Condenados a la incertidumbre

Hay quien afirma que esta ha sido la semana política más importante desde las elecciones generales de 2023. Es posible. Desde luego, ha sido la más dura, la más bronca, la de mayor confrontación ideológica y lo que parecía imposible: la de mayor enfrentamiento personal. Es tal la polarización, el griterío y el nivel sonoro de las ofensas e insultos, que un novelista podría escribir que aquí solo falta un crimen.
Pero tampoco se trata de dar ideas. Se trata de analizar qué está ocurriendo en la vida española y sale un cuadro tan conocido como este: los últimos episodios conocidos o investigados de corrupción fueron entendidos por parte de la clase política y por parte de la opinión publicada como una mancha que cae sobre el gobierno de la nación como la lápida de una sepultura; la derecha entendió esta crisis como una oportunidad para el asalto a La Moncloa por el que suspira; el Partido Socialista se sintió legítimamente agredido, por lo que respondió con la misma o superior agresividad, pero también con claros indicios de división, con lo cual aumentó el clamor por la unidad y la reacción airada contra críticos como García Page; y, finalmente, los partidos que sostienen a Sánchez entraron en periodo de duda sobre la continuidad de su respaldo.
Los socios de Sánchez pronto empezarán a pensar cuál es el mejor momento para romperCon esa empalizada marcando el horizonte, el primer capítulo de la contienda fue el Congreso del Partido Popular, que pareció escribir el himno de la victoria con un estribillo cantado por los entusiastas militantes de la asamblea: “Ríndete, Pedro Sánchez”. Y su líder Alberto Núñez Feijóo, respaldado por más del 99 por ciento de los votos –“a la búlgara”, decíamos hace años-- pronunció la mejor arenga de su vida. Este episodio merece un comentario.
Frente a un PSOE humillado por casi toda la prensa, el PP y su máximo dirigente demostraron desbordante euforia. Frente a un Sánchez triste –“tocado”, llegó a decir él–, Feijóo reafirmó su liderazgo sin discusión posible. Y frente a la falta de una oferta ilusionante al electorado, hasta el punto de que se llegó a escribir que “este PP da miedo”, Feijóo renovó su mensaje, reunió todas las quejas y reclamaciones de la sociedad española, recordó mensajes de Suárez, proclamó su centralidad y una semana después se puede afirmar que elaboró, por fin, el discurso de la derecha democrática. Le faltaron concreciones y creo que lo más delicado es que tiene una base social más conservadora que él, porque lo más aplaudido fue el rechazo a acuerdos con Bildu o la referencia a la inmigración. Esto último espanta al votante moderado y facilita a Sánchez su estrategia de predicar la “coalición de extrema derecha”, cosa que repite cada vez que tiene un micrófono delante. Pero la derecha ya tiene discurso.
Alberto Núñez Feijóo
JUANJO MARTIN / EFELo de Sánchez es el segundo capítulo de la semana caliente. Si la crisis socialista es una crisis de corrupción, Sánchez no podía hacer otra cosa que apagar el incendio. Primero lo perimetró, como hacen los bomberos; después lo limitó a un par de errores o engaños, como hacen los políticos; a continuación enfrió los rescoldos con agua casi bendita de quince medidas taumatúrgicas españolas y de importación, en la esperanza de que, al menos, no se contradigan, que tampoco sería extraño; y, finalmente, demostró su maestría en la aplicación de viejos principios como el de que “quien ama el peligro, perece en él”. Como el peligro más claro de estos días era perder la cuestión de confianza que pedían amigos y adversarios, hizo el último prodigio del sanchismo: no presentarla. O mejor todavía: ¡una moción de confianza sin votación! Pasará a la historia del parlamentarismo.
¿Y ahora cómo queda el patio? Incierto y, por tanto, intrigante. Antes hablé de su entrada en periodo de duda y explico por qué: porque los socios de Sánchez pronto empezarán a pensar cuál es el mejor momento para romper, porque no querrán ir a las urnas marcados por la imagen de ese PSOE que ahora tanto critican, como teme Page que ocurra en las autonomías. Eso sí que podría impedirle a Sánchez el sueño de llegar a 2027.
E incierto también si se mira a la derecha. Santiago Carrillo invocaba mucho la letra de una zarzuela: “ni contigo ni sin tí tienen mis penas remedio; contigo, porque me matas y sin ti porque me muero”. Sospecho que comparto diagnóstico con Núñez Feijoo, que sigue siendo un buen analista. Y me temo que está siendo la música preferida en este momento por Santiago Abascal y por el gran beneficiado del crecimiento de Vox, que se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
lavanguardia