En París, Montmartre se enfrenta a una fuerte presión turística: «Como residentes, nos sentimos como personajes de un parque de atracciones».

Desde el banco público de la plaza Dalida, detrás del Sacré-Cœur, se puede presenciar una escena curiosa a cualquier hora del día. Decenas de españoles, indios, chinos y estadounidenses hacen fila para posar junto a la estatua de la cantante. Y no de cualquier manera: tocándole los pechos. El gesto es incongruente, las caras, divertidísimas: se dice que acariciar los pechos de Dalida trae buena suerte en el amor.
En la Rue de l'Abreuvoir, se forman las mismas colas de turistas: esta vez, intentan hacerse una foto frente a La Maison Rose, un café que aparece en la serie estadounidense Emily in Paris . Más abajo, en la Rue des Trois-Frères, otra cola ocupa una estrecha acera: es el Photomaton Vintage, un éxito en redes sociales.
Bienvenidos al fotogénico Montmartre, con sus jardines ocultos, molinos, viñedos, funicular, pintores callejeros... y millones de visitantes de todo el mundo. En este barrio donde abundan los puestos de helados, crepes y minitorres Eiffel, incluso el tráfico parece orquestado por Disneyland: sidecares, 2CV, Méharis y tuk-tuks cruzan la Butte por unas pocas docenas de euros por persona, pasando junto a pequeños trenes turísticos (hay cinco).
Pero, durante varios meses, una grieta ha resquebrajado este mágico entorno. En este barrio de 27.000 habitantes, han aparecido pancartas en las ventanas: "¡Residentes olvidados!" , "¡Que vivan los habitantes de Montmartre!" , "Tras estas fachadas hay gente". Pero también, en los edificios escolares: "¡No al cierre de clases!" . Los carteles que anuncian la peatonalización de ciertas calles llevan la etiqueta "Alto". En pocos meses, el turismo excesivo en Montmartre se ha convertido en un problema político que ha sido retomado por asociaciones de vecinos, comerciantes y cargos electos de todo tipo.
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Le Monde