La Gran Crisis de los Conciertos. Algo se ha roto en el mundo de la música.

Hay un momento preciso en la historia en que algo se rompe. No es una grieta lenta ni imperceptible. No. Es un golpe sordo. Un ruido ensordecedor. Un acontecimiento claro y definitivo. Luego, cuando se calma el polvo, miramos a nuestro alrededor e intentamos comprender. En retrospectiva, por supuesto, diremos que todas las señales estaban ahí. Que quizás, con un poco más de atención, la fractura podría haberse previsto. Quizás incluso evitado. Pero, como suele ocurrir, las cosas solo se comprenden cuando es demasiado tarde. El fragmento está roto y recomponerlo ahora sirve de poco.
Algo está roto en el mundo de la música.Esta sensación —de algo que se ha roto sin remedio— es exactamente la que sentimos hoy en el mundo de la música. Un mundo que, durante años, hemos idealizado, mimado, vivido con desbordamiento emocional, con dedicación, con sueños. Pero que hoy parece cada vez más en crisis, más confundido, más cansado. Intenta cerrar los ojos y recordar los conciertos bajo el cielo de verano. Esos que se esperaban durante meses, que parecían tan lejanos y que se convirtieron en el corazón de toda una temporada. Esos eventos que llevamos en el corazón durante años, porque no fueron solo conciertos: fueron experiencias, ritos colectivos, emociones en estado puro. Aférrate a ellos, a esos recuerdos. Guárdalos como lo haces con algo preciado. Porque, a juzgar por cómo van las cosas, corremos el riesgo de no vivir muchos más como ellos.
El fenómeno de los artistas que deciden parar, tomarse un respiro, escapar de los focos para lidiar con el agotamiento, crece constantemente. Y no puede ser solo una coincidencia. Hay un profundo cansancio que se infiltra, un malestar sistémico que ya no puede ignorarse. Porque detrás de esta huida del escenario —que una vez fue un sueño, una meta, un hogar— hay un mecanismo perverso. Una máquina que produce, consume y quema talento a una velocidad impresionante. El disfrute de la música ha cambiado. Los tiempos de espera, de crecimiento, de aprendizaje, parecen prehistóricos. Hoy, lanzas un sencillo y, de un día para otro, esperas que los estadios se llenen. Como si una canción, un puñado de números en Spotify, fueran suficientes para crear un verdadero fenómeno. Pero la realidad es mucho más compleja y menos complaciente.
El coste de los conciertos
Luego está el problema económico. Los conciertos cuestan … y mucho. El público tiene recursos limitados y cada elección implica un sacrificio. Pensar que todos los artistas pueden sostener giras interminables, con fechas por doquier y llenos totales garantizados, es una ilusión peligrosa. La cual, además de no resistir la prueba de los hechos, corre el riesgo de convertirse en un bumerán devastador. El quid de la cuestión es simple: con el streaming, las ganancias de los artistas se han reducido drásticamente. La música, entendida como un producto comercializable, genera cada vez menos. Por lo tanto, la única fuente real de ingresos siguen siendo las presentaciones en vivo. Las cuales, sin embargo, se organizan de manera frenética. Fecha tras fecha, sin respiro. Entradas a precios desorbitados y una bulimia organizativa que a menudo genera más pérdidas que ganancias.
¿Son reales los sold outs?Las entradas agotadas son cada vez más el resultado de estrategias opacas : entradas gratis, promociones de última hora, ventas infladas con arte. Todo para mantener una narrativa que ya no se corresponde con la realidad. Y la paradoja es que, tras la pandemia, se pensó que los conciertos en directo serían la salvación de la industria musical. La clave para reiniciar, para conectar con el público. Y, en cambio, están demostrando ser un arma de doble filo. Una solución que, a la larga, ha mostrado todas sus grietas. Porque para llenar un estadio se necesita mucho más que una canción viral. Se necesita un repertorio sólido, años de presencia constante, un público fiel, una relación auténtica. Se necesita el cariño de la gente, ese que no se mide en visualizaciones ni en corazones en Instagram.
Si el concierto se vuelve rutinarioEn este escenario ya de por sí frágil, hay otro elemento que lo complica todo: la inflación de la experiencia en vivo . Antaño, los conciertos en estadios eran eventos excepcionales. Hitos profesionales, momentos históricos. Hoy, parecen haberse convertido casi en una cita obligada para cualquiera que logre acumular unos cuantos millones de reproducciones. Pero al hacerlo, algo se pierde. El concierto deja de ser deseo, conquista, exclusividad. Se vuelve rutina. Y la rutina, como sabemos, mata el encanto.
Quizás el problema resida precisamente aquí: quienes gestionan carreras artísticas hoy en día ya no parecen tener una visión a largo plazo. Navegan a ojo, improvisan, aspiran a todo y ya . Pero así, queman terreno, cansan a los artistas y alejan al público. Y es una pena. De verdad. Porque la música —italiana y no solo— no merece esta deriva. No merece el empobrecimiento de su significado, de su valor, de su autenticidad.
Hemos llegado a un punto muerto. Y la única salida posible parece ser volver atrás. Admitir que nos equivocamos e intentar empezar de nuevo desde lo que una vez hizo todo especial: la espera, la calidad, el crecimiento lento pero auténtico, el contacto humano, la música, la auténtica, la que no necesita efectos especiales para emocionar. Y quizás, dejar de lado, al menos un poco, el énfasis en las redes sociales.