Editorial. La tragedia de Nogent: las autoridades públicas, impotentes ante la violencia.

Ojalá bastara una ley. Ojalá bastaran las sanciones disuasorias. Ojalá bastara instalar puertas de seguridad como en Estados Unidos. Y si… Tras la tragedia del lunes en Nogent, donde un supervisor fue apuñalado hasta la muerte, la especulación ha vuelto. Tras cada tragedia escolar, las reacciones son más o menos las mismas. Dolor compartido, por supuesto, pero también el recurso a soluciones que ya han fracasado: intensificar los registros, intentar regular la circulación de armas blancas en internet y denunciar la "ultraviolencia" de menores. Por supuesto, aquí y allá se menciona el uso del móvil o la adicción a los videojuegos. En resumen, argumentos que delatan la impotencia, incluso el miedo, de las autoridades públicas. Así que, por supuesto, habrá múltiples oradores pidiendo penas más severas. Clásico. El propio Primer Ministro mencionó sanciones "disuasorias". Disuadir: Evitar que un adolescente actúe por miedo a las posibles consecuencias. Leyendo esta frase, queda claro que disuadir es solo una palabra de adultos para adultos, por adultos. Un eslogan.
En este continente desconocido que es la adolescencia del siglo XXI, los códigos imperantes, las ansiedades e incluso las esperanzas se nos escapan. Ya es hora de que —padres, maestros y responsables políticos— nos interesemos por lo que pasa en la mente de la nueva generación. Lo que la sociedad moderna está sembrando allí, lo que parasita a su juventud, lo que se puede cambiar. Llámese educación, salud mental o prevención. No importa el nombre que elijamos: es la única causa nacional importante que vale la pena si queremos abordar el problema con pleno conocimiento de causa. Sin este esfuerzo de comprensión, más personas inocentes morirán sin que sepamos realmente por qué, un lunes por la mañana, un chico de 14 años atacó a un supervisor de 31.
L'Est Républicain