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Un Giro de Italia con muchos ganadores

Un Giro de Italia con muchos ganadores

Llegada triunfal de Isaac Del Toro con la maglia rosa a Bormio en la 17ª etapa del Giro de Italia 2025 (foto LaPresse)

El periódico deportivo

Isaac Del Toro, Richard Carapaz, Simon Yates, Egan Bernal, Giulio Pellizzari y Derek Gee aún no han terminado el show.

El profesor se quitó las gafas, las colocó sobre la mesa y se rascó las comisuras de los labios con el pulgar y el dedo medio de la mano derecha. Luego hizo un ppffff muy francés. Le tomó un tiempo responder. El entrevistador lo dejó hacerlo, no lo apresuró. En el fondo, a Gianni Brera le gustaba ese hombre, apreciaba lo que decía y sobre todo apreciaba sus silencios. Los silencios a veces pueden ser más evocadores que las palabras, reavivan el interés en una conversación, pueden hacer que la apreciemos más, pueden dar la idea de que no es obvio.

Laurent Fignon rompió el silencio con otro ppffff. ¿Sabes qué? El Giro y el Tour son dos carreras similares, dos pruebas increíblemente duras. Lo que cambia es que si eres el más fuerte, puedes ganar el Tour de Francia con las piernas. El Giro de Italia, no. O mejor dicho, siempre se gana con las piernas, pero mejor rezar dos veces, porque nunca se sabe. Esto es lo que me fascina y a la vez me hace odiarlo: en el Giro, no bastan las piernas; también se necesita una cabeza terca, un espíritu de adaptación y un santo que te quiera.

En el Giro de Italia muchas veces –ha sucedido muchas veces, sucederá nuevamente– se empieza ganando, se demuestra en el camino, pero luego se regresa a casa con muchos kilómetros aún por recorrer hasta la meta.

Este año les ocurrió a Primoz Roglic y Juan Ayuso, favoritos en Durazzo, que subieron al coche del equipo y regresaron a casa antes de tiempo.

Se suponía que la camiseta rosa sería asunto suyo, una lucha de dos vías. Quizás habían elegido al santo equivocado al cual rezar. O quizás era el indicado y simplemente no los amaba.

Lo que debía ser, no fue. El Giro de Italia fue algo más, y ese algo más fue emocionante, sobre todo inesperado y reconfortante. Y es reconfortante precisamente porque es inesperado. El Giro de Italia necesitaba una carrera como la de este año. Porque, a excepción del paréntesis de Tadej Pogačar en 2024, desde hacía unas cuantas ediciones había habido pocos tiros y el miedo a quedarse fuera era grande. Y el Giro había empezado a parecerse a un espectáculo de variedades chapucero comparado con el gran espectáculo que ofrecía el Tour de Francia cada verano. Un espectáculo hecho de sprints y combates cuerpo a cuerpo cuesta arriba, emboscadas en equipo y acciones un poco locas y un poco desesperadas. Y todo esto hizo que la actitud expectante de los que competían por lucir la maglia rosa quedara obsoleta, con las ruedas limadas y los sprints pospuestos. El Giro parecía una película de segunda mano en un cine con asientos incómodos. Tanto es así que nos hizo pensar, dudar, de que después de todo había un ciclismo corrido por Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard y otro corrido por todos los demás. Y Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard no vinieron al Giro.

Entonces el milagro.

Mientras estábamos desesperados al saber que desde Durazzo salía un Giro de Italia sin Tadej Pogacar, con Jonas Vingegaard trabajando para el Tour de Francia, Mathieu van der Poel entrenando en la BTT y Wout van Aert corriendo pero con una pierna débil, de repente los corredores en carrera demostraban, pedalada tras pedalada, que no hay dos disciplinas ciclistas. Sólo hay uno . Y funciona de la misma manera ya sea que esas personas estén allí o no. Y éramos idiotas los que creíamos lo contrario. Que no habíamos entendido nada, orgullosos como estábamos de creer que lo habíamos entendido todo.

El Giro de Italia, que arranca el domingo en Roma con cita para 2026, no lo ganarán ni Primoz Roglic ni Juan Ayuso. Algún otro ganará, porque al fin y al cabo, desde la época de Laurent Fignon –o mejor dicho, mucho antes– hasta hoy, ha cambiado completamente, tanto que no ha cambiado en absoluto.

Sigue siendo una cuestión de equilibrio sobre una bicicleta, de espíritu competitivo y de convicción, de voluntad de sacrificarse y explorar. Sobre todo piernas y fuerza de voluntad. El de no rendirse.

Es una larga historia de veintiún días, capaz, pedaleo tras pedal, de escribirse y reescribirse. Al final hay un ganador con la camiseta rosa y muchos otros pequeños ganadores.

Y el final de este año aún no está escrito. En cuanto a Isaac Del Toro, Richard Carapaz, Simon Yates, Egan Bernal, Giulio Pellizzari, Derek Gee, de una forma u otra y por diferentes razones, ya son ganadores.

Isaac Del Toro porque a los veintiún años se suponía que sería un aprendiz y en cambio se vistió de rosa y en rosa dejó entrever un futuro intrigante. Richard Carapaz porque después de muchas caídas, después de varios errores y algunos malentendidos, encontró las ganas de inventar un Giro privado, atacando con la convicción de quien había venido a Italia a romper la carrera , sin importarle nada. Simon Yates porque olvidó que era una sombra del corredor que una vez fue y se reinventó como actor principal durante dos semanas. Egan Bernal porque en este Giro recordó el efecto de pedalear en cabeza del grupo, esprintar, intentar superar a los demás, hacer del pasado aquel accidente que pudo matarlo . Giulio Pellizzari porque empezó siendo el corredor gregario de Primoz Roglic y se encontró protagonista en la montaña tras el abandono del capitán, demostrando al equipo y a sí mismo que un día un lugar en el podio está a su alcance. Derek Gee porque demostró que todavía existen perros a pedales que no pueden rendirse. Y realmente lo necesitábamos. Por no hablar de Mads Pedersen, capaz de ganar al sprint, en subida , tirando de sus compañeros, escapándose y no perdiendo ni un metro.

El Giro de Italia 2025 vivirá hoy otra jornada de alta montaña, la última. Escalará la Cima Coppi, el punto más alto del Giro de Italia. Veréis otras tomas, otras crisis, otros momentos que nos hubiera gustado ver pero teníamos miedo de no ver.

Al final es un gran Giro, es una gran fiesta, es música, como decía la canción de Paolo Belli.

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