que adoptó de manera forzosa a un nieto de piel oscura (“Zagrowsky cuenta”) o acostándose con un amante sinólogo con el que elucubra poemas comprometidamente risueños (“El instante precioso”).
En ese relato, Fe además recibe la visita de una mujer china, un espejo del otro extremo del planeta “cuya vida le resultaba más que extraña, y que había experimentado los límites de la historia”, a la que lleva a pasear por una Nueva York en violenta decadencia (de la que cuentos terribles como “Samuel”, “En el jardín” o “La jovencita” dan cuenta con sus muertes de niños, secuestros y violaciones). Es el gesto máximo de Grace Paley en su intento progresivo por abarcar una vecindad amplia, discontinua, infinita en sus matices; una utopía literaria hecha posible gracias a la rebeldía de haber salido de casa.
Cuentos completos, Grace Paley. Trad. Susana Contreras y otros. Anagrama, 448 págs.
Clarin