Demasiadas restricciones, demasiada cautela: Italia corre el riesgo de perder el tren de la IA


Un ingeniero realiza una inspección en un centro de datos en Urumqi, donde DeepSeek ha iniciado sus operaciones (Foto de VCG/VCG vía Getty Images)
En nuestro país, solo nos detenemos a hablar de ética y límites mientras el mundo avanza a toda velocidad. La adopción crece en todas partes, pero en nuestro país los frenos se multiplican. Las pymes se quedan atrás, el legislador impone restricciones. Sin incentivos ni estrategias concretas, la innovación se estanca.
La IA está en marcha. Italia la está frenando. Y el riesgo es que, esta vez, el tren ya no sea recuperable. Contrariamente a lo que muchos todavía piensan —que la inteligencia artificial generativa es una moda pasajera—, los últimos meses han marcado una clara aceleración en la adopción de estas herramientas, tanto en el extranjero como en Italia.
Un estudio reciente realizado por economistas de Stanford y el Banco Mundial, basado en dos encuestas realizadas en diciembre de 2024 y marzo-abril de 2025, muestra que en Estados Unidos, el uso de IA en el trabajo ha aumentado del 30,1 % al 43,2 % de la población adulta en tan solo unos meses. Un tercio de quienes la utilizan lo hacen a diario. Las búsquedas de ChatGPT en Google también han alcanzado nuevos máximos, tanto en Estados Unidos como a nivel mundial.
En Italia, a pesar de un retraso estructural, algo se está moviendo. Según Comscore (plataforma MyMetrix), solo en abril, el 28 % de los usuarios italianos de internet utilizaron al menos una aplicación basada en IA, lo que representa un aumento del 31 % en usuarios y del 51 % del tiempo dedicado en comparación con cuatro meses antes. Sin embargo, en el debate político y mediático italiano, la inteligencia artificial sigue presentándose casi exclusivamente como un riesgo que debe contenerse. Se multiplican las alarmas, las peticiones de nuevas normas y las declaraciones tranquilizadoras pero vagas sobre principios éticos y límites que deben establecerse. El debate gira en torno a frenos, no a herramientas; a problemas, no a soluciones. Se olvida que el único objetivo real de una política seria sobre IA debería ser fomentar su uso consciente, productivo y generalizado. El verdadero riesgo, más allá de las proclamas sobre "disrupción", es que se cree una brecha entre las personas y las organizaciones. Las personas están empezando a comprender las ventajas de la IA. Sin embargo, las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, permanecen inmóviles. Bloqueado por la incertidumbre regulatoria, la falta de recursos dedicados y la ilusión de que uno puede primero construir estructuras éticas y luego descubrir cómo usar la tecnología.
Los datos del Observatorio de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Milán son contundentes: el 81 % de las grandes empresas italianas han iniciado o evaluado proyectos de IA, pero solo el 7 % de las pequeñas y el 15 % de las medianas lo han hecho. Una enorme brecha que no se puede subsanar en solitario. Confiar únicamente en la iniciativa individual corre el riesgo de convertir la IA en otra oportunidad perdida. La productividad y la eficiencia que todos anhelan requieren vías estructuradas, incentivos operativos y herramientas sencillas y accesibles. Las buenas intenciones no bastan.
El proyecto de ley de IA, actualmente en trámite de aprobación, introduce más obligaciones que soluciones. Impone restricciones y no facilita su adopción. Y, si se suma a las incertidumbres y limitaciones del reglamento europeo sobre la Ley de IA, corre el riesgo de convertir una posible revolución en una frustración.
Esto consolida la idea de que la IA es un peligro del que debemos protegernos, más que una palanca para reiniciar. Pero el mundo no espera: la innovación avanza. Si no dejamos de frenarla, nos quedaremos estancados. Y esta vez, en serio, no habrá una segunda oportunidad.
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